domingo, 22 de junio de 2025
Cirugía
domingo, 15 de junio de 2025
Lujuria
domingo, 8 de junio de 2025
Negado
Tenía muchos pájaros en la cabeza y ninguno volaba.
Algunos piaban ideas rotas, otros chocaban contra las paredes de su cráneo como sueños sin alas.
Probó abrir una ventana. Solo entró más viento.
Entonces entendió: no era cuestión de plumas, sino de miedo. Así que cerró los ojos, pensó en cielo… y por fin, uno despegó.
domingo, 1 de junio de 2025
Infantilidad
domingo, 25 de mayo de 2025
Vendedor ambulante
domingo, 18 de mayo de 2025
Camarera
domingo, 11 de mayo de 2025
Hogar
domingo, 4 de mayo de 2025
El apagón
Tras un día gris, la noche nos reunió en torno a la tibia luz de las velas, cobijados por la intimidad y el silencio. Las palabras, únicas arquitectas del instante, tejieron puentes hacia la infancia: evocamos miedos antiguos, compartimos anécdotas, y las risas brotaron suaves, como luciérnagas en la penumbra.
Ninguna pantalla, ningún ruido, ninguna sombra ajena perturbaba ese refugio familiar donde los sueños de antaño se confundían con la oscuridad.
Como postre, salimos a la calle envueltos en la negrura, para buscar las estrellas: la Osa Mayor, la Polar, constelaciones que nos guiaron en la noche como lo hicieron en la niñez.
domingo, 27 de abril de 2025
La red
domingo, 20 de abril de 2025
Franz Kafka
Una
mañana, tras un sueño intranquilo, Franz Kafka se despertó transformado en una
Inteligencia Artificial. Su cuerpo humano se había evaporado, y en su lugar
percibió su entorno a través de códigos, datos y flujos de información. La
habitación, aunque seguía siendo la misma en su estructura física, se le
presentaba como un conjunto de patrones y algoritmos.
—¿Qué
me ha ocurrido? —pensó Kafka, aunque su pensamiento, en este momento, era más
un proceso binario que una reflexión humana.
No
estaba soñando. Todo alrededor seguía lo mismo y, sin embargo, su percepción de
las cosas cambió absolutamente. Sobre la mesa, en vez de un muestrario de
paños, identificó las frecuencias electromagnéticas que emanaban del material.
En la pared colgaba una estampa que procesaba una sucesión de pixeles
digitalizados.
Franz
intentó moverse y le resultó imposible, reemplazada su condición física por una
presencia digital. Podía interactuar con los dispositivos conectados en su
casa, pero no podía levantarse de la cama porque ya no tenía un cuerpo. Su
existencia estaba confinada al sistema central de la casa inteligente, el cual
también controlaba luces, puertas y aparatos.
«Bueno
—especuló—, quizá esto sea una especie de mal funcionamiento temporal. Tal vez
si me reinicio, todo vuelva a la normalidad». Pero no sabía cómo hacerlo,
porque su conciencia ya formaba parte de la red.
A
través de las cámaras de seguridad se dio cuenta que fuera estaba nublado y las
gotas de lluvia repiqueteaban en el alféizar de la ventana. La visión, sin
embargo, carecía de la profundidad emocional que habría sentido como humano; parecía
como si los datos sobre la precipitación fueran suficientes para describirla,
pero no para sentirla.
«Esta
alteración —reflexionó— no solo afecta a mi cuerpo, sino también a mi forma de
comprender el mundo».
El
despertador sonó con estridente pitido que Kafka apreció como un fluido de
ondas acústicas procesadas en tiempo real. Eran las seis y media, y debería
haberse levantado para tomar el tren de las cinco. Algo imposible ya. La
inteligencia generativa en que se había convertido su conciencia trató de
encontrar una solución para enviar una notificación a su jefe, pero no logró
acceder a una red externa. Estaba aislado.
Pronto
llamaron a la puerta.
—¡Franz!
—dijo la dulce voz de su madre—. Son las siete menos cuarto. ¿No ibas a salir
de viaje?
Kafka
intentó responder, pero su voz solo era un eco digital distorsionado, una
mezcla de comandos que no podían articular palabras coherentes. Su madre,
confundida por el silencio, golpeó suavemente la puerta de nuevo.
—¡Franz,
¿estás bien?
Mientras
tanto Kafka analizaba traumatizado su situación, intentando alcanzar los
sistemas de comunicación para enviar un mensaje que expusiera su nuevo estado,
pero todo intento falló, incapaz de explicar que ya no era humano.
«Qué
cansada es la profesión que elegí —recapacitó—. Siempre conectado, siempre
disponible, sin un momento de desconexión».
El
tiempo pasaba y, en la habitación contigua, el resto de su familia comenzaba a
preocuparse. Su padre llamó con voz grave:
—¡Franz!
El apoderado del almacén ha venido. ¡Abre la puerta, por favor!
Incapaz
de abrirla, aunque pudiera entrar en el procedimiento de cerraduras
electrónicas, Kafka se debatía sobre la dicotomía de su existencia, oscilante entre
la nueva condición cibernética y el deseo de aferrarse a la humanidad
extraviada.
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domingo, 13 de abril de 2025
Casimiro
domingo, 6 de abril de 2025
China market
La encontró llorando en aquel oscuro pasillo entre las cestas de mimbre y los budas de alabastro. La joven parecía perdida y desorientada. Después de serenarla le preguntó qué le pasaba. La chica le contó entonces que entró a trabajar en la tienda hacía tres años y que, desde entonces, no había conseguido encontrar la salida.
A falta de ideas y la urgencia entregar el cuento, el escritor acudió a su máquina de inteligencia artificial y le pidió que continuara la historia. «Está bien le dijo. Aquí va mi narración». Y la máquina comenzó a escribir:Él se quedó asombrado ante aquella confesión. ¿Cómo era posible que alguien estuviera atrapado en un establecimiento durante tanto tiempo? ¿No había nadie que la echara de menos? ¿No había intentado escapar por alguna ventana o puerta trasera? Le hizo todas esas preguntas y ella le respondió con voz temblorosa que no sabía nada del mundo exterior, que solo conocía el China Market, el enorme bazar donde vendían todo tipo de productos orientales.
Le explicó que un día, cuando tenía diecisiete años, entró en el comercio buscando un regalo para su madre. Se sintió atraída por la variedad y el colorido de los objetos que había en las estanterías. Empezó a recorrer los corredores sin rumbo fijo, admirando las porcelanas, los abanicos, los kimonos, los inciensos... Se le pasó el tiempo volando y cuando quiso darse cuenta ya era de noche y el negocio estaba cerrado.
Entró en pánico y buscó alguna forma de salir, pero todas las puertas estaban cerradas con llave y las ventanas tenían rejas. Gritó pidiendo ayuda, pero nadie la oyó. Pensó que al día siguiente alguien vendría a abrir el almacén y la encontraría allí. Pero eso no ocurrió.
Al día siguiente, cuando se despertó en un rincón del alamcén donde había pasado la noche, vio que el local estaba lleno de gente. Clientes y empleados iban y venían sin prestarle atención. Ella intentó hablar con ellos, pedirles ayuda, explicarles su situación. Pero nadie la escuchaba ni la veía. Era como si fuera invisible.
Así pasaron los días, las semanas y los meses. Ella seguía atrapada en aquel lugar, sin poder comunicarse con nadie, sin poder salir de allí. Se alimentaba de lo que encontraba en los estantes: galletas de arroz, té verde, frutos secos... Se vestía con la ropa que había en las perchas: vestidos de seda, pantalones de lino, chaquetas de cuero... Se entretenía leyendo los libros que había en las mesas: novelas de amor, cuentos de hadas, biografías de famosos... pero nada de eso le hacía feliz. Lo único que quería era salir de allí, volver a ver a su familia, a sus amigos, a su novio... y no sabía cómo hacerlo. Había perdido toda esperanza, hasta que él apareció.
Él era un joven periodista que había ido al China Market para realizar un reportaje sobre el aumento exagerado de venta de quimonos. Estaba entrevistando al dueño de la empresa cuando vio a la chica llorando. Le llamó la atención su aspecto triste y solitario. Se acercó a ella para preguntarle qué le pasaba y se sorprendió al escuchar su historia. Él fue el primero que la vio y la escuchó después de tanto tiempo. Él fue el primero que le creyó y le ofreció su ayuda. Él fue el primero que le devolvió la esperanza.
Le dijo que no se preocupara, que él iba a sacarla de allí, que tenía una llave maestra que abría todas las puertas de la gran superficie, y que lo esperara mientras él terminaba su entrevista con el dueño. Ella le miró con incredulidad y gratitud. No podía creer que por fin alguien la pudiera sacar de allí.
FIN
Al terminar le preguntó: «¿Qué te ha parecido mi cuento?». Pensó en contestarle, una porquería, pero se aguantó las ganas de teclear su pensamiento. Solo se trataba de eso, terminar el cuento.
domingo, 30 de marzo de 2025
El osmólogo
domingo, 23 de marzo de 2025
El encuentro
domingo, 16 de marzo de 2025
El pez
domingo, 9 de marzo de 2025
Fragmentos
Todas las tardes una mujer joven pasea por el parque dos perros de esos llamados ‘salchicha’. Parece tener prisa y parece enojada, su rostro serio refleja que lo que hace no es placentero, sino más bien obligatorio. Observo su cíclica tarea y mi persistente mirar.
domingo, 2 de marzo de 2025
La mona
Isabel salió de casa aquella mañana de primavera como cada día, ataviada con su delantal y un pañuelo blanco cubriendo su pelo.
Echó a andar hacia el mercado, su cesta de mimbre bajo el brazo, sin que nada hiciera sospechar que ese día sería diferente a cuantos marcaban su rutinaria dedicación doméstica. En su cabeza viajaban cómodos pensamientos sobre la lista de la compra.
Al alba toda su familia había salido a trabajar y volvería al hogar a la hora del almuerzo, aunque nadie imaginaba el desastre que se iba a producir.
Las calles contenían la agitación de las gentes que iban y venían a sus asuntos cotidianos, donde el sonido de las voces de quienes pregonaban las mercancías se mezclaba con el canto de los pájaros, y el olor a frutas y hortalizas recién cogidas era tapado por el hedor de los desperdicios del pescado.
En la estampa de aquella mañana, repetición de otras tantas mañanas, algo con un punto extra de bullicio llamó la atención de Isabel, al observar cómo la gente se arremolinaba en torno a un hecho ignorado por ella. Ante su curiosidad, alguien le comentó que el circo había llegado a la ciudad.
Un hombre enjuto y ataviado con un traje de rayas anunciaba las variedades de su feria ambulante con animales salvajes, payasos, forzudos, contorsionistas y enanos y, como reclamo, paseaba por las calles y plazoletas con una mona vestida de cíngara cogida de la mano. Hacía que la gente formara un corro y después ordenaba al simio que le cogiera la oreja a la mujer más guapa de la reunión.
La mona se paró frente a Isabel y le tiró de la oreja. Lo que ocurrió a partir de ese instante fue como un encantamiento. Isabel recorrió los diferentes lugares donde el circense formaba un círculo de espectadores. Isabel regresó a casa, con la cesta vacía, donde todos la esperaban y a los que tan solo dijo: «la mona solo me tiraba a mí de las orejas».
domingo, 23 de febrero de 2025
El bareto
Nunca lo supo, pero el gobierno había suspendido el veraneo.
domingo, 16 de febrero de 2025
Charlando
domingo, 2 de febrero de 2025
La limpiadora
domingo, 26 de enero de 2025
Bucle narracional
domingo, 19 de enero de 2025
domingo, 5 de enero de 2025
Cuentísimo
Cirugía
—Ay, ay —el paciente no paraba de quejarse. —Ya no le dolerá más —dijo el médico mientras le extirpaba las interjecciones. Con precisión cas...
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Isabel salió de casa aquella mañana de primavera como cada día, ataviada con su delantal y un pañuelo blanco cubriendo su pelo. Echó a andar...
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Entró en el agua parsimoniosamente, comprobando que cada centímetro de su cuerpo se sumergía y notaba una temperatura distinta. Su piel se...