Cuando despertó, don Quijote todavía estaba allí. Sentado al
borde del lecho, con lanza en astillero y adarga antigua, repasaba con gravedad
un soneto mal rimado que decía haber escrito a Dulcinea en sueños.
—Señor Alonso —balbuceó Cervantes—, ¿no os habíais ido con
la cordura?
—¿Y qué gana un caballero con ella? —replicó el hidalgo—. He
vuelto, porque el mundo aún requiere locura justa y molinos que recordar.
Fue entonces que, el Caballero de la Triste Figura, a lomos
de un dinosaurio, se alejó de allí, no sin antes obsequiarle con una pluma para
que, con su único brazo útil, comenzara a escribir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario