domingo, 28 de agosto de 2022

El almuerzo



Sentada frente a su madre de noventa y nueve años, Sofía contaba las arrugas mientras llevaba de manera casi mecánica a su boca el alimento. Cada línea en la piel auguraba la lectura de un recuerdo próximo o lejano. Su madre apenas la miraba porque desde hacía años el mundo le era indiferente.

Las estrías iniciales marcadas sobre su cara narraban un tiempo primerísimo no recordado. Un tiempo de leche y de abrazos. Las que continuaban estaban llenas de interrogantes, poderosas preguntas sin contestación alguna como la ausencia de escuela, su desflorecer adolescente, la obligatoriedad matrimonial, el dolor paritorio, la fuga de los hijos, esa amalgama de tristeza y alegrías que se hacen y deshacen como figuras de arena. En los pliegues más señeros era donde se marcaban las ausencias, esas que habían ido vaciando su existencia.

Sofía le hablaba sin palabras, la cuidaba como cuando niña fue mimada por ella con la que nunca tuvo una relación afable. Apenas aquellos momentos de ternura en los que le cantaba para levantarla de la cama, le peinaba con paciencia su larga melena, le hacía vestiditos con faldas de organdí y jerséis de lanas multicolores, o le daba consejos que nunca entendía.

Su rostro ahora era un paisaje de alejadas imágenes, algunas perdidas para siempre, otras más recientes soportaban la caducidad que la naturaleza contiene.

El silencio del almuerzo parecía el anuncio de una despedida que se repetía a diario, aunque las dos lo ignoraban.



domingo, 21 de agosto de 2022

Nadadores



Los pececillos de plata llevaban nadando muchos años en su biblioteca. Los veía pasar a hurtadillas como escualos sigilosos que se deslizaban entre las letras impresas y las portadas coriáceas. En los momentos donde hasta el polvo se aquietaba y ascendía el vapor de la lectura silenciosa, le parecía oírlos desplazarse por los anaqueles moviendo sus colas. Eran como los guardianes de los textos allí colocados sobre los que depositaban una pulvurulenta capa argéntica, dejando hilos de un blanco metalizado por el cual se intuían sus itinerarios.

Los pececillos de plata, pensaba, era la única presencia animada que podía consentir en su acuario de quietud y de tiempo estancado, porque su respiración y el blandir de sus antenas para nada le interfería con su ritmo de lector estocástico. Es más, aquel deslizarse entre las sombras, fuera del círculo de la luz donde concentraba su mente en páginas pobladas por un populacho de palabras, le trasmitían una sensación relajante y desestresada.

Sabía de su voracidad con el papel y de su timidez con la luminiscencia, por eso cada día limpiaba con detenimiento una parte de los estantes y jamás observó el más mínimo deterioro entre sus numerosos libros y eso lo tranquilizaba.

Fue al consultar una vieja edición de la poesía del siglo de Oro que descubrió como en algunos sonetos de Quevedo varios versos habían desaparecido. Intrigado buscó en otros ejemplares y encontró hojas casi borradas en su totalidad. Angustiado intuyó que los pececillos de plata eran responsables, transformados en cultos devoradores de obras literarias.



domingo, 14 de agosto de 2022

Encantos



Sentado a la mesa en la cena de Nochebuena con solo una pajarita, nadie apreció su desnudez y sí la elegancia con que vestía su única prenda.



domingo, 7 de agosto de 2022

Un tiempo único

    Nauplio Fernández observó, al despertar, que no se había movido de la cama en toda la noche. Entonces una idea iluminó su cerebro: e...