domingo, 26 de julio de 2020

Querencias



—Quiérete mucho. Eso es lo que tienes que hacer —le imploró.
—Si yo ya me quiero, pero esta maldita enfermedad me quiere aún más.



domingo, 19 de julio de 2020

Agorera


A Casandra le daba miedo pensar en el futuro incierto porque era como construir una realidad que hasta ese momento no existía. Ella no adivinaba el porvenir, lo erigía. Y aun así era incapaz de creerse a sí misma en su narrativa adivinatoria.



domingo, 12 de julio de 2020

Aumento



«Mi abuelito usa gafas para la lectura y siempre se queda dormido. Es por eso que le he regalado unas con cristales de más despierto».



lunes, 6 de julio de 2020

Proceso estocástico



El tiempo de espera de cada uno de los diferentes usuarios que llegan a una oficina de Correos y se ponen a la cola en una de sus ventanillas para hacer una gestión, es un proceso estocástico.

Una de las variables más terribles de este proceso es que te toque una señora con varios bultos mal empaquetados que quiere enviar, a su hijo residente en Alemania, unos embutidos del pueblo (chorizos, morcillas, longanizas, etcétera).

Las variables aleatorias indexadas pueden llegar a ser infinitas como el tiempo que deberás esperar tú y se reflejan en un índice aleatorio. El conjunto de las mismas va desde no saber poner la dirección a no hablar el mismo idioma que el operario de Correos y pasan, con parsimonia, por un conjunto de relaciones temporales como salir a buscar al marido para que especifique el contenido de los paquetes ya que ella no se acuerda, no saber rellenar el impreso de certificado, dudar si el envío es por avión o transporte corriente, mirar en el monedero para ver si lleva bastante dinero y, finalmente, discutir por el precio.

domingo, 5 de julio de 2020

Parroquia




El bar estaba vacío. Monótono el camarero caminaba tras la barra ordenando los últimos objetos mientras esperaba la llegada de la clientela. Al fondo del recinto un insecto leía el periódico. Entraron dos hombres, uno de ellos con la cara redonda y unas gafas a juego con la geometría de su rostro, el otro más espigado fumaba un cigarrillo. El tabernero reconoció al primero.
—Señor Monterroso ¿le pongo un atol? —preguntó.
—Que sean dos —interrumpió el acompañante.
—Siento decirle que hoy tampoco ha venido el dinosaurio. En cambio, el sujeto que está allí sentado se ha interesado por usted.
La pareja caminó hasta donde terminaba el establecimiento con las bebidas en la mano.
—Le presento a mi amigo Rulfo, tiene especial interés en entomología literaria —informó Monterroso.
El bicho sin levantar la cabeza les contó que Kafka no tenía predisposición a ningún trueque de zoofilia narrativa. Rulfo sacó de su bolsillo un gallo que picoteó la larva lectora.
—Los cuentos siempre deben tener un buen final. Aunque los dos estemos muertos en esta eternidad—explicó el mejicano.



jueves, 2 de julio de 2020

Bromistas






Los casinos de los pueblos, donde los hombres se reunían al atardecer para jugar a las cartas o al dominó, fueron fuente de chanzas y burlas sobre los más desafortunados. En cierta ocasión escuché relatar como verídica una historia vivida en esa atmósfera:

Rodolfo llegó como todas las tardes y dejó su sombrero sobre la percha. Se sentó en la mesa con sus compañeros de juego y comenzó su habitual partida de cartas. No pasó mucho tiempo cuando uno de ellos le dijo: «tienes la cabeza algo hinchada». Rodolfo no hizo caso al comentario.

No pasó mucho tiempo cuando alguien de la sala se acercó a saludar a los jugadores de la mesa y también hizo la misma observación a Rodolfo. «Se te ve la cabeza algo hinchada».

Los comentarios de ese tipo salpicaron la tarde. Rodolfo harto de tanto runrún fue al baño y se miró en el espejo. No observó nada extraño y eso lo tranquilizó.

Para culminar la gracia, en un descuido, colocaron bajo el forro del sombrero papel de periódico. Al terminar la partida de cartas Rodolfo se levantó y fue a por su sombrero. Cuando intentó colocárselo en la cabeza no pudo hacerlo.

Dicen los que le vieron que la cabeza de aquel hombre, en ese instante, se hinchó como un globo rojo. Su corazón se paró y cayó al suelo fulminado.

Un tiempo único

    Nauplio Fernández observó, al despertar, que no se había movido de la cama en toda la noche. Entonces una idea iluminó su cerebro: e...