La novelista, emocionada con lo que escribía, comenzó a llorar hasta que se le borraron las palabras.
El papel, empapado, se volvió mar. Las frases se disolvieron como cuerpos en la niebla. Quedó solo la sal, la tinta suspendida en un silencio espeso.
No intentó recuperar lo escrito. Sabía que lo importante no era la historia, sino ese momento en que la emoción la superaba, la arrastraba lejos de sí, hasta un lugar donde ya no era autora, ni mujer, ni voz: solo llanto.
Y ahí, en ese abismo húmedo, comprendió que la literatura también puede escribirse con lo que no se dice.
No hay comentarios:
Publicar un comentario