—Ay, ay —el paciente no paraba de quejarse.
—Ya no le dolerá más —dijo el médico mientras le extirpaba las interjecciones.
Con precisión casi poética, extrajo también algunos “uff”, un “ouch” bien enquistado en el paladar, y un par de “¡ay madre mía!” alojados entre costillas. El quirófano quedó en silencio.
—Listo —anunció el cirujano, quitándose los guantes—. Ahora podrá contar su dolor sin gritarlo.
El paciente intentó hablar.
—Me siento… extraño.
—Es normal. Le hemos dejado intactas las metáforas y una hipérbole por si necesita dramatizar con elegancia.
Y con una sonrisa anestesiada, lo enviaron a recuperación: una sala llena de puntos suspensivos.
(Excelente)
ResponderEliminarSaludos,
J.