domingo, 30 de enero de 2022

Castillo de naipes



Lu-Chi Ai-ti acudió al gran maestro para que le aconsejara sobre las adversidades que el destino, a veces, depara.
–Sabio anciano –interpeló–. Si después de colocar con trabajo y esmero cada pieza importante de mi vida, el infortunio se empeña en derribarlo todo como si fuera un castillo de naipes, ¿debo abandonar toda empresa y rendirme a la indolencia?
El anciano lo miró, extendió sus manos y cerró sus párpados. Permaneció callado durante un tiempo que a Lu-Chi le pareció eterno. Luego dijo:
–No eres tú quien contiene a la existencia dada sino ella quien te contiene a ti. Tú eres ese destino que se derrumba en un instante y quien al acto debe levantarse. No te abandones a la suerte porque tú eres el azar mismo de esa carta caída y levantada hasta la eternidad.

domingo, 23 de enero de 2022

Tú ponte en mi lugar



Fui a visitarlo al hospital después del grave accidente que había sufrido al quemarse en una explosión de un cuadro de luces donde trabajaba. Tras preguntarle cómo se encontraba me contestó: «esto es para mí». 

Entonces le pedí que desalojará la cama y su dolencia y me puse en su lugar. Y, efectivamente, lo miré tendido y sentí su dolor, desesperante y profundo. Ahora él me sonreía feliz. 

En ese instante llegaron unos familiares a visitar al paciente que ignoraban lo que estaba ocurriendo y comenzaron a hablar. Conversaban hasta por los codos de trivialidades y como no me podía mover del lecho por las heridas, mi amigo me dio de beber agua con una pajita y me secó la boca con un pañuelo de papel. Después continuó hablando, alegremente, con las personas que habían ido para saber sobre su salud. Divagaban sobre mi aspecto deteriorado por las quemaduras y lo mal que debería estar pasándolo, no sin darme todo tipo de ánimos. 

Al poco llegó una enfermera y me tomó la temperatura, miró mis constantes vitales y me proporcionó la medicación, mientras comprendía, cada vez más, por lo que pasaba. Después entró el doctor y mandó desalojar la habitación del personal innecesario. Se marchó, según creí escuchar, a la cafetería a tomarse algo con los parientes. 

Desde ese momento llevo cuarenta días hospitalizado y él no ha vuelto ni para que le den el alta.

domingo, 16 de enero de 2022

Incontable



—¡Rápido! Que venga el cuentero.

—¿Qué ocurre? ¿A qué tanta urgencia?

—Necesito escribir un microrrelato y no se me ocurre nada.

—Pues el narrador de historias está de vacaciones.

—Qué ruina de vida, sin nada que contar.



domingo, 9 de enero de 2022

Rayajos



La doctora me dio dos recetas tras de escuchar mis achaques y de reconocerme. Me dijo que mi padecimiento carecía de importancia pero que tomara aquellas gotas antes de dormir y las pastillas una después de cada comida. Lo expresó sin mirarme a la cara en tanto rellenaba con rapidez las instrucciones para la farmacia que me entregó en mano cuando cerró el recetario, el cual me quedé mirando mientras pensaba cuanta farmacopea estaba anotada en las copias de calco allí guardadas. 

Me despedí de mi médica agradeció por la atención prestada y al salir de la consulta no me pude resistirá ver qué había escrito en la receta. Las rayas anotadas no se correspondían con ninguna grafía compresible para mí y esa falta de legibilidad me imponía bastante respeto. ¿Por qué los médicos no escribían para que todo el mundo pudiera entender lo que recetaban a los pacientes? ¡Qué rayos eran aquellos medicamentos y a qué sabrían esos brebajes! Afortunadamente la boticaria parecía interpretar la escritura de trazos sin dificultad. 




domingo, 2 de enero de 2022

Cuento chino



Mientras mamá preparaba el flan yo miraba con atención el colorista dibujo del mandarín y su coleta de tamaño colosal, como cantaba el coro infantil en el anuncio de la radio. Me imaginaba la vida de aquel hombre sonriente llevando el exquisito y tembloroso postre a sus hijos, igual de amarillos que él, viviendo tras la gran muralla vestido con su chaqueta de seda roja. Si los chinos tenían los ojos cerrados era porque estaban estreñidos, según contaba tía Carmelina de comer tanto arroz, más ese mandarín llevaba un dulce a su familia que debía ser numerosa, porque los chinos eran muchos, más de mil millones según mi hermano mayor. Creo que me gustaba el flan por las dulces historias que sospechaba en cada cucharada.



Un tiempo único

    Nauplio Fernández observó, al despertar, que no se había movido de la cama en toda la noche. Entonces una idea iluminó su cerebro: e...