domingo, 11 de septiembre de 2022

Encuentro en la primera fase

 

Un hombre de neandertal y un homo sapiens se encuentran hace 40.000 años en la península Ibérica. Después de mirarse fijamente a los ojos mantienen una conversación.

—¿Vienes de lejos? —preguntó el neandertal.

—Llevo andado miles de años hasta llegar aquí —respondió el sapiens.

—¿Estás cansado?

—No. Todo lo contrario, me siento pujante y lleno de energía. Dueño del futuro y de este mundo.

—Eres optimista. Yo en cambio sé que no veré el futuro.

—No lo verás; te extinguirás antes.

—¿Y no te da miedo tanta responsabilidad, ser la especie que domine la Tierra?

—¿Miedo? Me espera una vida apasionante llena de evolución. Inventaré la escritura, dominaré el fuego, practicaré las artes y cultivaré las ciencias. Descubriré el Universo que nos rodea y el átomo. Viajaré fuera del planeta.

—También inventarás a Dios y conocerás la muerte. Matarás de manera intensiva e indiscriminada. Acabarás con los recursos de este mundo y con otras especies y te adueñarás del planeta.

El homo sapiens bajo la mirada y meditó un momento.

—Tienes razón, hermano. Quizás yo tampoco tenga futuro.

—Entonces no parece tan bueno ni inteligente este diseño.

—Tú déjame que pensar es lo mío.

domingo, 4 de septiembre de 2022

Excusas



Primero fue el reloj del ayuntamiento, al que siguieron otros también señeros en toda la ciudad. Se detuvieron, incluso, relojes tan míticos como el de Grand Central Station en Nueva York, la torre Spasskaya en Moscú, el Big Ben en Londres o la Puerta del Sol en Madrid. Los digitales también pausaron su pulso y nadie sabía con exactitud qué hora era. Hasta los atómicos pararon su frecuencia de resonancia. El tiempo desapareció.

Pronto aparecieron vertederos con piezas en desuso: montañas de clepsidras oxidadas y retorcidas en sus diseños de los más variados y bellos estilos artísticos; desguaces con cúmulos de biseles, diales, coronas, orejetas, marcadores, manecillas y fornituras varias; cementerios con desechos de horas muertas, cronófagos inutilizados y vectores de cálculo inservibles.

Alguien dirá, ahora, qué pasó con los relojes de arena, de agua, de fuego, solar o de vapor. Y la respuesta es que la naturaleza suspendió las leyes que hacían funcionar estos instrumentos. Todas las personas andaban como perdidas tras la muerte del tiempo.

Este fue el argumento expuesta por el protagonista de la historia aquí leída cuando apareció con retraso a la entrevista de trabajo. Y luego, el escritor responsable del relato, hubo de levantar la restricción horaria para que todo el mundo pudiera saber qué tiempo era.



Un tiempo único

    Nauplio Fernández observó, al despertar, que no se había movido de la cama en toda la noche. Entonces una idea iluminó su cerebro: e...