domingo, 24 de abril de 2022

Coitus interruptus


Lorena lo miró aquella mañana de una manera especial como nunca lo había hecho. El largo invierno quedaba atrás y también la secuencia de sucesos luctuosos. La conocía desde que era una niña y cada vez se sentía más atraído por ella, pero el halo enigmático que rodeaba a aquella familia funcionaba como una fuerza repelente. 

El último año los acontecimientos en derredor de la vida de Lorena habían precipitado un drástico panorama familiar. Primero fue la marcha de su hermano mayor hasta Tailandia para casarse con una chica hmong que conoció en Meetic (un comunicado de la embajada española les anunciaría su fallecimiento por coronavirus semanas después de su partida); a los pocos meses su hermano menor murió electrificado al quedar enganchado en unos cables de alta tensión mientras practicaba parapente; su madre entró en depresión y se suicidó bebiendo lejía; y su padre sufrió un ictus, fue ingresado en una residencia de enfermos terminales y palideció hasta fenecer. 

La casa se deshabitó en menos de un año y la muchacha aguantó en pie como pudo ese rosario de calamidades. Palideció, enflaqueció y se apagó su luz. Después su resiliencia y la primavera la volvieron refulgente y más hermosa, algo que no le pasó desapercibido y lo atrajo más hacia ella. 

Los días hipostasiados de sol y coloreados, los acercaron a un idilio hasta untarlos de deseo y felicidad y así, la pareja decidió, una tarde color guayaba, fundirse en la pasión. Lorena lo cogió tiernamente de la mano y lo llevó hasta el dormitorio donde una luz de eclipse dibujaba los perfiles de los objetos. 

Se desnudaron y fundieron sus cuerpos mientras sus respiraciones interpretaban un contrapunto de amor y, en pleno paroxismo, la habitación comenzó a poblarse de pálidos personajes cuyos rostros le resultaban familiares. Allí estaban, un hombre barbado y su esposa hmong; un muchacho calcinado con un parapente al hombro; una mujer lechosa con utensilios de limpieza y un borracho blancuzco con una botella. No faltaron dos abuelas enlutadas y un desconocido hombre arrugado, ni unos primos lejanos color hueso. 

Todos sonreían satisfechos al contemplar la desfloración de Lorena y el tierno amor de los dos. 

El joven espantado corrió hacia la calle semidesnudo y pávido, alejándose a toda prisa del barrio y de la ciudad.


domingo, 17 de abril de 2022

Ingenuidades



El profesor de Historia llevó a su hijo a visitar el museo del Louvre. Al entrar le advirtió: «Vamos a ver cómo ha sido el mundo con los ojos del arte». Al pararse ante la Venus de Milo y tras unos instantes de contemplación, el pequeño preguntó: «papá por qué antes las mujeres nacían sin brazos».




domingo, 10 de abril de 2022

Pasatiempos

 


 

Saca su silla de anea a la puerta de la casa y la coloca en la acera. Parsimonioso se sienta y extrae de una bolsa de tela un libro de crucigramas y pone una botella de agua en el suelo. Es verano. El hombre viste pantalón corto gris y camiseta de hombros interior blanca; calza unas sandalias negras de goma. No se levanta de su asiento hasta que la línea de sol no lo alcanza. Entonces con dificultad se eleva del asiento y entra en la vivienda. Esa rutina es repetida a lo largo de toda la canícula o hasta que dura el buen tiempo, bien entrado el otoño.

 

El hombre orondo de perfiles redondeados y un gran mostacho ceniciento, echa una panorámica con su mirada adusta hacia la calle, de norte a sur. Abre con parsimonia su libreta y coge un bolígrafo Bic de tinta azul. Después se dispone a resolver la primera columna horizontal del crucigrama.

 

Palabra de nueve letras: «Contienda, riña de palabras o de obras». De repente suenan voces en el domicilio de enfrente que llaman su atención. Una voz femenina amonesta a un muchacho: «¡Sabe toda la gente los pormenores de mi casa!» Alguien contesta: «¡Ya me tienes harto!¡Me voy!», y dan un portazo al salir. Él escribe pendencia.

 

Levanta entonces la vista, satisfecho. En ese momento dos jóvenes pasan cogidas de la mano. En la desnudez de sus cuerpos hay dibujados tatuajes que evocan estéticas orientales. Incrédulo baja la mirada otra vez hacia el libreto que sostiene con su mano derecha y lee en horizontal: «Exceso de galantería o rendimiento amoroso». Trece casillas con una te y una ele. Su mente se ilumina y pone amartelarse.

 

Le saluda la cartera que reparte el correo a diario. De manera dulce y calmada le pregunta cómo está y le dice que hoy no tiene nada para él. Le contesta que no se puede quejar y la tranquiliza con un «otro día será». Vuelve a fijarse en el papel y lee: «los filósofos la usan para su imperturbabilidad». En la grilla siguiente término de ocho signos: ataraxia.

 

Sube la temperatura cuando progresa la mañana y echa un trago de agua. Después observa la flor de una maceta que permanece lozana desde hace varios días. Clava sus ojos en el texto: «aquello que permanece siempre fresco». Busca en su cabeza, se detiene, se queda en blanco, piensa: «una ene y una eme seguidas». Rellena las celdas: inmarcesible.

 

Luego se distrae un rato viendo la reata de gente que transcurre por la vía y vagabundea con su pensamiento hacia otros pasajes temporales. «Se utiliza para la evasión, como salida de la realidad o como recurso para sortear una dificultad». Encuentra efugio. Y vuelve a perseguir con la punta del bolígrafo otra definición: «algo valioso que se halla de manera accidental o casual que comienza por ese. Ahora sí: serendipia.

 

El reloj solar avanza hasta más de la mitad de la callejuela. Un olor a fritura inunda sus fosas nasales y recuerda que su apetito está vivo. Vuelve al papel: en vertical, diez letras con una jota en medio: «Embrollo, jaleo, lío». Ahora, lo sabe, huele a berenjenas, y en las casillas escribe berenjenal.

 

Pasa el tiempo, el sol comienza a calentar sus pies y solo queda que encajar una palabra de diez espacios: «Actividad de diversión o entretenimiento en que se ocupa un rato de ocio». De repente tiene una visión donde se ve en esa misma calle cuando era un niño. Juega con la tierra roja haciendo barro con el agua de la lluvia. A los lejos otros niños lo llaman para jugar a la pelota. No va y aparece un joven uniformado con un petate a la espalda. Ahora se reconoce ataviado de novio y después entra en el hogar con un bebé en mantillas. Se ve sucio volviendo del trabajo y enlutado con lágrimas en los ojos… Ya lo entiende: pasatiempo.

Un tiempo único

    Nauplio Fernández observó, al despertar, que no se había movido de la cama en toda la noche. Entonces una idea iluminó su cerebro: e...