domingo, 21 de abril de 2024

Un tiempo único

 


 

Nauplio Fernández observó, al despertar, que no se había movido de la cama en toda la noche. Entonces una idea iluminó su cerebro: espacio y tiempo eran una misma magnitud o, en realidad, el tiempo no existía, concibiendo el Universo como un bloque, que propone que el tiempo no se desarrolla sino que existe en un estado inmutable.

 

A Fernández lo conocí en un congreso de Ciencia alternativa que me mandaron cubrir para el periódico que trabajaba en la década de los años noventa. Sus ideas me impactaron profundamente, desafiando mi propia percepción de la realidad. En una entrevista personal, Nauplio me explicó con gran pasión su teoría sobre la inexistencia del tiempo. «Solo existe el espacio ya que el ser humano como observador del mismo tiene un punto de vista variable, y aunque su percepción es la de estar estático, su cuerpo viaja por el espacio lo que le produce la alucinación del tiempo», me confesó.

 

Sus explicaciones me animaron a realizar un reportaje sobre la vida y obra de este hombre nacido en Alcañiz en la década de los setenta que, desde niño se vio cautivado por los enigmas del cosmos y su infancia, en la apacible ciudad aragonesa, estuvo llena de curiosidad por los misterios del cosmos, inquietud que lo llevó a leer innumerables libros de ciencia y a pasar horas observando la bóveda celeste. Al cumplir los dieciocho, tras acabar con excelentes notas el Bachillerato, se trasladó a Madrid para cursar estudios de Física en la Universidad Politécnica. Allí creció su pasión por esta disciplina abrazado por mentes brillantes y las últimas investigaciones científicas. Su talento excepcional no pasó desapercibido entre sus profesores destacando su perspicacia analítica, su creatividad desbordante y su incansable búsqueda de conocimiento. Tras graduarse con honores, Nauplio continuó su formación de doctorado en la Universidad de Oxford, donde se especializó en cosmología y gravitación.

 

Allí, según su relato, se unió a un equipo de investigadores de renombre internacional que trabajaban en la vanguardia de la física teórica y, junto a ellos abordó los problemas más desafiantes de la ciencia moderna, como la naturaleza de la materia oscura, la transfiguración de la energía y la unificación de las fuerzas fundamentales.

 

Las contribuciones de Nauplio al campo de la física han sido invaluables. Ha publicado numerosos artículos en revistas científicas de alto impacto, ha participado en conferencias internacionales y ha recibido prestigiosos galardones por su labor investigativa. Su trabajo ha sido fundamental para avanzar en nuestra comprensión del universo y ha abierto nuevas vías de investigación en el campo de la física teórica.

 

Las ideas de Nauplio, aunque radicales y desafiantes para la ciencia convencional, podrían abrir un espacio de debate y reflexión sobre la naturaleza del universo y la percepción humana. Su trabajo inspira a cuestionar las certezas establecidas y a explorar nuevas fronteras en la búsqueda del conocimiento.

 

Sin embargo, la entrevista que realicé a Nauplio nunca vio la luz. El director del periódico, tras una consulta a las altas instancias, decidió que sus ideas eran demasiado radicales para el público y las condenó al olvido.

 

Nauplio Fernández continúa su incansable búsqueda de la verdad, explorando los confines del conocimiento humano y desafiando los límites de nuestra comprensión del universo. Sus ideas, aunque controvertidas, siguen inspirando a las nuevas generaciones de científicos a cuestionar lo establecido y a buscar nuevas respuestas a los enigmas más profundos de la existencia.

 

Nauplio Fernández, un visionario entre el sueño y la realidad, un hombre que se atrevió a cuestionar el tiempo y el espacio.

domingo, 14 de abril de 2024

Desconocimientos


«Tú no sabes lo feliz que soy amándote, aunque tú lo ignores». Las palabras resonaron en la mente de Ana mientras observaba a Marcos desde la distancia. Su corazón se llenó de una mezcla de alegría y tristeza. Alegría por sentir un amor tan intenso, y tristeza por la imposibilidad de expresarlo.

Un velo de misterio rodeaba a Marcos. Era un hombre introvertido, de pocas palabras y mirada melancólica. Ana lo había conocido en la biblioteca, donde ambos solían pasar horas entre libros y estanterías. Desde el primer momento, Ana se sintió atraída por su aura enigmática. Poco a poco, la atracción se convirtió en un amor profundo y silencioso. Un amor que solo ella podía sentir, un amor que Marcos ignoraba.

Ana se conformaba con observarlo desde lejos, admirando su perfil serio y su sonrisa tímida. Leía sus poemas favoritos en voz baja, imaginando su reacción si supiera que eran dedicados a él. Incluso inventaba historias en las que ambos eran protagonistas de un romance apasionado.

Un día, Ana decidió tomar un riesgo. Escribió una carta anónima, expresando sus sentimientos con palabras sinceras y apasionadas. La dejó en su casillero de la biblioteca, con la esperanza de que algún día la leyera y comprendiera su amor.

Semanas después, Ana recibió una respuesta inesperada. Un poema manuscrito, anotado en la misma caligrafía elegante observada en los márgenes de los libros que Marcos solía leer. Los versos hablaban de un amor secreto, de una pasión escondida, de un alma que anhelaba ser correspondida.

Ana leyó el poema con el corazón palpitante. Sus ojos se llenaron de lágrimas de alegría y emoción. Al fin, Marcos había respondido a sus sentimientos. Aunque no sabía quién era el autor del poema, Ana no tenía dudas: era él.

A partir de ese momento, la relación entre Ana y Marcos comenzó a cambiar. Se comunicaban a través de poemas anónimos, dejando pistas en los libros que compartían. Sus miradas se cruzaban con complicidad en la biblioteca, y sus corazones latían al unísono cuando se encontraban por casualidad en los pasillos.

Un día, finalmente, Marcos se atrevió a hablarle. Le dijo que había leído la carta y que el poema era su respuesta. Confesó que también sentía un amor profundo por ella, un amor que había callado por miedo al rechazo. Ana y Marcos se fundieron en un abrazo, sellando con un beso el amor que los unía. Un amor que había nacido en el silencio de la biblioteca, entre páginas y versos, y que ahora se manifestaba con toda su fuerza en el mundo real.


domingo, 7 de abril de 2024

La escapada

 


Medio siglo era una cifra importante, redondamente trascendental, y eso merecía celebrarlo a lo grande, en un escenario apropiado para festejar la efeméride. Soplar las velas en un lugar eminente desde donde enseñar al mundo ese momento de felicidad, pensó Ofelia.

 

Después su mente buscó un lugar destacado en el planeta y sin saberlo, una imagen se coló en su cabeza mientras veía la televisión: Nueva York. Destino a esta ciudad comenzó a elaborar su fantasía viajera con la adición de su gran y cómplice amiga Elisa.

 

Ofelia, casada, tiene un hijo que vive en Londres y una hija que estudia en Madrid. Ella vive en una ciudad mediana y su matrimonio languidece. Su amiga Elisa, con la que comparte una cierta complicidad, algo más joven, está casada y tiene dos niños pequeños, Rubén y Lidia.

 

Tras un vuelo de avión se hospedan en un hotel de la Gran Manzana. Los primeros rayos de sol se colaban por las rendijas de las persianas, iluminando la habitación. Tras el desayuno, inician su aventura neoyorkina, un el entusiasmo propio de quien descubre un nuevo mundo, Ofelia y Elisa se lanzaron a explorar las calles de la ciudad. El imponente Empire State Building, la majestuosidad de la Estatua de la Libertad y el verdor de Central Park quedan registrados en su memoria y en sus móviles. Al atardecer, se embarcaron en un crucero por el río Hudson. Desde la cubierta del barco, contemplan la ciudad iluminándose poco a poco, creando una estampa mágica que las deja sin aliento.

 

Esa noche, se sumergen en la magia de Broadway donde asisten a un musical lleno de color y energía que las transporta a otro mundo. La música, las coreografías y la historia del musical las cautivan por completo. Para cerrar la velada deciden disfrutar de la vida nocturna y se dirigen a un bar con música en vivo, donde bailan hasta el amanecer, felices y dichosas, antes de declararse su amor.

domingo, 31 de marzo de 2024

Lecciones


Griselda, una joven enamorada, escucha con tristeza las palabras del viejo maestro quien le indica que el amor se debilita con el tiempo: «es como la llama que necesita ser alimentada para que no cese», le dice. Esas palabras la hacen reflexionar y recuerda la pasión inicial con Tomás y decide que no permitirá que la llama se extinga.

Ambos emprenden un viaje de renovación. Dedican tiempo a la comunicación, al romanticismo y a las actividades que los unen para recuperan la magia que los enamoró. Comprenden entonces que el amor no solo es un sentimiento, es una acción. Es la decisión diaria de cuidar la llama, de alimentarla con paciencia y cariño. Gracias a las lecciones del maestro, Griselda y Tomás convierten su relación en un jardín floreciente de amor eterno. Un refugio donde la llama del amor arde con fuerza, desafiando al tiempo y a la rutina.

domingo, 24 de marzo de 2024

Sensibilidad


El pianista se lesionó los dedos a propósito. Quería sentir en cada tecla que pulsara belleza y dolor. Brotaron entonces las notas teñidas de un rojo carmesí y los dedos vendados y ensangrentados, tocaban con una intensidad desgarradora. Cada tecla era una punzada de dolor, una explosión de belleza.

El público, en un silencio sepulcral, observaba fascinado. La música, impregnada de sufrimiento y pasión, los transportaba a un mundo de emociones encontradas. La belleza del sonido se mezclaba con la crudeza del dolor, creando una experiencia única e inolvidable.

El pianista, con el rostro empapado en sudor y lágrimas, no se detenía. La música era su catarsis, su forma de expresar lo que las palabras no podían. A través del dolor, encontraba la belleza, y a través de la belleza, encontraba la redención.

Las notas finales resonaron en la sala, dejando un vacío que solo el silencio podía llenar. El público, conmovido y atónito, se levantó en un aplauso atronador. El pianista, exhausto pero victorioso, se inclinó ante ellos, con una sonrisa que reflejaba la satisfacción del deber cumplido.

A partir de ese día, el pianista fue conocido como el artista del dolor. Su música, impregnada de una sensibilidad única, cautivaba a todos los que la escuchaban. El público acudía en masa a sus conciertos, ansiosos por experimentar esa mezcla de belleza y sufrimiento que solo él podía ofrecer.

domingo, 17 de marzo de 2024

El editor


Encendía un cigarro con la colilla de otro mientras no dejaba de parlotear como quien lo tiene todo hecho. Los libros se hacen solos, nacen, viven y se pierden en la inmensidad del olvido, solía explicar con frecuencia. Los techos del cuartucho que habitaba parecían decorados de estuco amarillo, a juego con el palidecer de muchos de los volúmenes que lo rodeaban. Nunca lo oí hablar bien de ningún escritor, los consideraba seres vanidosos, petulantes y engreídos, solo absueltos por la calidad de su trabajo si la tuviera. Y era cuando enumeraba una sarta de anécdotas padecidas por su estirada clientela.

Me mostró una columna donde se amontonaban gruesos librotes para explicarme que todas ellas eran autobiografías y memorias. Una pérdida de tiempo porque como defendía Max Aub: las biografías hacen mucho daño. Vale la obra. Por ella se salva uno. Después me lanzó una publicación para contarme que el pobre sujeto autor del mamotreto concebió la ilustre idea de prologarse a sí mismo, por no acudir a algún premio Nobel que lo hiciera y eso provocara unas ventas exageradas de su biográfica parida.

Deudas, nada más que deudas, es lo que me decía tener después de tantos años dedicado a este negocio y sacaba del cajón de su mesa un paquete de tranquilizantes, consecuencia de no poder dormir por las preocupaciones para, a continuación, detallarme que no podría jubilarse y enterrar su pequeña editorial. Luego me contaba lo de su mujer cubana que cuidaba a su padre con demencia senil y a la que quería traerse a España junto a sus tres hijos.

Lo conocí cuatro décadas atrás a través de un amigo común y continuaba en la misma covacha libresca. Cada vez que lo visitaba me regalaba las publicaciones que consideraba más peculiares, a sabiendas de mi gusto por la literatura y mi invisible afición a la escritura.

En cierta ocasión me entregó la cubierta de un libro al que faltaba la tripa: ‘La luz de los confines’ de Galdeano Ortiz. Me descubrió que Ortiz llevaba cuarenta años escribiendo la misma novela, aunque no llegó a plasmar una palabra sobre el papel ni teclearla en el ordenador. Lo que no era óbice para que contara cómo iba la obra y hasta narrara la trama y el desarrollo de los personajes. Pensé que era una broma y entonces lo describió como un relator verbal.

Otro de sus personajes favoritos era Francisco Torrezno al que bautizaba como escritor virguero, porque tras escribir cada texto lo destruía en su propósito de pasar a la posteridad sin haber publicado una sola línea. Lo usaba para corregir los borradores de los escritos de neófitos y analfabetos que querían publicar, como una joven enfermera que tras crear su primer poemario y vender tres ejemplares, le aseguró que las líneas de su mano habían cambiado y le pronosticaban una exitosa carrera literaria.

Me mencionó también a Álvaro Íñiguez, quien escribía mal adrede debido a su miedo a ser plagiado. Licenciado en Filología Hispánica, hombre de una extensa cultura e insaciable lector, jamás mostraba un texto bien escrito y guardaba, en una caja fuerte, varias narraciones por miedo a que le usurparan su originalidad.

Nuestra conversación la interrumpió una de las muchas llamadas que sonaban en su móvil y que no tuvo más remedio que atender. Era su madre, viuda desde hacía más de treinta años y que no pudo hacer de su hijo alguien de provecho que se dedicara a un trabajo digno y normal. Me dejó y se marchó a la farmacia a por las medicinas de mamá maldiciendo en hebreo.

domingo, 10 de marzo de 2024

La sexta extinción



—No parece que la situación vaya a mejorar.

—Al contrario, todo indica que el asunto va a empeorar.

—Demasiada sobrecarga.

—Nunca este planeta ha soportado una plaga de estas dimensiones.

—¿Plaga? ¿Te refieres al desastre humano?

—Andamos todo el día hablando de calentamiento global porque se ha puesto de moda.

—O porque han subido las temperaturas y hemos ayudado un poco. Y porque nos dirigimos hacia la desertificación de amplios territorios.

—Y existen temas tan preocupantes o más que esos como la superpoblación o la reducción de las materias primas. Cada vez somos más con menos recursos naturales.

—Por no acordarnos de los virus, o una variación en el porcentaje de oxígeno en la atmósfera o cualquier otra variación en nuestro precario equilibrio cosmológico.

—¿Sabes lo que pienso a veces?

—¿Qué?

—Pienso que se acerca una nueva extinción masiva, un proceso evolutivo de selección natural que limpiará el planeta de la especie humana.

—Un modo de reinicio y vuelta a empezar.

—Bueno, pues eso que entendemos tan lógico a la mayoría de nuestros congéneres le da risa.

—Anda coge las herramientas y vamos a continuar alimentando al ganado.



domingo, 3 de marzo de 2024

Júbilos



Noelia distraída en sus pensamientos caminaba en busca de su próxima tarea y se encontró con Araceli, una conocida algo más joven que ella.

—Te veo muy bien Noe —le espetó sin saludar.

—No me quejo ahora que ando más libre y con menos estrés.

—Ya me he enterado que te has jubilado.

—No.

—¿Cómo que no te has jubilado?

—No, una se jubila cuando se muere. Tan solo he cumplido con una condena de cuarenta años trabajando y recupero, con suerte, mi libertad. Y me molesta mucho que definan mi vida en función de la utilidad del trabajo, con un antes y un después, como si fuéramos individuos programados para serles útiles a este sistema que te exprime los mejores años de tu vida y te suelta si ya no le interesas. Además, no tengo más tiempo, tengo mi tiempo para ocuparlo en lo que quiero e invertirlo en mí, para detenerme en la calle y hablar con la gente, igual que en este momento, sin ninguna prisa, y de hacer cosas por mero desinterés.

—No sabía que pensaras así.

—Es más, pocas cuestiones me desencantan ya, quiero a las personas tal como son y puedo decir que ‘trabajo por amor al arte’ en las cosas que hago.

—¿Y la edad, los achaques, el cansancio de vivir?

—Bueno los acepto como parte del equipaje que va conmigo y trato de relativizarlos mirando hacia el paisanaje o haciendo bosque con las personas que me importan, o alegrándome porque nada me ancle y pueda observar, escuchar, atender a la vida que pasa.

Araceli calló y, tras despedirse, se marchó pensativa pero feliz por su amiga.

domingo, 28 de enero de 2024

Domingo de resurrección



El timbrazo repentino la sacó del sopor transoceánico del almuerzo. Abrió la puerta para encontrarse con un rostro joven de mujer, bastante arreglada y que sostenía una carpeta bajo el brazo. Seria, elegante, el pelo recogido y una actitud de serena firmeza en su mirada.

—Dígame que quiere —la interrogó.

—Buenas tardes. Vengo porque es la fecha según queda registrado en la póliza.

—¿La póliza?

—Sí, la de doña Lucía Salmerón.

—¿La abuela? ¿qué le ocurre a la abuela?

—Es el día fijado y acudo a realizar el papeleo.

—¿Qué momento?

—Bueno —carraspeó—. El momento del sepelio. Lo siento.

—Pero, cómo… —balbució desconcertada, pensando a la vez si sería una broma o estaba ocurriendo en realidad.

—Ya sabe, hay que hacer los trámites. Decidir si quieren enterramiento o incineración, el tipo de féretro, si van a querer que la arregle la tanatoesteticista…

—Pare, pare, pare, ¿me habla del entierro de la abuela? Si está ahí tan tranquila sentada en el salón, viendo la tele.

—Ya, lo siento mucho y la acompaño en el sentimiento, pero le ha llegado su hora.

—No puede ser, esto es un programa de esos de cámara oculta, ¿verdad? —y miró confundida en derredor.

—Tranquilícese, entiendo que es doloroso, si bien todas las personas tenemos nuestro día señalado.

—Mire, no sé si reír o llorar o lanzarla a usted por el hueco de la escalera —manifestó irritada.

—Solo he venido a que firme estos papeles, es un puro trámite, aunque sea la muerte de su abuela.

—Es mi madre, tiene noventa años y está vivita y coleando. Y usted se la quiere cargar.

—No se equivoque señora —indicó subiendo en tono—. No quiero matar a nadie, simplemente cumplo con mi trabajo y aquí dice que doña Lucía tiene que fallecer hoy.

El texto de la vida se reveló antes sus ojos y se dejó vencer por una sensación como de torbellino cuya gravedad te hunde en su agujero, mezclándose lo real y lo soñado de quien no entiende muy bien por qué cuesta tanto despertar.

domingo, 21 de enero de 2024

Sacapuntas


El silencio mandaba en el patio de vecinos quebrado solamente por el eco de las gotas escurridas de los trapos colgados al chocar contra una chapa. A esa hora era notoria la ausencia del concierto ruidoso habitual, perros que ladraban, bebés que lloraban, timbres que sonaban y llamadas de teléfono, golpes de objetos caídos y puertas cerradas de repente, voces y gritos.

El color ceniciento con que la luz se desplomaba por el hueco cuadrangular agrisaba aún más las baldosas, apagaba el verdor de las plantas y descoloría aún más las raídas cortinas.

Carmen abrió la ventana para colgar el paño de cocina tras una meticulosa limpieza. Al otro lado descubrió a su vecina imitando su acción. Tras saludarse Carmen emprendió un monólogo.

—Sabes que mi hijo trabaja en una peluquería y se ha hecho influencer, y yo le dispongo la ropa. Siempre se ha fiado de mí y si va a un congreso me pide que le prepare algo y yo le busco vestuario para que vaya conjuntado. No como su hermano que fue en chándal a la reunión de influencers. Mi Rubén es más responsable y mi Darío es más haragán. Sabes que un día me llamó desde Estambul donde había ido a operarse de las orejas de soplillo, que él ha tenido esa frustración desde chico; él tan guapo, normal que quisiera apañárselas. Y me llama el mismo día del atentado en el mercado de Estambul que, además descartaron visitar porque el chófer del hotel les indicó que no fueran ese día ya que la mayoría de los puestos cerraban. Y mi Darío que estaba en Londres me cuenta mira lo que está pasando en Turquía. No me digas, que Rubén y la novia están allí. Y que los llamó y que no sabían nada porque aquel país no es una democracia, no daban la noticia en los informativos y mi Darío sabía más que mi Rubén que no se creía lo que le contaba porque allí la tele no mencionaba nada de lo ocurrido y qué susto, vecina. Pues igual que cuando queda con el padre para tomar una cerveza y trata de meterse conmigo, mi Rubén lo corta rápidamente y le advierte, si vas a hablar mal de mamá me voy, y el padre rectifica y le pide que no se vaya que quiere charlar con él. Porque mis tres hijos y yo hemos estado juntos y ellos tan responsables se hacían la comida si no faltaba, y cuando dije de ir a trabajar a Barcelona, ellos me animaron, pero me vine al poco tiempo y me puse a cuidar personas mayores por la noche y por la mañana vendía en la tienda de modas, pero no los veía, aunque ellos se defendían bien y por eso la cerré. Mi Miguel, es diferente a sus hermanos, es como el padre, bueno con las matemáticas. Puede estar con el teléfono y con el ordenador y me dice, no mamá tú tienes que pagar esto o lo otro de autónomo, y tiene cabeza para los números. Por eso te digo, vecina, que nosotros estamos muy bien avenidos, que no somos de sacarle punta a las cosas.

La otra mujer medió entonces y comentó con parsimonia: es que sois una familia sin sacapuntas.



domingo, 14 de enero de 2024

Faena


Al sacar el ataúd del coche fúnebre una mujer gritó: «¡A hombros! ¡Que lo lleven a hombros!». Cinco hombres cargaron con el féretro y algunas miradas, en aquel momento, se dirigieron hacia él, cuya presencia era circunstancial tras detener su paso por respeto en el encuentro con el grupo de acompañantes del entierro. Entendió que se trataba de un deber cívico ayudar en la carga del finado mientras recordaba ese pasaje de los evangelios que menciona el reclutamiento de un campesino que, cuando volvía de su trabajo, se cruzó con unos condenados que caminaban hacia su crucifixión, y fue obligado a cargar con una gran cruz sin beberlo ni comerlo.

El compañero con el que se emparejó para llevar la caja al ser de menor altura que la suya, le provocaba un desollamiento en su hombro tras cada traqueteo, mientras que los pies de quien le seguía en la fila le pisaba los talones. «Estas cosas deberían tener un ensayo previo», pensó gritar en medio del silencio solo interrumpido por algunos sollozos de los familiares.

Para más inri, el plano inclinado del cajón hacía que cada giro hacia la derecha dentro del camposanto, provocara un desplazamiento del cadáver hacia su lado, golpeando la madera con tal sensación que sentía como si llevara al fallecido sobre sus espaldas. Ahora entendía aquello de pesas más que un muerto que le decían siendo un niño crecidito.

La situación empeoró cuando hubo de bajar una rampa bastante inclinada con un giro hacia la izquierda hasta llegar a un nuevo patio del cementerio. Recordó, en ese momento, la cita de esa tarde con unos amigos, algo que le alivió de su pesada carga.

Apretó los dientes antes de enfilar un ligero repecho y por fin pudo divisar la sepultura donde un operario preparaba los materiales para sellar el nicho. En ese instante los presentes comenzaron a tocar las palmas. Entendió que era una ovación al esfuerzo realizado y apenas se desprendió de su misión de cargador, comenzó a hacer genuflexiones ante el público asistente.



Un tiempo único

    Nauplio Fernández observó, al despertar, que no se había movido de la cama en toda la noche. Entonces una idea iluminó su cerebro: e...