domingo, 18 de diciembre de 2022

Solipsistas


—¿Es usted el juez que presidirá esta sesión?
—Lo soy —contestó con una serenidad majestuosa— ¿Y usted quién es?
—Soy el fiscal narrador de esta historia.
—Quiero dejarle claro que en este juzgado soy la Ley y nadie está por encima de mí.
—Quiero que tenga en cuenta que soy quien escribe su destino.
El juicio comenzó con las alegaciones por parte de los abogados de los litigantes, quienes expusieron de manera muy subjetiva sus alegatos. El juez los escuchó peripatético y poco entusiasmado. Las defensas presentaron a sus testigos, bien aleccionados sobre qué tenían que responder a sus preguntas y qué no debían decir a la parte contraria.
—Esto parece un espectáculo —apostilló la voz narrativa—, un cenáculo de la probidad.
—Es el procedimiento judicial.
—Los testimonios de esas personas son sesgados y tendenciosos. Vienen instruidos sobre qué deben manifestar.
—Mi deber es escucharlos antes de un pronunciamiento salomónico.
—Ahora entiendo porque llevan toga.
—Sí, por qué —preguntó contrariado—.
—Porque en la judicatura todo es oscuro.
—Le voy a expulsar de la sala.
—No puede. En todo caso podría echarme de su cabeza.
—Pues eso haré. Dejaré de pensar.
—Si lo hace se estará condenado a perder el juicio.



domingo, 4 de diciembre de 2022

Una muerte anunciada



Al pasar por aquella plaza vi cómo la gente se arremolinaba en una esquina. Algunas personas hacían grandes aspavientos y otras llamaban por teléfono. Me acerqué con cautela y curiosidad para saber qué pasaba. Una joven se cruzó sollozando en mi camino. Después escuché a alguien decir: «ha sido un infarto». Mi interés primó por encima de mi prudencia y esquivando el gentío comencé a observar el cuerpo de un hombre tendido en el pavimento, mientras otro intentaba reanimarlo presionando su pecho e insuflándole aire por la boca.

Al principio no aprecié nada raro, pero enseguida distinguí en aquel rostro el mismo que suelo ver por las mañanas en el espejo o al menos guardaba bastante parecido. Pude comprobar que su vestimenta era idéntica a la mía, incluso los zapatos eran similares y, en ese momento, me invadió una angustiosa sensación de inexistencia.

Al poco, apareció una mujer compungida que al acercarse se asemejaba terriblemente a mi compañera. Los servicios sanitarios llegaron y comenzaron a atender al accidentado que permanecía en estado inconsciente. Lo introdujeron en una ambulancia y sentí como si me despidiera de la vida.

Uno de los médicos preguntó por la identidad del infartado. La esposa le dio los datos.

No era mi nombre y respiré tranquilo.



Un tiempo único

    Nauplio Fernández observó, al despertar, que no se había movido de la cama en toda la noche. Entonces una idea iluminó su cerebro: e...