domingo, 27 de enero de 2019

La cucaracha



Cada noche me topo con ella el cuarto de baño. Nos miramos fijamente a los ojos mientras mueve sus antenas en un desafío que recuerda aquellos duelos que mantenían los pistoleros del Oeste. Entonces pienso si será un pariente lejano de Gregor Samsa y no me atrevo a matarla. Las cucarachas pueblan este planeta desde hace 300 millones de años. 

Al final los dos nos damos la espalda y volvemos a los quehaceres del sueño.

viernes, 25 de enero de 2019

La ilusión de todos los días






A Raúl le habían diagnosticado aquella mañana un cáncer de pulmón. Quiso saber la verdad en toda su crudeza. El doctor le contó que la metástasis estaba muy avanzada y que el final era inevitable y no muy lejano. La primera pregunta que pasó por su cabeza fue «por qué a mí», a la que siguieron otras interrogantes no menos amenazadoras.

Horas después otra noticia terminó por perturbarle el día. Era el único acertante de un sorteo de lotería y le correspondían diez millones de euros.

Raúl no entendía qué broma le gastaba el destino. Recordó que al conocer su diagnóstico pensó «por qué a mí dos veces». Y pensó que las desgracias nunca vienen solas, porque detrás de un día malo puede venir otro peor.

domingo, 20 de enero de 2019

Día de playa



La justicia, siempre divina, de la atmósfera pronosticaba un día termométricamente con las isóbaras a fiebre de camello. Discutían los noticieros especializados sobre la proclive tendencia a mantener las presiones atmosféricas en una cotización al alza. Vanesa desayunaba en camisón de seda verde y unas braguitas que amordazaban la frondosidad de su vello pubiano. Sumergía su cuchara sopera en el tazón de leche blanquecina y fresca para rescatar, con distraído automatismo, una buchada de cereales empapados de lácteo dulzor. Las fibras y el budismo eran la última cruzada dietética que se había empeñado domesticar. Pero Vanesa nunca pensaba que estaba comiendo porque le resultaba arduo el proceso combinatorio de la nutrición.

Soñar despierta era un ejercicio emocionante que además le reportaba una súbita belleza a su rostro infantil y maligno (una mezcla, digamos, de chica vamp y Lilí Monster). A pesar de lo enmarañado de su pelo, alborotado por alguna aventura onírica de la noche y del desdibujo de las postreras huellas de maquillaje, conservaba un aspecto vigoroso y fuerte, tan propio de las nativas de Tauro. Pero los 113 grados Fahrenheit de aquella mañana, le habían hecho encajar, súbitamente, una mueca de asombro y de perplejidad, enrareciendo su carita de cera virgen. Este iba a ser un día de calor, de un calor que haría sudar hasta las piedras. Se ordenaron entonces en su mente, mientras alzaba el tazón para finiquitar el asunto del desayuno, las imágenes de su biquini rojo, la arena ardiente, la sombrilla con paisajes de oasis, el chismorrear casi silente de las pequeñas olas, una pareja de delfines gemelos y la línea infinita del horizonte marino de un azulado refrescante. Un calor tontencino iba tomando el día por todas sus arterias y otros conductos de la circulación sanguínea.

Llamaron a la puerta justo cuando la radio anunciaba, el último boletín tórrido que recitaba una oleada de fuego, alcanzando, en esos momentos, la temperatura crítica soportable por la exudación de los cuerpos, situada por ciertos entendidos, no sin polémica, en los 140 grados Fahrenheit. Vanesa entonces perfilaba ante el espejo su ritual de labios y carmín, la malévola constelación de pecas ubicada en sus mejillas, y se alegró, al saber, que había llegado Luis para llevarla. Sólo la retuvieron los cinco segundos imprescindibles del último retoque.

Sorprendida al entreabrir la puerta y no ver a nadie, sólo halló un charco de líquido en evaporación y reconoció las bermudas con dibujos de pececitos tropicales que le regaló a su novio. El calor le había echado por alto un día de playa.

miércoles, 16 de enero de 2019

La máquina del deseo





Cada fin de semana al salir a tomar copas con Daniel me repetía, como en una especie de ritual, que en algún lugar de esta o de otra ciudad, estaba seguro había una mujer afín a él, cuyo encuentro desembocaría en una noche de amor. 

Siempre pedía lo mismo: un artilugio capaz de averiguar quién era y dónde estaba. Algo que de tan sólo imaginarlo lo hacía feliz.




domingo, 13 de enero de 2019

El beso







Llovía sobre el silencio de la noche coja con mansedumbre y delación, en una noche de mayo cuando todas las puertas se han cerrado. La tormenta del miedo que auscultaba entre los borradores de los sueños, se hacía fuerte y jadeaba. El tiempo era un misterio envejecido como un vino añejo. Entonces la besó en la boca. La besó con un beso apasionado y definitivo mientras su mano derecha agarraba la nuca que tapaba una ondulada melena pelirroja de reflejos oscuros desplegada en el aire de la noche. Sabía que la perdía, que ya la estaba perdiendo desde esa noche desangelada. Sara no entendió el porqué de aquel beso, ni el titilar de las estrellas que asomaban en el silencio como puntitas de cristal, ni la mirada extraña del transeúnte que cruzó aquel instante. Una lágrima andrógina se deslizó por la mejilla de Esperanza mientras recordaba la última escena de la película Thelma y Louise.

domingo, 6 de enero de 2019

Mucho rímel

Sintió como su mirada le entraba dentro hasta herirlo, como sus ojos lo desnudaban hasta exponerlo indefenso. Parecía como si un millón de agujas le hubieran penetrado cada poro de su piel. Apenas podía balbucir una palabra porque aquella que 𝘩𝘢𝘤𝘦 𝘵𝘦𝘮𝘣𝘭𝘢𝘳 𝘥𝘦 𝘤𝘭𝘢𝘳𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘭 𝘢𝘪𝘳𝘦 lo había desarmado y sentía como se hundía hasta naufragar. El parpadeo de sus pestañas, como el batir de alas de una mariposa, le hizo salir del mal trago. Había mucho rímel. «Me pones un cubata».

sábado, 5 de enero de 2019

Pésame




Fue a dar las condolencias a un conocido por el fallecimiento de un familiar. Al acercarse a la casa vio la mesilla con el libro de firmas y las sillas en la puerta. No era una tarea grata pero había que cumplir. Fuera no había nadie y pensó que quizás era muy pronto o muy tarde. La puerta de la calle estaba abierta pero en el recibidor las sillas permanecían vacías. Tampoco se escuchaba ningún ruido que advirtiera de la presencia de gente en la casa. Se extrañó y dudó si entrar o marcharse para regresar después, pero se dijo que ya que estaba allí no era cuestión de volver otra vez. Entró con parsimonia mientras buscaba con la mirada la presencia de alguien en la vivienda. El velatorio estaba vacío. Su olfato lo orientó hacia el olor a crisantemos, gladiolos y lirios que emanaba desde una habitación al fondo de la casa. Durante un instante estuvo desconcertado sin saber hacia dónde ir, pero se decidió y llegó hasta la habitación donde estaba el féretro. El cadáver no estaba y en su lugar un cartel indicaba: «ni vivo ni muerto». Sintió un repentino escalofrío y se marchó. Caminó molestó durante un rato porque consideró inútil su acción y, sobre todo, se sintió frustrado por no haber podido dar el pésame a nadie.



viernes, 4 de enero de 2019

Proceso estocástico



El tiempo de espera de cada uno de los diferentes usuarios que llegan a una oficina de Correos y se ponen a la cola en una de sus ventanillas para hacer una gestión, es un proceso estocástico.

Una de las variables más terribles de este proceso es que te toque una señora con varios bultos mal empaquetados que quiere enviar, a su hijo residente en Alemania, unos embutidos del pueblo (chorizos, morcillas, longanizas, etcétera).

Las variables aleatorias indexadas pueden llegar a ser infinitas como el tiempo que deberás esperar tú y se reflejan en un índice aleatorio. El conjunto de las mismas va desde no saber poner la dirección a no hablar el mismo idioma que el operario de Correos y pasan, con parsimonia, por un conjunto de relaciones temporales como salir a buscar al marido para que especifique el contenido de los paquetes ya que ella no se acuerda, no saber rellenar el impreso de certificado, dudar si el envío es por avión o transporte corriente, mirar en el monedero para ver si lleva bastante dinero y, finalmente, discutir por el precio.



jueves, 3 de enero de 2019

Dentro del cuento



Despertó con la terrible resaca de la noche anterior sin saber dónde estaba y ni quién era. Tambaleante, se levantó de la cama con náuseas y se dirigió hacia el cuarto de baño. Abrió la puerta y le sorprendió la luz que entraba clara por la lucerna. Abrió el grifo y se refrescó la cara. Quiso, en ese momento, reconocerse en el espejo donde se podía leer la leyenda: ¿te has contado ya el cuento de esta Navidad?



Un tiempo único

    Nauplio Fernández observó, al despertar, que no se había movido de la cama en toda la noche. Entonces una idea iluminó su cerebro: e...