Chuang
Tse pensó dentro de mi cabeza: no sé por
qué soy como soy. Y el mundo giró en torno a mí delicadamente. Adiviné que
era sabio, pero no uno cualquiera sino aquel que debería desentrañar mis
entrañas. Empecé entonces a considerar mi inutilidad aquiescente, desde que mi
padre me dijo que no servía para nada, como una potencia del infinito. Asumí los
peligros del conocimiento, no como un temor, sí, acaso, como un vértigo
cervical de ser ante la cantidad de ausencia que concentra el Universo, y
concebir que el amor es el grosor del vacío. La perfección está en adaptarse a todo con ligero corazón,
manifestó Chuang en mi entender, ante lo espinoso de aceptar el destino de
manera natural, ingenua y espontánea, hasta ser aquel que con inocencia viene y con sencillez se va. Y en este
camino volátil y mudable, desaprender para no seguir ningún patrón porque la vida es cosa prestada.
domingo, 12 de mayo de 2024
Textos escogidos
domingo, 5 de mayo de 2024
Helena ha dejado el grupo
En el WhatsApp se podía leer el mensaje sucinto: Helena ha dejado el grupo.
—¿Por qué se ha ido Helena? —preguntó Héctor.
—No lo sé, pero seguro que le habéis dicho algo malintencionado, porque os conozco —escribió Penélope.
—Bueno ya sabéis lo voluble que es Helena. No le daría mayor importancia, mañana pedirá que la volvamos a meter —medió Paris.
—Lo último que apuntó es que estaba amurallada en este grupo —recordó Penélope.
—¿Amurallada? ¿Eso qué es? — interpeló Briseida.
—Pues que se siente atrapada, incomprendida, juzgada, lo de siempre —respondió Ifigenia.
—No seas así. Helena tiene sus problemas y a veces necesita desahogarse —intentó suavizar Menelao.
—Pues que se desahogue con un psicólogo, no con nosotros. Que ya estamos hartos de sus dramas y sus quejas —replicó Ulises.
—Bueno, no os peleéis por esto. Lo mejor será que alguien hable con Helena y le pregunte qué le pasa. ¿Alguien se ofrece? —propuso Tetis.
—Yo no, desde luego. Ya tuve bastante la última vez que intenté consolarla y me soltó una sarta de reproches —dijo Eudoro.
—Ni yo. No tengo ni idea de cómo tratar con ella. Siempre se enfada por cualquier cosa —añadió Criseida.
—Vale, pues me toca a mí. A ver si consigo que me explique qué le ha molestado tanto como para dejar el grupo —se ofreció Casandra.
—Suerte con eso. Ya nos contarás qué te dice —deseó Glauco.
—Y no te dejes manipular por sus lágrimas de cocodrilo —advirtió Hécuba.
—¿Cómo os pasáis con la pobre Helena? —sentenció Briseida.
—Esto va a terminar peor que la guerra de Troya —se mofó Aquiles.
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