domingo, 26 de septiembre de 2021

El jardín secreto



Cuentan de un hombre extravagante que cultivó un luminoso jardín lleno de las más maravillosas y exóticas plantas, nunca contempladas por ojos humanos. En su vergel creció la flor del sonido que en su ulular imitaba el llanto nocturno de un niño; la flor abanico, abierta al soplo del viento ábrego; la flor del gato de largos bigotes y espinadas garras; la flor de la pituitaria que mezclaba todos los aromas agradables; la flor del beso que daba amor sin fin; la flor linterna de iridiscencias lunares; la flor de porcelana, quebradiza a la mirada; la flor garza primorosa y alada; la flor de jade hecha del mineral de las palabras; la flor leona que rugía sus colores; nenúfares aéreos flotando como nubes; orquídeas murciélago que vampirizaban la luz; la flor de la escritura, reflejo de todos los libros leídos; flores cuánticas con pétalos cúbit; y la flor de la imaginación, capaz de ser presenciada de infinitas maneras. Cierto día cuando nació la flor de la muerte, murió y con él toda esa belleza, al ser su última voluntad el sellado y desmemoria del lugar. 

Ocurrió entonces un final sobrevenido a esta leyenda porque su mejor amigo, a semejanza de lo que sucediera con Kafka, traicionó su petición y no echó al fuego la llave del jardín cuya hermosura puede ser admirada por cuantas personas sientan curiosidad y gusto floral.



domingo, 19 de septiembre de 2021

El caminante



Levantó su cuerpo temprano dispuesto a ejecutar lo planeado el día anterior. Mientras preparaba la marcha se paró un momento ante el espejo y, sin pronunciar palabra, se dio un consejo. Luego que todo estaba preparado y el desayuno acabado, salió del domicilio despidiéndose de nadie y, ya en la calle, volvió la mirada hacia el edificio como si no hubiera de retornar al mismo nunca más.



Echó a caminar como quien va a la tienda del barrio a comprar algo que olvidó y cada uno de sus pasos tenían un latido distinto. Los primeros sonaban a música de jazz y marcaban el swing de las pisadas que recordaban a las correrías de su infancia, dejando atrás la ciudad como quien abandona su niñez. Recordó, entonces, una cita de Kafka: «La historia de los seres humanos es un instante entre dos pasos de un caminante».



Los kilómetros se fueron acumulando en las plantas de sus pies, primero sobre el asfalto y después sobre la tierra rojiza. La melodía que imprimían sus piernas comenzaba a sonar a baile de salón, intentando evitar los hoyos y los guijarros más ariscos.



Sus pies no hablaban mucho, aunque cargaban con el peso de su organismo y él lo sabía, por lo que decidió regalarles con una visión del paisaje boscoso lleno de pináculos verdes, musgos, helechos y yerbas medicinales.



Recorrió un gran trecho del camino en soledad, cubierto por el cielo azul y atento a las conversaciones de los pájaros. De tarde en tarde se cruzaba con alguien que no existía y, aun así, lo saludaba.



Para reponer fuerzas detenía su andar y aguardaba a que lloviera un poco de maná para alimentar su flacura y el adelgazamiento de su resistencia, cada vez más convencido de que transitaba por una ruta invisible.



El ocaso decidió aparecer por el horizonte, se presentó sin más con el cotilleo de que lo vio salir del hogar una mañana de hacía cientos de años, y ahora lo conminaba a tomar pensión y cama. Antes de hacer la parada nocturna, contó las estrellas y le faltaba una de las habituales, provocándole una cierta melancolía.



Alojado en una fonda de mala muerte soñó que un caminante opuesto a él descaminaba lo que había andado, borrando sus huellas como quien borra el tiempo, otorgando un sentido contrario a sus pasos, a sus pensamientos, a su sentir, que siempre veía de espaldas y en el que se reconocía de manera extraña como un viajero de sí mismo desconocido e inverso.



Lo espabiló la cisterna de la habitación contigua al sonar como un despertador de agua cuando el alba amanecía por decreto ley. Tornó al sendero y comenzaron a crecerle los pies con cada paso dado, algo que provocó tres cambios de zapatillas a los mil kilómetros.



Este crecimiento le facilitó un marchar más deprisa como si fuera un andarín atleta capaz de llegar a su destino antes de que la carretera hubiera terminado.



Al fin llegó a una playa, él, sus pensamientos y su dolor de plantígrado. El agua del mar le habló para convencerle que ya no estaba fatigado porque su cansancio se había solidificado, y que era hora de volver a casa donde nadie le esperaba para recibirlo con los brazos abiertos y una limonada.

domingo, 12 de septiembre de 2021

domingo, 5 de septiembre de 2021

Alunizaje



Selene acudió ese lunes al comercio donde trabajaba, una franquicia de ropa usada en días de plenilunio. Aquella mañana la imagen de una lunática había quedado atrapada en las lunas del probador. Selene alucinada por la escena llamó un perito en lunas para que pudiera sacarla de la situación de creciente tensión. Una marea de clientes abandonó el local inundando la calle con el consiguiente lunar para el negocio propiedad de un tipo a quien apodaban el Hombre Lobo. Todo acabó cuando un eclipse oscureció esta narración.



Un tiempo único

    Nauplio Fernández observó, al despertar, que no se había movido de la cama en toda la noche. Entonces una idea iluminó su cerebro: e...