domingo, 1 de agosto de 2021

Impuntuales







Cuando la novia llegó al lugar acordado para la ceremonia, testada por una diadema de horquillas florales sobre su melena recogida y ceñida en un traje de albura perfecta, el recinto permanecía vacío. Desconcertada, miró primero el reloj y, de inmediato, volvió sus ojos hacia el padrino, quien se encogió de hombros mientras ponía cara de interrogación. Entallada en un largo vestido con escote palabra de honor y un sobrehilado de encaje, allí se encontraba ella peripuesta y sin nadie. 

Todo preparado para la celebración: la pérgola de colores brillantes de la que colgaban guirnaldas de tela en franjas de oro metálico y violeta eléctrico; las sillas en formación espacial simétrica; el atril solemne de los discursos sentimentales y hueros; el fondo marino con un mar de azul digital y un cielo celeste metalizado; hasta una metástasis de felicidad se había expandido por el aire. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaban todos los invitados? Entonces sonó el teléfono móvil y un coro de voces, al otro lado, gritaron por el manos-libres: ¡Eres la primera novia que no llega la última a su boda!



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