domingo, 28 de marzo de 2021

Casamentero



No, nunca se casó. Eso sí, tampoco se perdió ni una sola de las bodas de familiares y amigos. Y fueron muchas las ceremonias, a contar por el número de habanos que guardaba con la inscripción de los enlaces, donde en sus vitolas se podían leer los nombres de las parejas y la fecha del casamiento.

Durante años guardó en una vitrina los cigarros puros de aquellas fiestas ampulosas, dicharacheras y rebosantes de alegría y felicidad. A veces los miraba como quien ojea un álbum de recuerdos y hasta se emocionaba, mientras mentalmente proyectaba imágenes de bailes y de risas, de mujeres esmeriladas y hombres beodos, de lágrimas y bendiciones de dicha.

Ahora, en edad crepuscular, se sienta en el pórtico de su soledad a ver morir el día. En ocasiones le llegan noticias de divorcios y separaciones. Va hacia la vitrina donde ya hay algunos huecos y busca el habano enfajado con los nombres de la pareja que ha roto. Vuelve al porche y lo enciende y succiona con vehemencia el humo. Acoge en sus pulmones una gran calada que luego con parsimonia lanza al cielo de amenazante rojez y, en tanto la fumarada se eleva hasta perderse en el espacio, piensa en las cenizas de ese amor.



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