domingo, 23 de diciembre de 2018

El filo de la cama



Las personas que tienen por costumbre dormir solas no saben el tesoro que poseen. En su descargo argumentan que, en esa práctica, echan de menos al alguien a quien poder abrazar las largas noches de inverno, un otro con quien charlar las cortas y calurosas noches de verano. Quieren, en definitiva, compartir los pensamientos del día y los sueños de una vida mejor y no estar solos en ese viaje que es el sueño nocturno. 

Está claro que hablan desde la inexperiencia sobre un hecho que resulta trascendente en la vida marital. La cama, una vez decides compartirla, se convierte en un mapamundi geopolítico y estratégico. Para empezar, debes elegir una parte de ella que será como si te condenaran a cadena perpetua, porque ya nunca podrás regresar al otro lado. Para seguir tendrás que ser de izquierdas o de derechas (en la cama), porque no hay punto intermedio. Podrás mirar la otra mesilla de noche, pero ya no te pertenecerá y hasta la lamparilla con nostalgia, pero ese interruptor no lo tocarás jamás de no ser que se rompa y tengas que acudir, no como usuario, sino como chapuzas doméstico. Es como si vivieras en España y te acordaras de China. 

Una vez te acomodas en la mitad del uso del colchón, lo peor está por llegar al sucederse una serie de litigios y calamidades que nunca habías previsto. El primero es el uso y abuso de la almohada que puede derivar en una tortícolis crónica o síndrome del pescuezo torcido, al que le esperan mañanas de masaje y Reflex. El segundo de los avatares es la llamada batalla por las sábanas, una guerra de tirones en la medio consciencia del sueño que, las más de las veces, acaba en trágica destapada, por no mencionar el tinglado que produce cuando a las sábanas añades la ropa de invierno (colcha, cobertor, edredón, etcétera), o cuando notas que tus pies están fríos y tu cabeza caliente. El tercero es cuando el enemigo avanza hasta sitiarte al mismo filo del precipicio (hay quien llega a caer al vacío). Entonces recuerdas con nostalgia como tu cama te recordaba a las grandes praderas donde solías retozar largas horas, buenos sueños.

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