Llamé a mi casa y me contestó mi voz.
—¿Sí? Dígame.
—Soy tú le dije.
—Me gasta una broma o qué.
—¿No me reconoces?
—Mire no tengo mucho tiempo que perder. O me explica lo que
quiere o le cuelgo.
—No te pongas en ese plan de situarte en un plano superior
que te conozco.
—Usted a mí no me conoce de nada.
—¿Cómo qué no? Te conozco cuando te levantas por la mañana
maldiciendo el hecho de tener que ir a trabajar; cuando te impacientas en los
atascos; cuando te exaltas porque alguien se demora haciendo la compra,
mientras tú esperas… ¿Quieres que siga?
—Vale, no siga usted. ¿Qué quiere venderme? ¿Es una nueva
oferta telefónica, libros, algo a plazos? ¿O se trata de una encuesta
camuflada? Le aseguro que si es algo de alguna confesión religiosa hemos
terminado de hablar.
—No vas a cambiar nunca, siempre te precipitas sobre las
cosas.
—Hombre, encima me da consejos de comportamiento. Dígame qué
quiere.
—Quiero que reflexiones sobre tu vida.
—Eso es muy metafísico.
—No eso es muy real. Piensa a qué dedicas tu tiempo.
—Lo dedico a aquello que me veo obligado a hacer y, cuando
puedo, a lo que me gusta.
—Pierdes el tiempo en cosas absurdas: escribir, Internet, en
especial esas dos cosas juntas, bajar al mar, hablar con los amigos,
intercambiar afectos, dedicarte al tiempo inútil de la meditación, leer, poner
un acento escéptico y pesimista a la forma de ver el mundo… ¿Crees que por ahí
vas a llegar a alguna parte?
—No lo sé. ¿Si usted me dice dónde hay que llegar?
—Podrías replantearte tu modo de vida. Antes no eras así.
—Me parece que es un poco tarde para cambiar las cosas.
Además, ya no recuerdo como era antes.
—Inocente, espontáneo, combativo, enamoradizo, libre.
—También cabezota, inconsciente, irresponsable, indolente
con los que me rodeaban.
—Pero ahora eres demasiado metódico y ritualista. El
pragmatismo se ha apoderado de ti y no haces nada que no tengas programado.
—Se me escapa el tiempo.
—Por eso, no echas de menos el cometer más errores, correr
más riesgos. Hacer más tonterías. Jugar como un niño.
—Siempre me faltará aquello que no tengo, pero lo que no
tendré nunca será otra vida para repetirme.
—Por eso come más pasteles y bebe más vino. Ten más
complicaciones reales y menos problemas imaginarios.
—Mi realidad imaginaria tiene tanto peso como el mundo
físico. Sin uno no podría vivir en el otro.
—La vida está hecha de momentos. No hay que dejar escapar el
ahora.
—Vivir es un momento. Ese es mi ahora.
Al colgar pensé: esta es la última vez que hablo con un
desconocido.
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