En aquella librería servían unos libros deliciosos y siempre lo invitaban a unas rondas de textos, así que cada noche volvía a casa borracho de letras. Menos en una ocasión cuando lo detuvo una pareja de críticos literarios y le hizo un control de novelas. El resultado que dio fue un porcentaje de best seller por encima de lo permitido. Un filólogo le retiró el carné de la biblioteca pública y lo condenó a leer a los clásicos de nuevo.
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