domingo, 9 de septiembre de 2018

Altos vuelos




La madre se lo tenía dicho, que no jugara con el niño. El padre siempre hizo caso omiso. Al principio sujetaba al bebé con sus largos brazos y lo subía a la altura hasta donde podía extenderlos. Después comenzó a lanzarlo por el aire hasta la altura del techo de la casa y el bebé sonreía.



Para no desentonar con lanzamientos anteriores, en la calle lo soltaba con fuerza hasta la altura de la farola y así prosiguió hasta alcanzar el tejado de la casa. El bebé sonería.



Ante la protesta de la madre viajó hasta Italia y lo proyectó hasta la altura de la torre de Pisa y cuando cayó lo recogió con certera precisión y seguridad.



Repitió su proeza en París, ante la torre Eiffel, en Shanghái junto al rascacielos que lleva este nombre y en el edificio Burj Khalifa hasta alcanzar sus 828 metros de altura, no sin el ¡ay! contenido de la madre hasta que el bebé —que sonreía— regresaba a los brazos de papá.



En el último lanzamiento, el padre reconoció que se le fue la mano. Ahora el bebé sonríe desde la Estación Espacial Internacional.

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