domingo, 10 de noviembre de 2024

Brote psicótico




Ha muerto Nicolás. Nadie le ha llorado. Vivía solo desde que falleció su progenitor. Aún recuerdo cuando caminábamos juntos hacia el colegio con apenas siete años. Siempre me contaba historias sobre lo que quería ser de mayor, que trabajaría en el banco como su padre. Y así fue que comenzó de botones siendo poco más que un adolescente. A veces me lo cruzaba con su elegante traje abotonado y sentía una pizca de envidia, trabajar en un banco tenía un cierto prestigio social.



Pasados los años y con mi vuelta a casa tras acabar la Universidad me crucé con él y no me reconoció. ¡Nicolás!, le grité y entonces se giró. Lo miré a los ojos y había perdido la mirada de siempre. Entonces me identificó y pronunció mi nombre. Luego continuó caminando con rapidez y moviendo los brazos con aspaviento. Era como si algo se hubiera roto dentro de él, algo que lo condenó durante décadas a deambular diariamente por la ciudad sin un destino. Desde entonces y hasta su muerte ahora, no volvió a ser quien conocí y a quien le auguraron un buen porvenir.



El cuento de su vida es una historia triste, como tantas otras, que no habría que contar.

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