Saca
su silla de anea a la puerta de la casa y la coloca en la acera. Parsimonioso
se sienta y extrae de una bolsa de tela un libro de crucigramas y pone una
botella de agua en el suelo. Es verano. El hombre viste pantalón corto gris y
camiseta de hombros interior blanca; calza unas sandalias negras de goma. No se
levanta de su asiento hasta que la línea de sol no lo alcanza. Entonces con
dificultad se eleva del asiento y entra en la vivienda. Esa rutina es repetida
a lo largo de toda la canícula o hasta que dura el buen tiempo, bien entrado el
otoño.
El
hombre orondo de perfiles redondeados y un gran mostacho ceniciento, echa una
panorámica con su mirada adusta hacia la calle, de norte a sur. Abre con
parsimonia su libreta y coge un bolígrafo Bic
de tinta azul. Después se dispone a resolver la primera columna horizontal del
crucigrama.
Palabra
de nueve letras: «Contienda, riña de palabras o de obras». De repente suenan
voces en el domicilio de enfrente que llaman su atención. Una voz femenina
amonesta a un muchacho: «¡Sabe toda la gente los pormenores de mi casa!»
Alguien contesta: «¡Ya me tienes harto!¡Me voy!», y dan un portazo al salir. Él
escribe pendencia.
Levanta
entonces la vista, satisfecho. En ese momento dos jóvenes pasan cogidas de la
mano. En la desnudez de sus cuerpos hay dibujados tatuajes que evocan estéticas
orientales. Incrédulo baja la mirada otra vez hacia el libreto que sostiene con
su mano derecha y lee en horizontal: «Exceso de galantería o rendimiento
amoroso». Trece casillas con una te y una ele. Su mente se ilumina y pone amartelarse.
Le
saluda la cartera que reparte el correo a diario. De manera dulce y calmada le
pregunta cómo está y le dice que hoy no tiene nada para él. Le contesta que no
se puede quejar y la tranquiliza con un «otro día será». Vuelve a fijarse en el
papel y lee: «los filósofos la usan para su imperturbabilidad». En la grilla
siguiente término de ocho signos: ataraxia.
Sube
la temperatura cuando progresa la mañana y echa un trago de agua. Después
observa la flor de una maceta que permanece lozana desde hace varios días.
Clava sus ojos en el texto: «aquello que permanece siempre fresco». Busca en su
cabeza, se detiene, se queda en blanco, piensa: «una ene y una eme seguidas».
Rellena las celdas: inmarcesible.
Luego
se distrae un rato viendo la reata de gente que transcurre por la vía y
vagabundea con su pensamiento hacia otros pasajes temporales. «Se utiliza para
la evasión, como salida de la realidad o como recurso para sortear una
dificultad». Encuentra efugio. Y vuelve a perseguir con la punta del bolígrafo
otra definición: «algo valioso que se halla de manera accidental o casual que
comienza por ese. Ahora sí: serendipia.
El
reloj solar avanza hasta más de la mitad de la callejuela. Un olor a fritura
inunda sus fosas nasales y recuerda que su apetito está vivo. Vuelve al papel:
en vertical, diez letras con una jota en medio: «Embrollo, jaleo, lío». Ahora,
lo sabe, huele a berenjenas, y en las casillas escribe berenjenal.
Pasa
el tiempo, el sol comienza a calentar sus pies y solo queda que encajar una
palabra de diez espacios: «Actividad de diversión o entretenimiento en que se
ocupa un rato de ocio». De repente tiene una visión donde se ve en esa misma
calle cuando era un niño. Juega con la tierra roja haciendo barro con el agua
de la lluvia. A los lejos otros niños lo llaman para jugar a la pelota. No va y
aparece un joven uniformado con un petate a la espalda. Ahora se reconoce
ataviado de novio y después entra en el hogar con un bebé en mantillas. Se ve sucio
volviendo del trabajo y enlutado con lágrimas en los ojos… Ya lo entiende: pasatiempo.
Hay quienes prefieren pasar el tiempo, otros buscan la forma de matarlo. Ambos se equivocan, pero ¿quién se los dice?
ResponderEliminarSaludos,
J.