Alberto, cercano a la sesentena, pulcro y canoso, caminaba
lento por el paseo marítimo, con la mirada perdida en el horizonte de un día descolorido.
El sol, tímido entre las nubes, proyectaba sus rayos crepusculares tiñendo de
naranja los edificios y las copas de los árboles. Alberto suspiró. La soledad
lo envolvía como una capa invisible cada vez más pesada.
Su vida había cambiado de ritmo desde hacía unos años. Su
matrimonio, antes tabla de estabilidad y rutina, se había extinguido en un mar
de reproches y desapegos. Sus hijos, dos jóvenes con profesiones liberales bien
remuneradas, habían emprendido su propio camino, ahondando más la sensación de vacío
y silente incomodidad.
Alberto, con el corazón aun latiendo por las brasas de un
amor marchito, se había propuesto reinsertarse en el ámbito social. Anhelaba
nuevas amistades, quizás un nuevo amor, que le permitieran llenar el vacío que
habitaba en su interior. Sin embargo, pronto se topó con una realidad que lo
desarmó: el mundo había cambiado, y él ya no era el centro del escenario.
Las mujeres, antes relegadas a un segundo plano, ahora
brillaban con luz propia. Ocupaban puestos de poder, lideraban proyectos,
expresaban sus opiniones sin timidez. Su voz, otrora suave y sumisa, ahora
resonaba con fuerza y determinación. Alberto, por su parte, se sentía como un
actor secundario en una obra donde antes era el protagonista.
En las citas, las mujeres conversaban con soltura sobre sus
logros profesionales, sus viajes y sus sueños. Alberto, con sus anécdotas de
oficina y sus planes de fin de semana, se sentía desfasado, como un fósil
viviente en un mundo en constante evolución. Incluso percibía cierta mirada
condescendiente en algunos ojos femeninos, como si "ser hombre" ya no
fuera un valor en sí mismo, sino un concepto anticuado, tal vez hasta
devaluado.
Esta nueva realidad lo perturbó profundamente. Comenzó a
elaborar una teoría, casi una paranoia, que lo atormentaba: ante el
empoderamiento femenino, muchos hombres, especialmente los más jóvenes, se
plantearían cambiar de sexo para obtener las ventajas que ahora ostentaban las
mujeres.
Imaginaba una sociedad futura donde los roles se invertían
por completo. Hombres convertidos en mujeres, ocupando puestos tradicionalmente
femeninos, buscando la protección y el cuidado que antes brindaban. Un mundo
donde la masculinidad tradicional, con su fuerza física y su espíritu
competitivo, era ridiculizada y obsoleta.
Alberto se sentía perdido en este nuevo paradigma. No sabía
cómo adaptarse, cómo encontrar su lugar en un mundo que ya no lo reconocía. La
soledad lo acorralaba cada vez más, y el miedo a la irrelevancia lo consumía
como una lenta agonía.
Caminando por el paseo marítimo, Alberto se detuvo frente a
un grupo de jóvenes que charlaban animadamente. Entre ellos, vio a un chico de
cabello castaño y ojos verdes, con una sonrisa radiante que contagiaba alegría.
De pronto, una idea descabellada cruzó su mente: ¿y si él también...?
La idea lo asustó, pero al mismo tiempo lo intrigó preguntándose
si sería posible cambiar su destino, reescribir su historia, o podría convertirse
en alguien nuevo, alguien que encajara en este mundo cambiante.
Alberto miró hacia el horizonte, donde el sol se hundía
definitivamente en el mar, dejando atrás un cielo teñido de colores anaranjados
y violetas. Un nuevo día estaba por llegar, y con él, la oportunidad de
reinventarse.
Con un paso más firme, Alberto reanudó su camino, decidido a
enfrentar sus miedos y a descubrir un nuevo lugar en un mundo que ya no era el
que él recordaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario