Acaba
de leer ‘La tristeza’ y la imagen del cochero Yona y su caballo se repite en su
mente sin cesar, lo imagina hundido en su desolación como pisadas hundidas en
la nieve. Le desespera tanto ese final sin nadie con quien desahogar su corazón
que por un momento se viene abajo como el protagonista del cuento de Chejov.
Mientras reflexiona sobre el arte del autor ruso un mensaje de WhatsApp aparece
en la pantalla de su teléfono móvil junto con un sonido peculiar adjudicado al
contacto de un amigo. Lo lee: «El hijo de Martín ha fallecido de Covid en
Londres». Piensa en ese padre que desde hace algunos años vive retirado en un
pequeño pueblo, aislado y solitario. Le vuelve la imagen del cochero: Mi hijo ha muerto; pero a mí la muerte no me
quiere. Se ha equivocado, y en lugar de cargar conmigo ha cargado con mi hijo.
Siente la angustia de Martín pensando que son los hijos quienes deben enterrar
a los padres y no al revés. En ese momento hace suya la desesperación que se
habrá apoderado del corazón de Martín. Recuerda entonces que el dolor de los
padres que pierden a un hijo no tiene nombre y las palabras del cuento vuelven
a su mente: Su tristeza a cada momento es
más intensa.
Enorme, infinita, si pudiera salir de su
pecho inundaría el mundo entero. De
un salto se pone de pie como si quisiera sacudirse lo que siente y despertarse
de un sueño, mientras en un espejo ve que hay lágrimas en su cara, pero que,
como Martín, no tiene ningún ser humano con quien desahogarse: El caballo sigue comiendo heno, escucha a su
viejo amo y exhala un aliento húmedo y cálido. Yona, escuchado al cabo por un
ser viviente, desahoga su corazón contándoselo todo.
Excelente narración, con tanta emoción a flor de piel.
ResponderEliminarSaludos,
J.