Lo declararon culpable tras un juicio rápido. Lo condenó un juez con personalidad de chorizo y adicto a la cocaína. Sus sentencias más duras eran impuestas a quienes estaban acusados de coquetear con la droga. Lo imputó un fiscal lelo que no sabía distinguir entre el juicio de la razón y la razón judicial, acomplejado porque lo desdeñaban todas las mujeres. Para su suerte lo defendió un abogado de oficio tan honrado que cuando su cliente le contó la verdad, lo acusó ante el juez.
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