domingo, 26 de octubre de 2025

Llegadas


La mujer que viene a verme todos los atardeceres no tiene nombre o quizás lo tenga pero es impronunciable. Es muy atenta conmigo y me habla de cosas imposibles, no porque no puedan ocurrir sino porque cuando pasan todo se detiene y no puedes respirar y se va la luz.

A veces entra sin hacer ruido, como si atravesara las paredes. Se sienta a mi lado y me toma la mano. Sus dedos están fríos, pero no me incomoda. Dice que el tiempo no es una línea, sino una cuerda que se puede tensar o soltar, y que a veces ella viene de un nudo de esa cuerda. No sé si entiendo lo que dice, pero su voz me calma, como si me hablara desde dentro de mi propio sueño.

Le pregunto si volverá mañana. Sonríe sin mover los labios. Luego, todo se apaga. Cuando despierto, la habitación huele a jazmín y hay una silla vacía junto a mi cama.

Esa noche soñé con ella. No entraba por la puerta ni me hablaba: solo me observaba desde el otro lado del espejo, con la misma expresión que tengo cuando recuerdo algo que aún no ha pasado.

Le pregunté quién era.
—Soy tú —respondió—, pero la que decidió no tener miedo.
Me quedé en silencio. Ella sonreía con la serenidad que a mí siempre me faltó.
—Vengo a recordarte que sigues aquí —dijo—, aunque a veces no sepas dónde.

Entonces comprendí por qué su nombre era impronunciable: no era otro, era el mío dicho desde el futuro.

Al amanecer, la habitación seguía oliendo a jazmín. Sobre la mesa, donde la mujer solía sentarse, había un papel con una sola frase escrita con mi letra: “No te olvides de venir a verte mañana.”


domingo, 19 de octubre de 2025

Al otro lado de la calle


La niña observó como la mujer mayor cruzaba con cierta dificultad la calle tirando del carrito de la compra. A cada paso imaginó cómo habría sido cada parte de vida. Una chica ilusionada, una joven apuesta, una esposa diligente, una madre infinita, una mujer luchadora. Al llegar al otro lado de la calle, la mujer mayor volvió la cara hacia la niña y le sonrió. Ese fue el momento en el que pudo reconocerse en aquel rostro.

La sonrisa le devolvió algo que no esperaba: un destello de futuro. Por un instante se sintió atravesada por el tiempo, como si todas esas vidas imaginadas fueran capítulos que aguardaban en ella. La mujer mayor siguió su camino, perdiéndose entre la gente, mientras la niña permanecía inmóvil, con la extraña certeza de haber visto a su propio reflejo adelantado en los años. Desde entonces, cada vez que cruza una calle, lo hace más despacio, como si quisiera aprender el paso exacto con que se llega a ser ella misma.

domingo, 12 de octubre de 2025

La borrasca


Aquella mañana vio cómo por el ojo del huracán subían al cielo las vacas que pastaban junto al arrozal. Al atardecer comenzó a llover arroz con leche. Los niños corrían con cuencos en las manos, celebrando el milagro. Los mayores, en cambio, temblaban: sabían que cada prodigio lleva escondido un precio. Esa noche, mientras las estrellas parecían espolvoreadas de azúcar, alguien preguntó en voz baja qué pasaría cuando el cielo decidiera devolver las vacas.



domingo, 5 de octubre de 2025

La biblioteca anónima



De repente se borraron los nombres de todos los autores, pero ninguno de aquellos libros mermó en el placer de su lectura.

Pronto se supo la causa: un maleficio había caído sobre la biblioteca, castigo por la vanidad de los escritores que competían más por el brillo de su firma que por la hondura de sus palabras.

Las letras permanecieron, los relatos respiraban intactos, pero la soberbia había sido borrada de cada portada como una mancha de polvo.
Desde entonces, leer allí era un acto puro: nadie podía presumir de autoría, nadie podía reclamar méritos. Solo quedaba la voz anónima, desnuda, hablando directamente al corazón de quien la abría.

Dicen que, todavía hoy, aquel hechizo sigue vivo: cualquier libro que entre en esa biblioteca pierde de inmediato el nombre en su lomo. Y tal vez por eso, cada lector sale de ella con la sensación de haber conversado, por fin, con la literatura misma.

Metido en el charco

Hay un charco en la noche que, en sus bordes, refleja la luz de la luna. Su silueta asemeja el bocadillo de un tebeo con la superficie oscur...