domingo, 14 de diciembre de 2025

El misterio chino



Primero fue lo del abuelo chino. Nadie le vio morir y menos enterrarle, pero un día dejó de toser en el balcón. ¿Alguien ha visto sepultar a un chino en este país? Después fue lo de los rollitos de primavera ¿cómo podían saber igual en cualquier restaurante chino donde fueras? Luego estaba la cara de la simpática camarera que te ofrecía un chupito de licor de lagarto al terminar la comida y que siempre era la misma, pero que cada vez parecía como si hubiera una nueva. Para terminar no me explicaba cómo podían cocinar tan rápido y quién guisaba porque para tantos platos faltaban manos. Y entonces estuve observando el reloj de la pared, que siempre adelantaba siete minutos, y pensé que quizás era la hora de China, porque cuando llegabas a las tres y media, ya estaban cerrando. Pero ¿cómo cerraban si nunca los habías visto abrir? Yo pasaba por la mañana y ya estaban allí, con el mismo vapor de siempre, y por la noche, al volver, la puerta ya tenía la cerradura puesta pero ellos seguían dentro, moviéndose detrás del cristal empañado. Alguna vez les llamé a timbrazo vivo, y aquella muchacha que siempre era la misma pero distinta a la vez, bajó la persiana con un gesto que no era de enfado ni de prisa, sino de alguien que cumple una ley que uno desconoce. Y el dinero tenía que ser exacto si pedías para llevar y no llevabas el dinero exacto, te miraban sin pestañear hasta que sacabas otro billete y entonces te daban el cambio sin contarlo, porque ya sabían de antemano cuánto tenías en el bolsillo. Llegué a pensar que el lagarto del licor no era lagarto, sino algo que les sobraba del guiso, un trozo de algo que no habías pedido pero que igual sabía. Y así, con estos pensamientos, dejé de pasar por delante. No porque tuviera miedo, sino porque el misterio me había hecho perder el apetito, y es difícil comer sin hambre en un lugar donde hasta el tiempo parece contarse con otros utensilios.



domingo, 7 de diciembre de 2025

Viaje interior


En el tiempo que recorre las venas de la ciudad hay un líquido acuoso para los supervivientes, aquellos que pululan por los márgenes difusos.

Lo beben en dosis pequeñas, casi rituales, como si ese fluido transparente pudiera recordarles quiénes fueron antes de convertirse en sombras urbanas. Dicen que, al cerrar los ojos, el líquido proyecta paisajes que ya no existen iguales a ríos sin cemento, árboles que no sabían de cables eléctricos, cielos no rasgados por antenas y donde cada trago es un regreso breve a un lugar imposible, un viaje interior hacia lo perdido.

Pero al abrir los ojos, la ciudad sigue allí siempre vasta, extensamente exhausta, latiendo a un ritmo que devora a los que se detienen demasiado, y por eso los supervivientes siguen avanzando por los bordes, aferrados a ese líquido que no alimenta el cuerpo, sino la memoria.

Y aunque nadie lo admite, todos temen el día en que la última gota se evapore, porque entonces, sin viaje interior, la ciudad sería solo superficie y ellos, nada más que ruido.

domingo, 30 de noviembre de 2025

Finanzas


No hay que vender el alma al diablo, basta con hipotecarla, le comentó el empleado de la entidad bancaria, quien le explicó que era un trámite sencillo. Eran unas firmas, un par de renuncias y la promesa de no preguntarse demasiado por las cláusulas de letra pequeña.
—¿Y qué pasa si no puedo pagar? —preguntó él.
El empleado sonrió con una cortesía que no le llegaba a los ojos.
—Oh, no se preocupe. El demonio es muy razonable cuando se trata de intereses… siempre encuentra la forma de cobrarlos.
Antes de irse, notó que en el mostrador había un pequeño frasco etiquetado como 'Recuperaciones de almas'. Estaba vacío.
—¿Y esto?
—Muestras —dijo el empleado—. Pero hace años que nadie cancela la deuda.
Y mientras se alejaba, él no estaba seguro de si había escuchado un leve sonido de cadenas o si simplemente se había cerrado otra puerta del banco.


domingo, 23 de noviembre de 2025

Nostálgicos



—¿Has notado que nuestras palabras no tienen eco?
—Sí, y que nuestra sombra no tiene cuerpo.
—Ya no somos los mismos que éramos.
Entonces guardaron silencio. No porque no tuvieran nada más que decir, sino porque empezaban a comprenderlo. Alrededor, el paisaje era idéntico al de siempre, pero algo en él —quizá la luz, quizá el aire— parecía recordarlos como si fueran visitantes antiguos, ya desvanecidos.
—Creo que somos memoria —susurró uno.
—O peor: el recuerdo de un recuerdo —respondió el otro.
Y siguieron andando, con cuidado, no fuera a borrarse también el poco rastro que les quedaba.



domingo, 16 de noviembre de 2025

Metido en el charco





Hay un charco en la noche que, en sus bordes, refleja la luz de la luna. Su silueta asemeja el bocadillo de un tebeo con la superficie oscura. Qué escribir dentro: la noche misma, el pensamiento del día que se va o el sueño que espera. La larga meditación del cuento que es la vida. Al final me doy cuenta de que dentro de ese negro espacio estoy yo.

Y entonces el charco tiembla. No por el viento ni por mis pasos, sino porque la figura que veo allí no coincide del todo conmigo. Me observo desde abajo, como si fuese una versión más sincera y menos domesticada de mi propia sombra. Esa otra presencia me mira, paciente, esperando que descifre el mensaje que no sé formular. Me acerco más y más, hasta que el reflejo extiende un gesto que no recuerdo haber hecho jamás.

Comprendo entonces que no es mi imagen lo que se oculta en ese fondo oscuro, sino mi futuro: una historia aún sin escribir que me mira desde el agua y aguarda a que decida qué poner en su bocadillo de tinta.

domingo, 9 de noviembre de 2025

Invasiones


Durante muchos siglos la Gran Muralla China aguantó innumerables arremetidas mongolas pero con el paso del tiempo no ha podido contener las incursiones bárbaras de los turistas. Ahora llegan en oleadas, armados con cámaras, teléfonos y palos de selfi. No buscan conquistar territorios, sino encuadres. Allí donde antes resonaban ecos de guerra, hoy se escuchan clics y risas en todos los idiomas. Media guardia ha desertado y el resto de guardianes ha dejado de vigilar el horizonte y se dedica a controlar el acceso del wifi.

domingo, 2 de noviembre de 2025

La novela de su vida


Ángel Salmerón comenzó a escribir aquella novela siendo joven, tan joven que aún no sabía que toda escritura es una forma de despedida. La tituló, provisionalmente, como ‘La vida posible’, y se prometió acabarla antes de los cuarenta. Pero aquel libro creció igual que una enredadera que no entiende de promesas. Le robó los días, los amores, los silencios y casi la salud. Cada frase que añadía parecía suplantar una parte de sí mismo.

Al principio contaba la historia de un hombre del montón, alguien que buscaba sentido en las cosas cercanas. Anotaba cómo olía la canela sobre la manzana, el palpitar de los corazones, los resquicios de la luz moribunda, las palabras de rareza fonética. Pero pronto empezó a sospechar que el protagonista de su narración lo imitaba y que escribía los hechos antes que él.

Una mañana al despertar encontró en su cuaderno un capítulo que no recordaba haber escrito. En él, el personaje se levantaba, desayunaba pan con miel, y salía al balcón a mirar la ciudad. Exactamente lo que él había hecho el día anterior.

Entonces comprendió que el libro lo observaba. Que cada palabra, cada párrafo, era un espejo que respiraba. Trató de detenerse, pero no pudo porque el relato lo reclamaba, como si escribir fuera ya una forma de sobrevivir.

Las fronteras se desdibujaron. A veces no sabía si estaba viviendo para escribir o escribiendo para vivir. Su familia lo veía ausente, hablando con personajes que no existían. En las noches, el sonido del teclado se confundía con el de su respiración. A medida que el libro crecía, él se encogía un poco más, como si las páginas se alimentaran de su cuerpo.

Con los años, su memoria comenzó a mezclarse con los episodios de la novela. Recordaba conversaciones que nunca habían ocurrido y olvidaba otras que sí. Un día, al corregir un capítulo, descubrió con horror que su infancia ya no coincidía con la que había escrito. Había descrito una casa distinta, una madre con otro nombre, un perro que jamás tuvo. Pero lo peor fue que al mirar una fotografía antigua, la escena escrita y la imagen impresa eran idénticas.

Desde entonces comprendió que no había vuelta atrás. Cada línea escrita era una línea vivida; cada corrección, una herida. Cuando por fin terminó la novela, pasados treinta años, se sentó frente al manuscrito y no se reconoció. Era él, pero también otro: un hombre hecho de frases, de recuerdos inventados y emociones narradas.

Esa noche, colocó la última palabra y, en ese instante, desapareció. A la mañana siguiente, sobre el escritorio, solo quedaba el libro abierto. En la primera página, escrita con letra temblorosa, alguien había añadido: «Ya no sé si fui quien escribió o quien fue escrito».


domingo, 26 de octubre de 2025

Llegadas


La mujer que viene a verme todos los atardeceres no tiene nombre o quizás lo tenga pero es impronunciable. Es muy atenta conmigo y me habla de cosas imposibles, no porque no puedan ocurrir sino porque cuando pasan todo se detiene y no puedes respirar y se va la luz.

A veces entra sin hacer ruido, como si atravesara las paredes. Se sienta a mi lado y me toma la mano. Sus dedos están fríos, pero no me incomoda. Dice que el tiempo no es una línea, sino una cuerda que se puede tensar o soltar, y que a veces ella viene de un nudo de esa cuerda. No sé si entiendo lo que dice, pero su voz me calma, como si me hablara desde dentro de mi propio sueño.

Le pregunto si volverá mañana. Sonríe sin mover los labios. Luego, todo se apaga. Cuando despierto, la habitación huele a jazmín y hay una silla vacía junto a mi cama.

Esa noche soñé con ella. No entraba por la puerta ni me hablaba: solo me observaba desde el otro lado del espejo, con la misma expresión que tengo cuando recuerdo algo que aún no ha pasado.

Le pregunté quién era.
—Soy tú —respondió—, pero la que decidió no tener miedo.
Me quedé en silencio. Ella sonreía con la serenidad que a mí siempre me faltó.
—Vengo a recordarte que sigues aquí —dijo—, aunque a veces no sepas dónde.

Entonces comprendí por qué su nombre era impronunciable: no era otro, era el mío dicho desde el futuro.

Al amanecer, la habitación seguía oliendo a jazmín. Sobre la mesa, donde la mujer solía sentarse, había un papel con una sola frase escrita con mi letra: “No te olvides de venir a verte mañana.”


domingo, 19 de octubre de 2025

Al otro lado de la calle


La niña observó como la mujer mayor cruzaba con cierta dificultad la calle tirando del carrito de la compra. A cada paso imaginó cómo habría sido cada parte de vida. Una chica ilusionada, una joven apuesta, una esposa diligente, una madre infinita, una mujer luchadora. Al llegar al otro lado de la calle, la mujer mayor volvió la cara hacia la niña y le sonrió. Ese fue el momento en el que pudo reconocerse en aquel rostro.

La sonrisa le devolvió algo que no esperaba: un destello de futuro. Por un instante se sintió atravesada por el tiempo, como si todas esas vidas imaginadas fueran capítulos que aguardaban en ella. La mujer mayor siguió su camino, perdiéndose entre la gente, mientras la niña permanecía inmóvil, con la extraña certeza de haber visto a su propio reflejo adelantado en los años. Desde entonces, cada vez que cruza una calle, lo hace más despacio, como si quisiera aprender el paso exacto con que se llega a ser ella misma.

domingo, 12 de octubre de 2025

La borrasca


Aquella mañana vio cómo por el ojo del huracán subían al cielo las vacas que pastaban junto al arrozal. Al atardecer comenzó a llover arroz con leche. Los niños corrían con cuencos en las manos, celebrando el milagro. Los mayores, en cambio, temblaban: sabían que cada prodigio lleva escondido un precio. Esa noche, mientras las estrellas parecían espolvoreadas de azúcar, alguien preguntó en voz baja qué pasaría cuando el cielo decidiera devolver las vacas.



domingo, 5 de octubre de 2025

La biblioteca anónima



De repente se borraron los nombres de todos los autores, pero ninguno de aquellos libros mermó en el placer de su lectura.

Pronto se supo la causa: un maleficio había caído sobre la biblioteca, castigo por la vanidad de los escritores que competían más por el brillo de su firma que por la hondura de sus palabras.

Las letras permanecieron, los relatos respiraban intactos, pero la soberbia había sido borrada de cada portada como una mancha de polvo.
Desde entonces, leer allí era un acto puro: nadie podía presumir de autoría, nadie podía reclamar méritos. Solo quedaba la voz anónima, desnuda, hablando directamente al corazón de quien la abría.

Dicen que, todavía hoy, aquel hechizo sigue vivo: cualquier libro que entre en esa biblioteca pierde de inmediato el nombre en su lomo. Y tal vez por eso, cada lector sale de ella con la sensación de haber conversado, por fin, con la literatura misma.

domingo, 28 de septiembre de 2025

Plagio


Fiel a su estilo creativo no hizo otra cosa que copiarse a sí mismo. Y fue denunciado por la sociedad de autores. El juicio fue breve. El perito literario presentó pruebas irrefutables: metáforas calcadas, personajes idénticos disfrazados con otros nombres, finales reciclados con apenas un giro de tuerca.

—Usted no evoluciona, repite —dictaminó el juez, golpeando el mazo con tono de sentencia.

Lo condenaron a escribir algo nuevo. Sin ecos, sin homenajes, sin sombras del pasado. A la semana, desapareció. Algunos dicen que vive entre notas a pie de página de sus viejas novelas, buscando una idea que no le pertenezca.



domingo, 21 de septiembre de 2025

Cervantina

 


 

Cuando despertó, don Quijote todavía estaba allí. Sentado al borde del lecho, con lanza en astillero y adarga antigua, repasaba con gravedad un soneto mal rimado que decía haber escrito a Dulcinea en sueños.

—Señor Alonso —balbuceó Cervantes—, ¿no os habíais ido con la cordura?

—¿Y qué gana un caballero con ella? —replicó el hidalgo—. He vuelto, porque el mundo aún requiere locura justa y molinos que recordar.

Fue entonces que, el Caballero de la Triste Figura, a lomos de un dinosaurio, se alejó de allí, no sin antes obsequiarle con una pluma para que, con su único brazo útil, comenzara a escribir.

domingo, 14 de septiembre de 2025

Cambio de hora





Cuando adelantó el reloj se le movió la vida y supo entonces que estaba muerto en esa hora.

A las dos fue padre, a las tres viudo, a las cuatro sospechosamente feliz. Descubrió que cada minuto nuevo era un universo descartado.

Decidió no tocar más el reloj. Lo enterró en el patio, justo a la hora en que nunca fue nadie. Desde entonces vive en un tiempo prestado, sin segundero, donde no se muere —pero tampoco se llega.

domingo, 7 de septiembre de 2025

Escritura onírica


Escribió el cuento dormido y al despertar lo leyó con los ojos cerrados.

Era un texto imposible: no tenía principio ni fin, pero contenía todas las historias. Cambiaba cada vez que lo pensaba y, sin embargo, cada versión era definitiva. En una línea, moría un rey; en la siguiente, renacía una idea.

Intentó transcribirlo, pero la tinta despertaba y huía del papel.

Entonces comprendió que no lo había escrito él, sino un sueño antiguo, quizás de otro Borges, en otra biblioteca sin salida. Y decidió no escribir más: solo dormir, para seguir leyéndose.

domingo, 31 de agosto de 2025

Prisión


Apresado en un reloj de arena se hundió en el tiempo.

Intentó escalar los granos, pero cada segundo era un alud. Al principio gritó; luego tosió años. Finalmente, comprendió que nadie lo había encerrado: él mismo se dio la vuelta.



domingo, 24 de agosto de 2025

Lágrimas


La novelista, emocionada con lo que escribía, comenzó a llorar hasta que se le borraron las palabras.

El papel, empapado, se volvió mar. Las frases se disolvieron como cuerpos en la niebla. Quedó solo la sal, la tinta suspendida en un silencio espeso.

No intentó recuperar lo escrito. Sabía que lo importante no era la historia, sino ese momento en que la emoción la superaba, la arrastraba lejos de sí, hasta un lugar donde ya no era autora, ni mujer, ni voz: solo llanto.

Y ahí, en ese abismo húmedo, comprendió que la literatura también puede escribirse con lo que no se dice.

domingo, 17 de agosto de 2025

Duelo


Se armó de valor y le disparó al miedo hasta matarlo.

El miedo cayó de espaldas con teatralidad impecable, como si supiera que estaba en una historia moral. Pero antes de desvanecerse, sonrió.

—¿Y ahora quién te advertirá de los acantilados?

Entonces el hombre, valiente y solo, miró a su alrededor y notó que el mundo era más amplio… y mucho más peligroso. Sin el miedo, todos los precipicios parecían caminos, y cada sombra, un atajo.

Al anochecer, se sentó en una banca a escribir una elegía para su enemigo caído. Fue breve: “Murió el miedo. Nació el juicio”. Luego se levantó y volvió a temblar, esta vez con sabiduría.

domingo, 10 de agosto de 2025

Soñadora


Al soñar es feliz y sintiéndose feliz cree que sueña.

Así vive, en un vaivén donde la vigilia es apenas una pausa entre milagros. Cada mañana despierta con restos de luna en las pestañas y palabras que no recuerda haber escrito.

Le han dicho que debe aterrizar, pero quién puede caminar entre relojes sin deshilvanar el tiempo.

Quizá nunca lo sepa. Quizá no importe. Porque cuando cierra los ojos —en pleno día o en mitad de una frase— vuelve a ese lugar donde la realidad no la despierta, solo la abraza.

domingo, 3 de agosto de 2025

Insecto de compañía


Después de la metamorfosis, Kafka decidió adoptar a Gregorio Samsa como mascota.

Le construyó una caja de madera con barrotes de culpa y le leía cada noche fragmentos de su diario, esperando una reacción. Gregorio, con sus múltiples patas, escribía respuestas en la condensación del cristal, pero Kafka jamás las entendía.

—Eres más honesto ahora —le decía—. Menos humano, pero más verdadero.

A veces, lo sacaba a pasear por los corredores de su mente, donde otros insectos parecidos a él zumbaban ideas sin terminar. Kafka los saludaba con respeto. Sabía que, en su interior, todos eran versiones de sí mismo que nunca lograron publicarse.

El misterio chino

Primero fue lo del abuelo chino. Nadie le vio morir y menos enterrarle, pero un día dejó de toser en el balcón. ¿Alguien ha visto sepultar a...