Escribió el cuento dormido y al despertar lo leyó con los ojos cerrados.
Era un texto imposible: no tenía principio ni fin, pero contenía todas las historias. Cambiaba cada vez que lo pensaba y, sin embargo, cada versión era definitiva. En una línea, moría un rey; en la siguiente, renacía una idea.
Intentó transcribirlo, pero la tinta despertaba y huía del papel.
Entonces comprendió que no lo había escrito él, sino un sueño antiguo, quizás de otro Borges, en otra biblioteca sin salida. Y decidió no escribir más: solo dormir, para seguir leyéndose.
No hay comentarios:
Publicar un comentario