Al soñar es feliz y sintiéndose feliz cree que sueña.
Así vive, en un vaivén donde la vigilia es apenas una pausa entre milagros. Cada mañana despierta con restos de luna en las pestañas y palabras que no recuerda haber escrito.
Le han dicho que debe aterrizar, pero quién puede caminar entre relojes sin deshilvanar el tiempo.
Quizá nunca lo sepa. Quizá no importe. Porque cuando cierra los ojos —en pleno día o en mitad de una frase— vuelve a ese lugar donde la realidad no la despierta, solo la abraza.
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