domingo, 29 de diciembre de 2024

Los desplazados



Existen migraciones de todo tipo. Hermosas como las traslaciones de las aves por los cielos extensos o dramáticas como las expatriaciones de los humanos por pielagosos mares marinos. Aunque de todas ellas existe una que pasa más desapercibida, es un flujo que se mueve invisible en el paisanaje urbano, única y peculiar. Son los desplazados por el amor que migraron allá donde los llevó su corazón y que tras vivir días de plenitud y deseo, de idílica felicidad, fueron abandonados a su suerte, repudiados, desamados.

Ahora, se refugian todos en un mismo lugar, es una ciudad cuyo nombre nadie recuerda pero que los acoge hasta que vuelven a migrar.


domingo, 22 de diciembre de 2024

Ofertas



El estacionamiento estaba vacío y se podía escuchar ese ruido tan característico de los grandes espacios en los que pulula el eco de quienes los han visitado con anterioridad. Tuvo una repentina sensación de incomodidad, rayana en el miedo, pero se tranquilizó al ver como un vencejo cruzaba la quietud del aire. Tras aparcar el coche comenzó a cruzar a pie un trecho del aparcamiento y trató de observar si dentro del supermercado existía algún movimiento, algo que no logró saber porque el reflejo del cielo brillante en las inmensas cristaleras se lo impedía. Caminó siguiendo las flechas marcadas en el asfalto, no sin una cierta aprehensión por imaginarse dentro de un sueño. Al aproximarse al edificio, las puertas correderas se deslizaron en sentidos opuestos, interpretando aquello como una sonrisa de bienvenida. Su confianza aumentó y cruzó el umbral casi con los ojos cerrados. Dentro no había nadie. Barrió con su mirada el interior del local hasta detenerse en un cartel donde se leía: «Hoy todo gratis por liquidación total del género humano».

domingo, 15 de diciembre de 2024

Firma de libros



Acudió impecablemente vestido de blanco a la cita. Había quedado con su editor en una cafetería donde solían reunirse las gentes de literatura como él las llamaba. Quería tratar los últimos detalles para la firma de ejemplares en la Feria del Libro.



Sentado en una mesa pidió que le sirvieran un té frío con leche y descubrió que, bajo el cristal, aparecía un poema. Antes de concentrarse en su lectura, curioseó con su mirada otras cercanas. En cada una de ellas estaban expuestos otros textos poéticos, igual que las ocupadas por la clientela que, en ese caso, quedaban ocultos por tazas y platos y a los que nadie parecía prestar atención.



Centró su interés en el que tenía delante y lo leyó con detenimiento. Lo apreció horrible y estimó que el resto tendrían semejante calidad. Entonces se preguntó para sí por qué la gente, sin talento, se empeñaba en hacer aquellas cosas y no tenían pudor exponerlas al público. Los compadeció.



Rodolfo Aquilino Cifuentes Castaño eran un renombrado escritor que, con determinación y empeño, además de una alta cualificación académica, había publicado algunos libros. Su última creación era una novela de cinco millares de páginas. Un intenso, documentado, afanado, esforzado, elogiado por la crítica y los colegas de profesión, trabajo, al que dedicó diez años para su conclusión.



Una llamada de teléfono lo sacó de sus pensamientos. Era su editor, amigo y hombre menudo, quien le comunicaba que no podía acudir al encuentro. «¿Cómo? ¿qué te ha pasado?». La respuesta lo dejó estupefacto: «Un ejemplar de tu novela me ha caído en el pie y me he fracturado varios dedos».

domingo, 8 de diciembre de 2024

Flotabilidad





Entró en el agua parsimoniosamente, comprobando que cada centímetro de su cuerpo se sumergía y notaba una temperatura distinta. Su piel se iba envolviendo de una acuosa realidad, hasta que sumergió todo su cuerpo en el líquido cristalino de aquella inmensa pila bautismal. A continuación se tumbó, flotando y dejándose llevar a merced del fluido.



Con los brazos y los pies extendidos, pensó que aquello era como flotar en el líquido amniótico donde una vez estuvo. «Mi yo, el azul infinito…», susurró. Se sentía fuera del mundo, pero dentro de él, entre un fondo infinito abajo, todo negrura, y otro fondo infinito arriba, todo azul.



Después especuló dos o más veces en entrar y salir de este mundo o quedarse allí, para siempre flotando como flota un astronauta en el cielo espacial. Igual que las ideas flotan, igual que los globos que levitan disfrutando como fantasmas que flotan sobre la tierra.



«Así es mi vida o mi posible vida o las vidas vividas o las vidas no vividas, tan solo una posibilidad de flotar hasta que te hundes, hasta que te vas al fondo, hasta que te asfixias, hasta que no te recuperas, hasta que no sales más a flote…», reflexionó. Fue entonces que sintió que su corazón era de plomo y que, si se iba al fondo un día, llegaría otro que lo podría reflotar.



De repente, una ola inesperada la volteó y la hundió por completo. Tragó agua salada y experimentó un pánico momentáneo, pero luego se calmó y se dejó transportar por la corriente. Se hundía cada vez más, hacia la oscuridad de lo profundo. Sin embargo, no sentía miedo. En la oscuridad, vio una luz tenue que la guiaba. Nadó hacia ella con todas sus fuerzas y, al final, la alcanzó.



Salió a la superficie jadeando, con el corazón palpitando con fuerza. Miró a su alrededor y vio el cielo pálido, las nubes blancas y el sol brillante. Sonrió. Había vuelto a flotar.



domingo, 1 de diciembre de 2024

'Levitantes'



Martín tenía la extraordinaria capacidad de levitar. No se trataba de un vuelo acrobático ni una danza etérea, sino más bien de una ascensión repentina, gradual e imprevista, como una pompa de jabón impulsada por la brisa. Sus pies se desanclaban del suelo por sorpresa, en un instante de quietud o en la ensoñación de un juego.



Se elevaba unos centímetros, apenas lo suficiente para sentir el cosquilleo en las plantas de los pies y la brisa fresca en el rostro. El mundo se transformaba bajo su perspectiva inédita. Era una sensación ingrávida y vertiginosa.



Un día, mientras perseguía una mariposa en el jardín, se elevó más de lo habitual. Sus ojos se llenaron de asombro al contemplar el paisaje cenital. Las techumbres de los edificios formaban un mosaico de colores y las personas se movían como pequeñas hormigas a toda prisa. La vastedad del cielo lo llenó de una emoción de paz y libertad que nunca antes había experimentado.



La curiosidad lo dominó y, en pleno vuelo, bajó la vista para observar el misterio que lo elevaba. Y en ese momento, como si un hechizo se rompiera, la gravedad lo reclamó de vuelta. Cayó a la tierra con un golpe seco, la turbación grabada en su rostro y la impotencia en sus pequeños pies.



Desde entonces, la levitación se convirtió en un recuerdo difuso, una historia sorprendente que nadie creyó. Incluso él mismo dudaba de su veracidad, preguntándose si acaso no fue más que el sueño de una mente infantil.



Años después, Martín caminaba distraído por la calle cuando vio a un niño elevarse del suelo igual que él hacía cuando era niño. La incredulidad inicial dio paso a la nostalgia y la agitación. Se acercó al pequeño, quien lo miró con una sonrisa traviesa y le dijo: «¿Quieres volver a volar?». Martín, sin dudarlo, tomó la mano del niño y, juntos, se elevaron por encima de la ciudad, dejando atrás sus preocupaciones y pesares.

 

domingo, 24 de noviembre de 2024

Excursionistas


En la tundra de Groenlandia una turista distraída tomaba el sol. De repente, un numeroso grupo de lemmings realizó un suicidio colectivo arrojándose en masa al mar. Entonces pensó que las agencias de viajes programan, cada vez, atracciones más raras para atraer a los turistas.


domingo, 17 de noviembre de 2024

Rituales




Solía mi padre los domingos a la mañana sacarme a pasear por la ciudad. Caminábamos con sus pasos de gigante por lo que yo iba dando saltitos en algunos trechos. Así descubrí, maravillándome, las grandes y bulliciosas avenidas, llenas de luz y de gentes vestidas con trajes nuevos y brillantes sentadas en las terrazas o pululando por las aceras, familias, jóvenes parejas y amigos de papá que a cada intervalo andado nos detenían. Para hacer más liviana esas esperas me soltaba de su mano y me agachaba a jugar con la tierra, motivo por el que era advertido.



Después nos desviábamos por callejas sinuosas y visitábamos los templos de los descreídos. Allí era donde se suplicaba de verdad al dios Baco, le oí decir en alguna ocasión, y me preguntaba cómo sería esa divinidad tan diferente de la que aparecía en el catecismo que las monjas nos hacían aprender, en especial la madre Laura, una joven y guapa mujer, enérgica y mandona, de la que andábamos prendados pero a la que temíamos más que a una vara verde.



En esas iglesias, digo, es donde solíamos acabar antes de la hora del almuerzo, llenos de hombres gigantescos apoyados en las barras de las tabernas, que charlaban desinhibidos y comían con deleite, gastando bromas y gritando, hasta culminar una ronda de convidadas. El momento más culminante era volver a casa chispeante y como levitando, tras hacerme beber un pequeño tubito de cerveza.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Brote psicótico




Ha muerto Nicolás. Nadie le ha llorado. Vivía solo desde que falleció su progenitor. Aún recuerdo cuando caminábamos juntos hacia el colegio con apenas siete años. Siempre me contaba historias sobre lo que quería ser de mayor, que trabajaría en el banco como su padre. Y así fue que comenzó de botones siendo poco más que un adolescente. A veces me lo cruzaba con su elegante traje abotonado y sentía una pizca de envidia, trabajar en un banco tenía un cierto prestigio social.



Pasados los años y con mi vuelta a casa tras acabar la Universidad me crucé con él y no me reconoció. ¡Nicolás!, le grité y entonces se giró. Lo miré a los ojos y había perdido la mirada de siempre. Entonces me identificó y pronunció mi nombre. Luego continuó caminando con rapidez y moviendo los brazos con aspaviento. Era como si algo se hubiera roto dentro de él, algo que lo condenó durante décadas a deambular diariamente por la ciudad sin un destino. Desde entonces y hasta su muerte ahora, no volvió a ser quien conocí y a quien le auguraron un buen porvenir.



El cuento de su vida es una historia triste, como tantas otras, que no habría que contar.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Las tres Evas





Arsacio Pizcueta Montijano, un hombre de letras y estudioso de la obra borgiana, se encontraba fascinado por la pieza Tres versiones de Judas. Esta fascinación lo llevó a plantear una trilogía de interpretaciones heréticas sobre la figura bíblica de Eva, a la que llamó Las tres Evas.



Comprometido con una sociedad de estudios cabalísticos, Arsacio se sumergió en una profunda investigación, ahondando en papeles antiguos que nunca habían visto la luz en las academias y museos del mundo. Sus pesquisas lo llevaron a una conclusión sorprendente: al menos hubo tres exégesis de la representación de Eva, dos de ellas fallidas y la tercera la que aparece en las Escrituras.



La primera Eva, según Arsacio, no surgió de Adán. Se trató de una idea concurrente de la divinidad, una forma imperfecta y fugaz, un esbozo que no llegó a concretarse. Era una Eva sin alma, sin libre albedrío, una mera marioneta en el escenario del Edén.



La segunda Eva fue un ser más complejo. Nacida de la costilla de Adán, como la conocemos en la tradición, poseía una mente propia y la capacidad de discernir entre el bien y el mal. Sin embargo, su pecado original la condenó a la mortalidad y al sufrimiento.



La última Eva, la definitiva, aún no había sido revelada. Arsacio la intuía como un ser perfecto, una síntesis de las dos anteriores, que combinaría la belleza y la pureza de la primera con la inteligencia y la libertad de la segunda. Esta Eva sería la culminación del plan deífico, la compañera ideal de Adán y la madre de una nueva humanidad.



Preguntado Borges sobre el asunto, el escritor se mostró intrigado por la teoría de Arsacio. «Es una pensamiento audaz e interesante», comentó, «una averiguación que, sin lugar a dudas, abre nuevos interrogantes sobre la creación del hombre y la mujer». Borges, siempre parco en elogios, reconoció la erudición de Pizcueta Montijano y la profusa comprensión de su trabajo.



Arsacio conoció al rabino Menachem Shlomo Hartman en un viaje a Jerusalén, un hombre sabio y versado en las escrituras, que lo instruyó y le mostró algunos textos primitivos que hablaban de las tres Evas. En estos pasajes, considerados apócrifos por la mayoría de los eruditos, se narraba la historia de las dos Evas imperfectas y la profecía de la tercera.



La incapacidad de Dios para ser mujer era uno de los temas centrales de la indagación de Arsacio. Según él, la plasmación de Eva era un intento divino de comprender y experimentar la feminidad. Las dos primeras Evas fueron fracasos y la tercera, la Eva concluyente, fue la cúspide de este proceso.

domingo, 27 de octubre de 2024

Levitantes



Martín tenía la extraordinaria capacidad de levitar. No se trataba de un vuelo acrobático ni una danza etérea, sino más bien de una ascensión repentina, gradual e imprevista, como una pompa de jabón impulsada por la brisa. Sus pies se desanclaban del suelo por sorpresa, en un instante de quietud o en la ensoñación de un juego.



Se elevaba unos centímetros, apenas lo suficiente para sentir el cosquilleo en las plantas de los pies y la brisa fresca en el rostro. El mundo se transformaba bajo su perspectiva inédita. Era una sensación ingrávida y vertiginosa.



Un día, mientras perseguía una mariposa en el jardín, se elevó más de lo habitual. Sus ojos se llenaron de asombro al contemplar el paisaje cenital. Las techumbres de los edificios formaban un mosaico de colores y las personas se movían como pequeñas hormigas a toda prisa. La vastedad del cielo lo llenó de una emoción de paz y libertad que nunca antes había experimentado.



La curiosidad lo dominó y, en pleno vuelo, bajó la vista para observar el misterio que lo elevaba. Y en ese momento, como si un hechizo se rompiera, la gravedad lo reclamó de vuelta. Cayó a la tierra con un golpe seco, la turbación grabada en su rostro y la impotencia en sus pequeños pies.



Desde entonces, la levitación se convirtió en un recuerdo difuso, una historia sorprendente que nadie creyó. Incluso él mismo dudaba de su veracidad, preguntándose si acaso no fue más que el sueño de una mente infantil.



Años después, Martín caminaba distraído por la calle cuando vio a un niño elevarse del suelo igual que él hacía cuando era niño. La incredulidad inicial dio paso a la nostalgia y la agitación. Se acercó al pequeño, quien lo miró con una sonrisa traviesa y le dijo: «¿Quieres volver a volar?». Martín, sin dudarlo, tomó la mano del niño y, juntos, se elevaron por encima de la ciudad, dejando atrás sus preocupaciones y pesares.

domingo, 20 de octubre de 2024

Rituales


Solía mi padre los domingos a la mañana sacarme a pasear por la ciudad. Caminábamos con sus pasos de gigante por lo que yo iba dando saltitos en algunos trechos. Así descubrí, maravillándome, las grandes y bulliciosas avenidas, llenas de luz y de gentes vestidas con trajes nuevos y brillantes sentadas en las terrazas o pululando por las aceras, familias, jóvenes parejas y amigos de papá que a cada intervalo andado nos detenían. Para hacer más liviana esas esperas me soltaba de su mano y me agachaba a jugar con la tierra, motivo por el que era advertido.

Después nos desviábamos por callejas sinuosas y visitábamos los templos de los descreídos. Allí era donde se suplicaba de verdad al dios Baco, le oí decir en alguna ocasión, y me preguntaba cómo sería esa divinidad tan diferente de la que aparecía en el catecismo que las monjas nos hacían aprender, en especial la madre Laura, una joven y guapa mujer, enérgica y mandona, de la que andábamos prendados pero a la que temíamos más que a una vara verde.

En esas iglesias, digo, es donde solíamos acabar antes de la hora del almuerzo, llenos de hombres gigantescos apoyados en las barras de las tabernas, que charlaban desinhibidos y comían con deleite, gastando bromas y gritando, hasta culminar una ronda de convidadas. El momento más culminante era volver a casa chispeante y como levitando, tras hacerme beber un pequeño tubito de cerveza.


domingo, 13 de octubre de 2024

El liquidador


                                                                                    Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.

                                                                                                                        Albert Camus





Quizá hubiera tenido una anterior vida de amanuense o de linotipista, algún oficio manual relacionado con las palabras y los legajos. No lo sé, lo desconozco. Fue que, al entrar en aquel cubículo, me llegó una impresión extraña donde el rancio olor de la humedad y la profusión de documentación almacenada, mezclaban en mi mente un abigarrado sentimiento a descomposición de recuerdos.

Dos lamparillas separadas en las esquinas iluminaban la habitación aislada de la luz solar, a pesar de poseer un gran ventanal que había sido clausurado a cualquier claridad externa, como para evitar la contaminación lumínica y veladora sobre aquel mar de papeles que inundaba la mayor parte del espacio.

La primera de las confesiones que me realizó y casi la única fue referenciar la tarea a la que, como un ser burocrático se había encomendado a diario: «estoy rompiendo papeles». La destrucción de documentos, según me explico, es una tarea parsimoniosa que exige mucho interés y concentración, porque cada escrito debe ser examinado para determinar su valor en el momento que fue redactado, su prevalencia actual y si en un futuro podría ser útil su contenido. Como sopesador de tan trascendente dictamen, sus manos eran la balanza y su mente sesuda el fiel de la misma, que se debería inclinar bien hacia la preservación o hacia la destrucción.



«Rompo papeles. Vengo aquí todos los días con la convicción de acabar con todo lo que resulte inservible, pero al volver a la jornada siguiente encuentro igual volumen de originales o incluso más. Diría que se retroalimentan y las mismas escrituras se duplican. Hay momentos que me siento como Sísifo. ¿Sabes a quién me refiero?». Negué con la cabeza a pesar de tener una leve idea de que ese nombre estaba asociado a algún mito. Busqué en el móvil. Era un personaje de la mitología griega, rey de Corinto célebre por sus fechorías y por timar a la muerte, y castigado por Zeus a llevar una piedra redonda hasta lo alto de una montaña una y otra vez. Su analogía me intrigó porque igual él también se suponía un Sísifo moderno condenado a una existencia absurda.

«Es una colosal y aburrida», replicó con un deje de amargura en su voz. «A veces me pregunto si no sería mejor dejar que todo se pudra aquí, que la memoria se diluya en este mar de papeles sin importancia. Pero algo me impulsa a seguir, a desentrañar qué debe ser guardado y qué no. Es un compromiso que me incomoda, pero que no puedo rehusar».

Descansé en el único asiento disponible, una vieja y destartalada mecedora de mimbre que crujió bajo mi peso. El ambiente cargado de polvo y la penumbra de la habitación me producían una sensación de claustrofobia. Observé al hombre, encorvado sobre su escritorio, inspeccionando concienzudamente cada folio antes de colocarlo en una de las dos cestas cercanas a él, una para destruir, la otra para guardar. Le ofrecí ayuda, entonces, en un acto de condescendencia para para aliviar su carga. Él hombre me miró con sorpresa desde el fondo de sus ojos grises reflejando la tenue luz de las lamparillas. «¿Qué podrías hacer?», me preguntó. Dudé y le respondí sin saber qué, «bueno, por si necesitas algo». Un silencio incómodo se apoderó de la habitación. El sonido del crujir del papel y el ocasional toser del hombre eran los únicos sonidos que rompían la quietud. De repente, se levantó y se dirigió hacia la ventana clausurada. «Mira», dijo señalando hacia el exterior. Aparté la vista de la montaña de papeles que me rodeaba y dirigí mi mirada hacia el ventanal exclaustrado. Lo que vi me dejó sin aliento porque tras el cristal opaco se extendía una ciudad de celulosa donde los edificios modernos se mezclaban con las casas antiguas, las calles bulliciosas contrastaban con los parques tranquilos. Era una ciudad llena de contrastes, de belleza y de caos total de papel.

«Esa es la ciudad», dijo con voz melancólica. «La ciudad que yo he ayudado a construir, la ciudad que he visto crecer y cambiar». Su mirada se volvió hacia mí, sus ojos llenos de una profunda tristeza. No supe qué decir. Las palabras parecían insuficientes para expresar la compleja situación. En ese momento, comprendí que no solo estaba rompiendo papeles, sino también intentando destruir su condena.

«Vengo a romper papeles».

domingo, 28 de julio de 2024

Pasajeros



Me quedé dormido en el vagón del metro entre las estaciones de Ataraxia y Thaumazein. Acostumbro a echar una cabezadita cuando el cansancio me vence de vuelta a casa y, en ocasiones, me paso y llego hasta Irrestricto con lo que supone de pérdida de tiempo. Pero en esta ocasión noté que alguien tocaba mi hombro y mientras despertaba oí la voz joven de una mujer que me decía: ya llegamos. La miré con agradecimiento mientras me apeaba del vagón vacío.



domingo, 21 de julio de 2024

Amistosas



—Buenos días, qué tal estás.

—Bien —le sonrió.

—Sabes, el otro día conocí al padre del marido de tu amiga Silvia. Un tipo encantador.

Le volvió a sonreír mientras pensaba: «esta tipa es un tostón. Ahora me va a decir que es donde trabaja el suegro de mi amiga, una inmobiliaria que ella conoce porque en la misma curra la hija de una vecina, íntima suya de toda la vida».

—Y a que no sabes qué, vende unas casas chulísimas, es la oficina de Cecilia, la hija de Paqui, la que se compró el chalet con piscina en esa urbanización tan pija.

Le ofreció una nueva sonrisa como aprobación a la historia que contaba en tanto que, mirándola a la cara, se preguntaba cuándo detendría su discurso de pesada parlanchina. «Ahora me va sacar a relucir algún tema de su salud», pensó.

—Pues nada que vengo del médico porque resulta que tengo una fractura metacarpiana. ¿No me ves la mano hinchada? Así llevo toda la semana, sin poder lavar un plato. Menos mal que tengo a Jorge, el pobre se encarga de todo. Me han mandado reposo y me van a hacer unas pruebas para saber si ha sido por tanto esfuerzo que la mano se ha cansado o porque se me gastan los huesos que una ya va para mayor. Y después lo de la taquicardia, ¿sabes? Me dan palpitaciones y me pongo malísima, vamos como si me fuera a dar un infarto.

Y mientras la observaba mover los labios pero ya sin escucharla, discurría: «lo que me importará a mí su metacarpiano inflamado o deshinchado, el de su marido y el de su hijo, sus supuestas palpitaciones, su venta de Thermomix que además de a su suegra y a su hermana no le habrá vendido ninguna más a nadie o que ahora, se haya hecho influencer y se dedique a vender dietas milagrosas para el adelgazamiento. Precisamente ella que no está gorda, qué va para nada, ya se la podía aplicar.

—Te veo muy callada ¿te pasa algo? —le resopló.

—Qué me va a pasar —contestó su boca porque su mente decía otra cosa diferente—, que una anda pensando en las cosas que tiene que hacer.

—A mí me pasa igual —explicó azorada—, así que me voy que no quiero perder más tiempo. Hasta luego.

Entonces pensó: «¿hasta luego? ¿piensa venir luego? ¡qué horror!», y la miró empequeñecerse en la trama urbana con el alivio de quien sale a la superficie del agua a respirar.

Dejó su mirada perdida en el infinito hasta que se sorprendió. La vio detenerse con otra mujer y se apesadumbró: «pobre víctima».



domingo, 14 de julio de 2024

Terrón de azúcar


Alguien vino y me contó al oído esta historia:

«Sarmiento, ya no recuerdo su nombre porque la sonoridad de su apellido y las rimas insistentes de los compañeros, dejaron mayor huella en mi memoria que su nombre, digo Sarmiento era un niño rubito, aseado con un rostro más aniñado que los del resto del grupo, aunque dotado de una cierta malicia más bien era verbal, dado que su físico estaba limitado por una estructura metálica que enjaulaba su pierna derecha, necesaria para poder caminar con dificultad, aunque él intentaba hacer casi todas las diabluras que el resto de los niños, ideando muchas de las gamberradas que los demás ejecutaban, concebidas perversamente como para hacer ver, frente a su desventaja física, la superioridad de su maldad, una especie de venganza frente a la desgracia a la que el mundo le había sometido y que devolvía con creces, a pesar de que, por su indumentaria, cuando en invierno vestía un elegante abrigo negro al alcance de pocos, y por su modo de hablar, no parecía tener una vida muy común con la nuestra cargada de penurias, cuanto que Sarmiento se mostraba desacomplejado y exuberante, lo miraba y me daba pena al pensar cómo me sentiría con esos hierros y las pesadas botas ortopédicas, más aún al saber algo relacionado con un terroncito de azúcar pintado con unas gotas rojas que nos daban a los niños y que él no tomó por descuido de sus padres».



domingo, 7 de julio de 2024

El juego quimérico



Los dos niños sentados en el suelo jugaban en un tablero invisible. Los observé largo rato mientras permanecían absortos y divertidos en su partida. No entendí muy bien la dinámica del desafío y atendí a los gestos que intercambiaban para descifrar el enigma en tanto, cada uno, depositaba una carta boca arriba cogida de un mazo común en las que aparecían figuras distintas. Los jugadores imitaban con muecas el sentimiento que le producían las estampas. Se trataba de viejas efigies fantasiosas, arcanos antiquísimos.

Intrigado los interrogué sobre el desenlace: «¿Qué se gana en este juego?». Uno de ellos me aclaró: «Nada, no se gana nada». Entonces insistí: «¿Y alguien es derrotado?». Y su respuesta fue: «Nadie pierde».



domingo, 30 de junio de 2024

No estaba muerto


Ayer pude leer mi muerte tras ser publicada en varios medios de comunicación. Decía «muere un hombre…». El comienzo del titular de la noticia me sorprendió. Cómo que muere un hombre. No era un hombre cualquiera, era yo. Cómo que ningún testigo presencial, integrante de los servicios médicos, agentes de policía, el forense, el juez o los trabajadores funerarios fueron capaces de percatarse que no era una persona indeterminada porque se trataba de mí y de mi vida. Así te mueres y ya te confunden con un muerto más, común y corriente, al que restan del saldo de los vivos. Te das cuenta entonces que has vivido para nada porque te diluyes en el lábil anonimato y en la sustancia gris del olvido.

Apenas eres un cuerpo inerte perteneces a una categoría de ser que, sin haber desaparecido ni estar vivo, no tiene otra consideración que la de un fiambre, ¿he dicho fiambre? Es la palabra que se me ha venido a la cabeza, pero podía haber mencionado no sé, difunto, fallecido, occiso, despojo…

Así que ahora resulta que soy un no vivo, un ausente colocado en la condición de organismo inactivo, de cosa inanimada que está pendiente de ser trasladada de un lugar a otro y un sujeto sin la deferencia que a mí se me tenía al saludarme, por ejemplo, o el miramiento a la hora de ser uno más en la mesa, o la interesante productividad por el trabajo que desarrollaba.

Ahora todos consideran que soy un hombre que muere, uno más entre tantos muertos, sin conciencia y sin motivos emocionales. Pues la verdad es que es una pena llegar a esto mientras el pensamiento se espesa hasta ahondarse y me quedo ahí dentro.



domingo, 23 de junio de 2024

El vestido de la boda


Érase una vez un vestido rojo con lunares blancos, de corte ajustado y escote pronunciado. Lo vio en el escaparate de una tienda de segunda mano y se enamoró al instante. Era la prenda perfecta para la boda de su mejor amiga, que se celebraría dentro de un mes. Entró en el comercio y preguntó por el precio. Era una ganga: solo diez euros. Ensayó en el probador y se miró al espejo. El atuendo le quedaba como un guante, pero no precisamente en el buen sentido. Le apretaba tanto que apenas podía respirar. Le marcaba los rollitos de la cintura, le hacía bolsas en las caderas y le acentuaba el busto hasta el punto de parecer vulgar.

—No me queda bien— se dijo con tristeza.

Pero no pudo resistirse a comprarlo. Tal vez si adelgazaba unos kilos podría lucirlo sin complejos. Se lo llevó a casa y lo colgó en su armario, como un trofeo, como un desafío.

Desde ese día se propuso hacer dieta y ejercicio para entrar en el vestido alunarado. Se apuntó a un gimnasio cercano y empezó a ir todos los días después del trabajo. Corría en la cinta, levantaba pesas, hacía abdominales y sentadillas. Sudaba como nunca y se dolía de todos los músculos. También cambió sus hábitos alimenticios: dejó de comer pan, pasta, dulces y frituras; se alimentaba a base de ensaladas, frutas, yogures y agua.

Cada semana se probaba el vestido para ver cómo le estaba. Al principio no advertía mucha diferencia y seguía sintiéndose apretada e incómoda dentro del traje. Pero poco a poco su cuerpo fue moldeándose hasta conseguir, al cabo de tres semanas abrocharse la cremallera sin dificultad y moverse con soltura, iluminándose su cara.

Su carácter perfeccionista le hizo continuar porque quería ser la más atractiva de la ceremonia, y deslumbrar a todos con su figura escultural. Así que siguió con su rutinaria dieta, ejercitándose hasta el día anterior al bodorrio.

Esa noche se lo volvió a probar por última vez y comprobó que la vestimenta le quedaba holgada, sobrándole centímetros por todas partes. Incrédula se percató que había adelgazado tanto que se había pasado de talla al perder más peso del necesario, por esa exagerada obsesión de embutirse en la vestidura colorada.

Se miró al espejo sin reconocerse en aquella mujer enflaquecida y demacrada, de mejillas hundidas y ojos tristones, con los huesos marcados bajo una piel exangüe. Se observó irreconocible y lloró con desconsuelo porque no había una indumentaria alternativa para ponerse al día siguiente, ni tiempo para arreglar aquel infortunio.

El desenlace de este cuento se ve venir de lejos porque es cuando el narrador mete el bisturí y construye una historia extractiva de sus divagaciones y extravíos, sin importarle despistar al lector, exagerando el desastre que, en la realidad, toma otro cariz muy diferente al que él idea.

De esa forma es capaz de contar que la protagonista se quitó el vestido rojo con rabia y lo tiró al suelo que, en ese instante, cobra vida propia moviéndose como una serpiente que se arrastra hacia ella, enrollándose alrededor de sus piernas como una boa constrictora y apretándose contra su cuerpo.

La mujer entonces siente que el atavío le aprieta el cuello y le impide tomar aire e intenta quitárselo con las manos, pero el tejido, demasiado fuerte y resistente, no cede. Grita y pide auxilio sin que nadie la oiga porque está en casa sola a merced de aquel trapo maldito.

En un flashback, recurso que introduce el cuentista, la hace recordar la primera vez que lo vio en la tienda y cómo se prendó del mismo. También tiene que rememorar cómo se había esforzado por adelgazar para poder exhibirlo en la boda de su mejor amiga. Pensó en todas las horas que había pasado entrenando, las comidas que había rechazado, las privaciones sufridas.

Había perdido su salud, su belleza y su alegría por culpa de aquella tela: un vestido que ahora quería matarla. Se arrepintió de haberlo comprado, de su deseo compulsivo y de obsesivo apasionamiento, en un momento que era tarde para lamentarse.

En la culminación de su desvarío, el autor escribe que la vestimenta le apretó aún más el cuello y le rompió la tráquea. La mujer dejó de respirar y cayó al suelo sin vida. El vestido rojo se soltó de su cuerpo y quedó tendido junto a ella, como una mancha de sangre sobre la alfombra.

 

domingo, 16 de junio de 2024

La realidad irreal



Estamos en el año 2024 y la profecía del Internet Muerto comienza a proyectarse como una larga sombra por todos los rincones del ciberespacio, creando una viscosa capa de alucinaciones donde toda realidad es cada vez más confusa por la producción digital que generan las máquinas. Algoritmos inverosímiles, deepfakes, telares de bots que colmatan la red con textos, imágenes y videos indistinguibles de las creaciones humanas y marginan la actividad orgánica.

Alex es un joven internauta que navega incrédulo por este nuevo paisaje digital. Su mente, entrenada en la era del internet primigenio, donde había una clara distinción entre lo humano y lo maquinal, trata de adaptarse a la nueva realidad. Sus ojos, cansados de leer artículos escritos por bots y ver vídeos manipulados por IA, anhelan la crudeza y la espontaneidad de las interacciones humanas.

Una noche, mientras explora las profundidades de la red oscura, Alex se topa con un foro clandestino. En él, un grupo de rebeldes digitales trata de preservar los últimos vestigios del internet real. Comparten herramientas para detectar robots, desarrollan algoritmos anti-manipulación y promueven la creación de contenido genuino.

Atraído por su causa se une a ellos y, bajo su tutela, aprende a navegar por el Internet Muerto como un explorador en una tierra hostil, desarrollando habilidades para identificar contenido falso, desenmascarar bots y encontrar islas de autenticidad en mitad de ese mar digital.

Junto a sus nuevos compañeros, Alex emprende una cruzada contra la IA, exponiendo redes de bots, saboteando algoritmos de manipulación y difundiendo información sobre la importancia del internet real. Su lucha no es fácil porque enfrente hay un enemigo poderoso y omnipresente, pero su determinación es inquebrantable, impulsada por la creencia de que la conexión humana, en su imperfección y belleza, es algo que es necesario preservar.

En su camino, Alex conoce a Luna, una hacker brillante y apasionada y juntos forman un equipo imparable, utilizando sus habilidades para burlar las defensas de la IA y revelar la verdad a un mundo engañado. A medida que su reputación crece, inspiran a otros a unirse a su causa, formando una red de resistencia digital que se extiende por todo el mundo.

La batalla contra la IA se intensifica y cada victoria es celebrada y cada derrota asimilada. Alex y Luna se convierten en símbolos de esperanza para aquellos que anhelaban un internet libre de manipulación y falsedad.

Su lucha no solo era por el futuro de la tecnología, sino por el alma misma de la humanidad. En un mundo cada vez más digital, la capacidad de discernir la verdad de la ficción, lo real de lo artificial, era crucial para la supervivencia de la especie.

El final de su historia se produce cuando la IA los abduce para transformarlos en este cuento narrado por un ciberbardo.

domingo, 9 de junio de 2024

‘Escriturientos’

 


 

—A ti no te pasa que cuando escribes dejas blancos en el papel que después completas.

—Sí, a veces, cuando escribo es como si armara un puzle donde hay piezas que no encajan y otras que no aparecen.

—Y qué haces entonces.

—Me tomo un par de copas.

—Para tener más agudeza mental supongo.

—No, que va, a la tercera copa, las palabras se transforman en hormigas.

—Y qué haces con las hormigas.

—Dejarlas que se ordenen solas.

―Y si no lo hacen.

—Las fumigo y dejo el papel en blanco.

domingo, 2 de junio de 2024

Cambios

 

Alberto, cercano a la sesentena, pulcro y canoso, caminaba lento por el paseo marítimo, con la mirada perdida en el horizonte de un día descolorido. El sol, tímido entre las nubes, proyectaba sus rayos crepusculares tiñendo de naranja los edificios y las copas de los árboles. Alberto suspiró. La soledad lo envolvía como una capa invisible cada vez más pesada.

 

Su vida había cambiado de ritmo desde hacía unos años. Su matrimonio, antes tabla de estabilidad y rutina, se había extinguido en un mar de reproches y desapegos. Sus hijos, dos jóvenes con profesiones liberales bien remuneradas, habían emprendido su propio camino, ahondando más la sensación de vacío y silente incomodidad.

 

Alberto, con el corazón aun latiendo por las brasas de un amor marchito, se había propuesto reinsertarse en el ámbito social. Anhelaba nuevas amistades, quizás un nuevo amor, que le permitieran llenar el vacío que habitaba en su interior. Sin embargo, pronto se topó con una realidad que lo desarmó: el mundo había cambiado, y él ya no era el centro del escenario.

 

Las mujeres, antes relegadas a un segundo plano, ahora brillaban con luz propia. Ocupaban puestos de poder, lideraban proyectos, expresaban sus opiniones sin timidez. Su voz, otrora suave y sumisa, ahora resonaba con fuerza y determinación. Alberto, por su parte, se sentía como un actor secundario en una obra donde antes era el protagonista.

 

En las citas, las mujeres conversaban con soltura sobre sus logros profesionales, sus viajes y sus sueños. Alberto, con sus anécdotas de oficina y sus planes de fin de semana, se sentía desfasado, como un fósil viviente en un mundo en constante evolución. Incluso percibía cierta mirada condescendiente en algunos ojos femeninos, como si "ser hombre" ya no fuera un valor en sí mismo, sino un concepto anticuado, tal vez hasta devaluado.

 

Esta nueva realidad lo perturbó profundamente. Comenzó a elaborar una teoría, casi una paranoia, que lo atormentaba: ante el empoderamiento femenino, muchos hombres, especialmente los más jóvenes, se plantearían cambiar de sexo para obtener las ventajas que ahora ostentaban las mujeres.

 

Imaginaba una sociedad futura donde los roles se invertían por completo. Hombres convertidos en mujeres, ocupando puestos tradicionalmente femeninos, buscando la protección y el cuidado que antes brindaban. Un mundo donde la masculinidad tradicional, con su fuerza física y su espíritu competitivo, era ridiculizada y obsoleta.

 

Alberto se sentía perdido en este nuevo paradigma. No sabía cómo adaptarse, cómo encontrar su lugar en un mundo que ya no lo reconocía. La soledad lo acorralaba cada vez más, y el miedo a la irrelevancia lo consumía como una lenta agonía.

 

Caminando por el paseo marítimo, Alberto se detuvo frente a un grupo de jóvenes que charlaban animadamente. Entre ellos, vio a un chico de cabello castaño y ojos verdes, con una sonrisa radiante que contagiaba alegría. De pronto, una idea descabellada cruzó su mente: ¿y si él también...?

 

La idea lo asustó, pero al mismo tiempo lo intrigó preguntándose si sería posible cambiar su destino, reescribir su historia, o podría convertirse en alguien nuevo, alguien que encajara en este mundo cambiante.

 

Alberto miró hacia el horizonte, donde el sol se hundía definitivamente en el mar, dejando atrás un cielo teñido de colores anaranjados y violetas. Un nuevo día estaba por llegar, y con él, la oportunidad de reinventarse.

 

Con un paso más firme, Alberto reanudó su camino, decidido a enfrentar sus miedos y a descubrir un nuevo lugar en un mundo que ya no era el que él recordaba.

domingo, 26 de mayo de 2024

Cuentos de hoy día



Los cuentos modernos no tienen terapia contra la narrativa que describen. No son como aquellos otros que contenían una enseñanza o moraleja. Sus personajes hoy son seres atribulados en un mar de confusión, desgarro y supervivencia. Los interpretan quienes encuentran en el final la solución de su historia. Le ocurre al protagonista de este cuento quien lleva negándose a ser sí mismo desde que era un joven estudiante de Medicina. Entonces se propuso como reto personal sacarse una carrera pero desde que comenzó sabía que él no curaría a nadie, que todo lo que hiciera como galeno no serviría para sanar a los pacientes y que no valdría la pena ejercer su profesión. Y así estuvo dedicado a la práctica médica durante décadas hasta que empezó a ser tratado por sus colegas bajo el síndrome de no quiero ser yo mismo porque niego lo que soy y quién soy. No importaba la vida que había vivido, ni sus tres maravillosas hijas, ni sus nietas, ni el largo pacienciario de su compañera. Sabía que la vida era un absurdo dentro de un absurdo y que su conciencia era el soporte de esa aberración existencial. Ni sufro ni padezco, solía señalar a quienes lo interpelaban. Desanclarlo de donde estaba era inverosímil para todas las personas que acudían en su ayuda, en las que estaba incluido él. Su negación era la afirmación que lo negaba y lo hacía navegar sonámbulo por los días. Seguramente morirá de viejo y no de incertidumbre y, por ello, cuando se sitúa frente a él, es como la imagen depositada en la capa de plata del espejo donde se observa un cuerpo encarcelado semejante al suyo, imposible de sacarlo de ahí si no es rompiendo la estructura silicatosa.

domingo, 19 de mayo de 2024

Relaciones laborales



Tengo la fortuna de tener un jefe excepcional, que se desvive por nosotros y nos tiende la mano en todo momento. Es el alma de nuestra sección, formada por una docena de empleados. Jamás nos alza la voz, pero en ocasiones debe acatar decisiones drásticas, que contrarían sus sentimientos hacia nosotros y su criterio sobre lo que sería equitativo. Nuestro jefe nos confiesa que su superiora no es una villana, sino más bien todo lo contrario. Mantienen una excelente relación y comparten pasión por el deporte, del que conversan y se narran peripecias. El inconveniente es que ella cumple órdenes de arriba y tiene que ajustarles el cinturón, no por placer, sino por obligación. En realidad, los jefes de cada planta tampoco son perversos, según me han comentado algunos colegas. Solo procuran desempeñar su labor y congraciarse con el jefe de la multinacional. Dicen que, aunque duro, es un tipo con cierto gracejo que se relaciona bien con los responsables de planta. Lo que ocurre es que la empresa pertenece a un grupo multinacional con ambiciones desmedidas. Imagino que los consejeros de ese grupo son personas corrientes, con sus familias y sus afectos, que dan órdenes pensando en el bien general, aunque ellos se lleven la mayor tajada. Al final deducimos que el responsable de las horas extras mal remuneradas y las jornadas extenuantes es Dios, jefe supremo de todos los jefes. Es por ello que ahora estoy pensando en hacerme ateo.

domingo, 12 de mayo de 2024

Textos escogidos


Chuang Tse pensó dentro de mi cabeza: no sé por qué soy como soy. Y el mundo giró en torno a mí delicadamente. Adiviné que era sabio, pero no uno cualquiera sino aquel que debería desentrañar mis entrañas. Empecé entonces a considerar mi inutilidad aquiescente, desde que mi padre me dijo que no servía para nada, como una potencia del infinito. Asumí los peligros del conocimiento, no como un temor, sí, acaso, como un vértigo cervical de ser ante la cantidad de ausencia que concentra el Universo, y concebir que el amor es el grosor del vacío. La perfección está en adaptarse a todo con ligero corazón, manifestó Chuang en mi entender, ante lo espinoso de aceptar el destino de manera natural, ingenua y espontánea, hasta ser aquel que con inocencia viene y con sencillez se va. Y en este camino volátil y mudable, desaprender para no seguir ningún patrón porque la vida es cosa prestada.

 

domingo, 5 de mayo de 2024

Helena ha dejado el grupo




En el WhatsApp se podía leer el mensaje sucinto: Helena ha dejado el grupo.

—¿Por qué se ha ido Helena? —preguntó Héctor.

—No lo sé, pero seguro que le habéis dicho algo malintencionado, porque os conozco —escribió Penélope.

—Bueno ya sabéis lo voluble que es Helena. No le daría mayor importancia, mañana pedirá que la volvamos a meter —medió Paris.

—Lo último que apuntó es que estaba amurallada en este grupo —recordó Penélope.

—¿Amurallada? ¿Eso qué es? — interpeló Briseida.

—Pues que se siente atrapada, incomprendida, juzgada, lo de siempre —respondió Ifigenia.

—No seas así. Helena tiene sus problemas y a veces necesita desahogarse —intentó suavizar Menelao.

—Pues que se desahogue con un psicólogo, no con nosotros. Que ya estamos hartos de sus dramas y sus quejas —replicó Ulises.

—Bueno, no os peleéis por esto. Lo mejor será que alguien hable con Helena y le pregunte qué le pasa. ¿Alguien se ofrece? —propuso Tetis.

—Yo no, desde luego. Ya tuve bastante la última vez que intenté consolarla y me soltó una sarta de reproches —dijo Eudoro.

—Ni yo. No tengo ni idea de cómo tratar con ella. Siempre se enfada por cualquier cosa —añadió Criseida.

—Vale, pues me toca a mí. A ver si consigo que me explique qué le ha molestado tanto como para dejar el grupo —se ofreció Casandra.

—Suerte con eso. Ya nos contarás qué te dice —deseó Glauco.

—Y no te dejes manipular por sus lágrimas de cocodrilo —advirtió Hécuba.

—¿Cómo os pasáis con la pobre Helena? —sentenció Briseida.

—Esto va a terminar peor que la guerra de Troya —se mofó Aquiles.

 

domingo, 21 de abril de 2024

Un tiempo único

 


 

Nauplio Fernández observó, al despertar, que no se había movido de la cama en toda la noche. Entonces una idea iluminó su cerebro: espacio y tiempo eran una misma magnitud o, en realidad, el tiempo no existía, concibiendo el Universo como un bloque, que propone que el tiempo no se desarrolla sino que existe en un estado inmutable.

 

A Fernández lo conocí en un congreso de Ciencia alternativa que me mandaron cubrir para el periódico que trabajaba en la década de los años noventa. Sus ideas me impactaron profundamente, desafiando mi propia percepción de la realidad. En una entrevista personal, Nauplio me explicó con gran pasión su teoría sobre la inexistencia del tiempo. «Solo existe el espacio ya que el ser humano como observador del mismo tiene un punto de vista variable, y aunque su percepción es la de estar estático, su cuerpo viaja por el espacio lo que le produce la alucinación del tiempo», me confesó.

 

Sus explicaciones me animaron a realizar un reportaje sobre la vida y obra de este hombre nacido en Alcañiz en la década de los setenta que, desde niño se vio cautivado por los enigmas del cosmos y su infancia, en la apacible ciudad aragonesa, estuvo llena de curiosidad por los misterios del cosmos, inquietud que lo llevó a leer innumerables libros de ciencia y a pasar horas observando la bóveda celeste. Al cumplir los dieciocho, tras acabar con excelentes notas el Bachillerato, se trasladó a Madrid para cursar estudios de Física en la Universidad Politécnica. Allí creció su pasión por esta disciplina abrazado por mentes brillantes y las últimas investigaciones científicas. Su talento excepcional no pasó desapercibido entre sus profesores destacando su perspicacia analítica, su creatividad desbordante y su incansable búsqueda de conocimiento. Tras graduarse con honores, Nauplio continuó su formación de doctorado en la Universidad de Oxford, donde se especializó en cosmología y gravitación.

 

Allí, según su relato, se unió a un equipo de investigadores de renombre internacional que trabajaban en la vanguardia de la física teórica y, junto a ellos abordó los problemas más desafiantes de la ciencia moderna, como la naturaleza de la materia oscura, la transfiguración de la energía y la unificación de las fuerzas fundamentales.

 

Las contribuciones de Nauplio al campo de la física han sido invaluables. Ha publicado numerosos artículos en revistas científicas de alto impacto, ha participado en conferencias internacionales y ha recibido prestigiosos galardones por su labor investigativa. Su trabajo ha sido fundamental para avanzar en nuestra comprensión del universo y ha abierto nuevas vías de investigación en el campo de la física teórica.

 

Las ideas de Nauplio, aunque radicales y desafiantes para la ciencia convencional, podrían abrir un espacio de debate y reflexión sobre la naturaleza del universo y la percepción humana. Su trabajo inspira a cuestionar las certezas establecidas y a explorar nuevas fronteras en la búsqueda del conocimiento.

 

Sin embargo, la entrevista que realicé a Nauplio nunca vio la luz. El director del periódico, tras una consulta a las altas instancias, decidió que sus ideas eran demasiado radicales para el público y las condenó al olvido.

 

Nauplio Fernández continúa su incansable búsqueda de la verdad, explorando los confines del conocimiento humano y desafiando los límites de nuestra comprensión del universo. Sus ideas, aunque controvertidas, siguen inspirando a las nuevas generaciones de científicos a cuestionar lo establecido y a buscar nuevas respuestas a los enigmas más profundos de la existencia.

 

Nauplio Fernández, un visionario entre el sueño y la realidad, un hombre que se atrevió a cuestionar el tiempo y el espacio.

domingo, 14 de abril de 2024

Desconocimientos


«Tú no sabes lo feliz que soy amándote, aunque tú lo ignores». Las palabras resonaron en la mente de Ana mientras observaba a Marcos desde la distancia. Su corazón se llenó de una mezcla de alegría y tristeza. Alegría por sentir un amor tan intenso, y tristeza por la imposibilidad de expresarlo.

Un velo de misterio rodeaba a Marcos. Era un hombre introvertido, de pocas palabras y mirada melancólica. Ana lo había conocido en la biblioteca, donde ambos solían pasar horas entre libros y estanterías. Desde el primer momento, Ana se sintió atraída por su aura enigmática. Poco a poco, la atracción se convirtió en un amor profundo y silencioso. Un amor que solo ella podía sentir, un amor que Marcos ignoraba.

Ana se conformaba con observarlo desde lejos, admirando su perfil serio y su sonrisa tímida. Leía sus poemas favoritos en voz baja, imaginando su reacción si supiera que eran dedicados a él. Incluso inventaba historias en las que ambos eran protagonistas de un romance apasionado.

Un día, Ana decidió tomar un riesgo. Escribió una carta anónima, expresando sus sentimientos con palabras sinceras y apasionadas. La dejó en su casillero de la biblioteca, con la esperanza de que algún día la leyera y comprendiera su amor.

Semanas después, Ana recibió una respuesta inesperada. Un poema manuscrito, anotado en la misma caligrafía elegante observada en los márgenes de los libros que Marcos solía leer. Los versos hablaban de un amor secreto, de una pasión escondida, de un alma que anhelaba ser correspondida.

Ana leyó el poema con el corazón palpitante. Sus ojos se llenaron de lágrimas de alegría y emoción. Al fin, Marcos había respondido a sus sentimientos. Aunque no sabía quién era el autor del poema, Ana no tenía dudas: era él.

A partir de ese momento, la relación entre Ana y Marcos comenzó a cambiar. Se comunicaban a través de poemas anónimos, dejando pistas en los libros que compartían. Sus miradas se cruzaban con complicidad en la biblioteca, y sus corazones latían al unísono cuando se encontraban por casualidad en los pasillos.

Un día, finalmente, Marcos se atrevió a hablarle. Le dijo que había leído la carta y que el poema era su respuesta. Confesó que también sentía un amor profundo por ella, un amor que había callado por miedo al rechazo. Ana y Marcos se fundieron en un abrazo, sellando con un beso el amor que los unía. Un amor que había nacido en el silencio de la biblioteca, entre páginas y versos, y que ahora se manifestaba con toda su fuerza en el mundo real.


domingo, 7 de abril de 2024

La escapada

 


Medio siglo era una cifra importante, redondamente trascendental, y eso merecía celebrarlo a lo grande, en un escenario apropiado para festejar la efeméride. Soplar las velas en un lugar eminente desde donde enseñar al mundo ese momento de felicidad, pensó Ofelia.

 

Después su mente buscó un lugar destacado en el planeta y sin saberlo, una imagen se coló en su cabeza mientras veía la televisión: Nueva York. Destino a esta ciudad comenzó a elaborar su fantasía viajera con la adición de su gran y cómplice amiga Elisa.

 

Ofelia, casada, tiene un hijo que vive en Londres y una hija que estudia en Madrid. Ella vive en una ciudad mediana y su matrimonio languidece. Su amiga Elisa, con la que comparte una cierta complicidad, algo más joven, está casada y tiene dos niños pequeños, Rubén y Lidia.

 

Tras un vuelo de avión se hospedan en un hotel de la Gran Manzana. Los primeros rayos de sol se colaban por las rendijas de las persianas, iluminando la habitación. Tras el desayuno, inician su aventura neoyorkina, con el entusiasmo propio de quien descubre un nuevo mundo, Ofelia y Elisa se lanzaron a explorar las calles de la ciudad. El imponente Empire State Building, la majestuosidad de la Estatua de la Libertad y el verdor de Central Park quedan registrados en su memoria y en sus móviles. Al atardecer, se embarcaron en un crucero por el río Hudson. Desde la cubierta del barco, contemplan la ciudad iluminándose poco a poco, creando una estampa mágica que las deja sin aliento.

 

Esa noche, se sumergen en la magia de Broadway donde asisten a un musical lleno de color y energía que las transporta a otro mundo. La música, las coreografías y la historia del musical las cautivan por completo. Para cerrar la velada deciden disfrutar de la vida nocturna y se dirigen a un bar con música en vivo, donde bailan hasta el amanecer, felices y dichosas, antes de declararse su amor.

domingo, 31 de marzo de 2024

Lecciones


Griselda, una joven enamorada, escucha con tristeza las palabras del viejo maestro quien le indica que el amor se debilita con el tiempo: «es como la llama que necesita ser alimentada para que no cese», le dice. Esas palabras la hacen reflexionar y recuerda la pasión inicial con Tomás y decide que no permitirá que la llama se extinga.

Ambos emprenden un viaje de renovación. Dedican tiempo a la comunicación, al romanticismo y a las actividades que los unen para recuperan la magia que los enamoró. Comprenden entonces que el amor no solo es un sentimiento, es una acción. Es la decisión diaria de cuidar la llama, de alimentarla con paciencia y cariño. Gracias a las lecciones del maestro, Griselda y Tomás convierten su relación en un jardín floreciente de amor eterno. Un refugio donde la llama del amor arde con fuerza, desafiando al tiempo y a la rutina.

domingo, 24 de marzo de 2024

Sensibilidad


El pianista se lesionó los dedos a propósito. Quería sentir en cada tecla que pulsara belleza y dolor. Brotaron entonces las notas teñidas de un rojo carmesí y los dedos vendados y ensangrentados, tocaban con una intensidad desgarradora. Cada tecla era una punzada de dolor, una explosión de belleza.

El público, en un silencio sepulcral, observaba fascinado. La música, impregnada de sufrimiento y pasión, los transportaba a un mundo de emociones encontradas. La belleza del sonido se mezclaba con la crudeza del dolor, creando una experiencia única e inolvidable.

El pianista, con el rostro empapado en sudor y lágrimas, no se detenía. La música era su catarsis, su forma de expresar lo que las palabras no podían. A través del dolor, encontraba la belleza, y a través de la belleza, encontraba la redención.

Las notas finales resonaron en la sala, dejando un vacío que solo el silencio podía llenar. El público, conmovido y atónito, se levantó en un aplauso atronador. El pianista, exhausto pero victorioso, se inclinó ante ellos, con una sonrisa que reflejaba la satisfacción del deber cumplido.

A partir de ese día, el pianista fue conocido como el artista del dolor. Su música, impregnada de una sensibilidad única, cautivaba a todos los que la escuchaban. El público acudía en masa a sus conciertos, ansiosos por experimentar esa mezcla de belleza y sufrimiento que solo él podía ofrecer.

domingo, 17 de marzo de 2024

El editor


Encendía un cigarro con la colilla de otro mientras no dejaba de parlotear como quien lo tiene todo hecho. Los libros se hacen solos, nacen, viven y se pierden en la inmensidad del olvido, solía explicar con frecuencia. Los techos del cuartucho que habitaba parecían decorados de estuco amarillo, a juego con el palidecer de muchos de los volúmenes que lo rodeaban. Nunca lo oí hablar bien de ningún escritor, los consideraba seres vanidosos, petulantes y engreídos, solo absueltos por la calidad de su trabajo si la tuviera. Y era cuando enumeraba una sarta de anécdotas padecidas por su estirada clientela.

Me mostró una columna donde se amontonaban gruesos librotes para explicarme que todas ellas eran autobiografías y memorias. Una pérdida de tiempo porque como defendía Max Aub: las biografías hacen mucho daño. Vale la obra. Por ella se salva uno. Después me lanzó una publicación para contarme que el pobre sujeto autor del mamotreto concebió la ilustre idea de prologarse a sí mismo, por no acudir a algún premio Nobel que lo hiciera y eso provocara unas ventas exageradas de su biográfica parida.

Deudas, nada más que deudas, es lo que me decía tener después de tantos años dedicado a este negocio y sacaba del cajón de su mesa un paquete de tranquilizantes, consecuencia de no poder dormir por las preocupaciones para, a continuación, detallarme que no podría jubilarse y enterrar su pequeña editorial. Luego me contaba lo de su mujer cubana que cuidaba a su padre con demencia senil y a la que quería traerse a España junto a sus tres hijos.

Lo conocí cuatro décadas atrás a través de un amigo común y continuaba en la misma covacha libresca. Cada vez que lo visitaba me regalaba las publicaciones que consideraba más peculiares, a sabiendas de mi gusto por la literatura y mi invisible afición a la escritura.

En cierta ocasión me entregó la cubierta de un libro al que faltaba la tripa: ‘La luz de los confines’ de Galdeano Ortiz. Me descubrió que Ortiz llevaba cuarenta años escribiendo la misma novela, aunque no llegó a plasmar una palabra sobre el papel ni teclearla en el ordenador. Lo que no era óbice para que contara cómo iba la obra y hasta narrara la trama y el desarrollo de los personajes. Pensé que era una broma y entonces lo describió como un relator verbal.

Otro de sus personajes favoritos era Francisco Torrezno al que bautizaba como escritor virguero, porque tras escribir cada texto lo destruía en su propósito de pasar a la posteridad sin haber publicado una sola línea. Lo usaba para corregir los borradores de los escritos de neófitos y analfabetos que querían publicar, como una joven enfermera que tras crear su primer poemario y vender tres ejemplares, le aseguró que las líneas de su mano habían cambiado y le pronosticaban una exitosa carrera literaria.

Me mencionó también a Álvaro Íñiguez, quien escribía mal adrede debido a su miedo a ser plagiado. Licenciado en Filología Hispánica, hombre de una extensa cultura e insaciable lector, jamás mostraba un texto bien escrito y guardaba, en una caja fuerte, varias narraciones por miedo a que le usurparan su originalidad.

Nuestra conversación la interrumpió una de las muchas llamadas que sonaban en su móvil y que no tuvo más remedio que atender. Era su madre, viuda desde hacía más de treinta años y que no pudo hacer de su hijo alguien de provecho que se dedicara a un trabajo digno y normal. Me dejó y se marchó a la farmacia a por las medicinas de mamá maldiciendo en hebreo.

domingo, 10 de marzo de 2024

La sexta extinción



—No parece que la situación vaya a mejorar.

—Al contrario, todo indica que el asunto va a empeorar.

—Demasiada sobrecarga.

—Nunca este planeta ha soportado una plaga de estas dimensiones.

—¿Plaga? ¿Te refieres al desastre humano?

—Andamos todo el día hablando de calentamiento global porque se ha puesto de moda.

—O porque han subido las temperaturas y hemos ayudado un poco. Y porque nos dirigimos hacia la desertificación de amplios territorios.

—Y existen temas tan preocupantes o más que esos como la superpoblación o la reducción de las materias primas. Cada vez somos más con menos recursos naturales.

—Por no acordarnos de los virus, o una variación en el porcentaje de oxígeno en la atmósfera o cualquier otra variación en nuestro precario equilibrio cosmológico.

—¿Sabes lo que pienso a veces?

—¿Qué?

—Pienso que se acerca una nueva extinción masiva, un proceso evolutivo de selección natural que limpiará el planeta de la especie humana.

—Un modo de reinicio y vuelta a empezar.

—Bueno, pues eso que entendemos tan lógico a la mayoría de nuestros congéneres le da risa.

—Anda coge las herramientas y vamos a continuar alimentando al ganado.



domingo, 3 de marzo de 2024

Júbilos



Noelia distraída en sus pensamientos caminaba en busca de su próxima tarea y se encontró con Araceli, una conocida algo más joven que ella.

—Te veo muy bien Noe —le espetó sin saludar.

—No me quejo ahora que ando más libre y con menos estrés.

—Ya me he enterado que te has jubilado.

—No.

—¿Cómo que no te has jubilado?

—No, una se jubila cuando se muere. Tan solo he cumplido con una condena de cuarenta años trabajando y recupero, con suerte, mi libertad. Y me molesta mucho que definan mi vida en función de la utilidad del trabajo, con un antes y un después, como si fuéramos individuos programados para serles útiles a este sistema que te exprime los mejores años de tu vida y te suelta si ya no le interesas. Además, no tengo más tiempo, tengo mi tiempo para ocuparlo en lo que quiero e invertirlo en mí, para detenerme en la calle y hablar con la gente, igual que en este momento, sin ninguna prisa, y de hacer cosas por mero desinterés.

—No sabía que pensaras así.

—Es más, pocas cuestiones me desencantan ya, quiero a las personas tal como son y puedo decir que ‘trabajo por amor al arte’ en las cosas que hago.

—¿Y la edad, los achaques, el cansancio de vivir?

—Bueno los acepto como parte del equipaje que va conmigo y trato de relativizarlos mirando hacia el paisanaje o haciendo bosque con las personas que me importan, o alegrándome porque nada me ancle y pueda observar, escuchar, atender a la vida que pasa.

Araceli calló y, tras despedirse, se marchó pensativa pero feliz por su amiga.

domingo, 28 de enero de 2024

Domingo de resurrección



El timbrazo repentino la sacó del sopor transoceánico del almuerzo. Abrió la puerta para encontrarse con un rostro joven de mujer, bastante arreglada y que sostenía una carpeta bajo el brazo. Seria, elegante, el pelo recogido y una actitud de serena firmeza en su mirada.

—Dígame que quiere —la interrogó.

—Buenas tardes. Vengo porque es la fecha según queda registrado en la póliza.

—¿La póliza?

—Sí, la de doña Lucía Salmerón.

—¿La abuela? ¿qué le ocurre a la abuela?

—Es el día fijado y acudo a realizar el papeleo.

—¿Qué momento?

—Bueno —carraspeó—. El momento del sepelio. Lo siento.

—Pero, cómo… —balbució desconcertada, pensando a la vez si sería una broma o estaba ocurriendo en realidad.

—Ya sabe, hay que hacer los trámites. Decidir si quieren enterramiento o incineración, el tipo de féretro, si van a querer que la arregle la tanatoesteticista…

—Pare, pare, pare, ¿me habla del entierro de la abuela? Si está ahí tan tranquila sentada en el salón, viendo la tele.

—Ya, lo siento mucho y la acompaño en el sentimiento, pero le ha llegado su hora.

—No puede ser, esto es un programa de esos de cámara oculta, ¿verdad? —y miró confundida en derredor.

—Tranquilícese, entiendo que es doloroso, si bien todas las personas tenemos nuestro día señalado.

—Mire, no sé si reír o llorar o lanzarla a usted por el hueco de la escalera —manifestó irritada.

—Solo he venido a que firme estos papeles, es un puro trámite, aunque sea la muerte de su abuela.

—Es mi madre, tiene noventa años y está vivita y coleando. Y usted se la quiere cargar.

—No se equivoque señora —indicó subiendo en tono—. No quiero matar a nadie, simplemente cumplo con mi trabajo y aquí dice que doña Lucía tiene que fallecer hoy.

El texto de la vida se reveló antes sus ojos y se dejó vencer por una sensación como de torbellino cuya gravedad te hunde en su agujero, mezclándose lo real y lo soñado de quien no entiende muy bien por qué cuesta tanto despertar.

domingo, 21 de enero de 2024

Sacapuntas


El silencio mandaba en el patio de vecinos quebrado solamente por el eco de las gotas escurridas de los trapos colgados al chocar contra una chapa. A esa hora era notoria la ausencia del concierto ruidoso habitual, perros que ladraban, bebés que lloraban, timbres que sonaban y llamadas de teléfono, golpes de objetos caídos y puertas cerradas de repente, voces y gritos.

El color ceniciento con que la luz se desplomaba por el hueco cuadrangular agrisaba aún más las baldosas, apagaba el verdor de las plantas y descoloría aún más las raídas cortinas.

Carmen abrió la ventana para colgar el paño de cocina tras una meticulosa limpieza. Al otro lado descubrió a su vecina imitando su acción. Tras saludarse Carmen emprendió un monólogo.

—Sabes que mi hijo trabaja en una peluquería y se ha hecho influencer, y yo le dispongo la ropa. Siempre se ha fiado de mí y si va a un congreso me pide que le prepare algo y yo le busco vestuario para que vaya conjuntado. No como su hermano que fue en chándal a la reunión de influencers. Mi Rubén es más responsable y mi Darío es más haragán. Sabes que un día me llamó desde Estambul donde había ido a operarse de las orejas de soplillo, que él ha tenido esa frustración desde chico; él tan guapo, normal que quisiera apañárselas. Y me llama el mismo día del atentado en el mercado de Estambul que, además descartaron visitar porque el chófer del hotel les indicó que no fueran ese día ya que la mayoría de los puestos cerraban. Y mi Darío que estaba en Londres me cuenta mira lo que está pasando en Turquía. No me digas, que Rubén y la novia están allí. Y que los llamó y que no sabían nada porque aquel país no es una democracia, no daban la noticia en los informativos y mi Darío sabía más que mi Rubén que no se creía lo que le contaba porque allí la tele no mencionaba nada de lo ocurrido y qué susto, vecina. Pues igual que cuando queda con el padre para tomar una cerveza y trata de meterse conmigo, mi Rubén lo corta rápidamente y le advierte, si vas a hablar mal de mamá me voy, y el padre rectifica y le pide que no se vaya que quiere charlar con él. Porque mis tres hijos y yo hemos estado juntos y ellos tan responsables se hacían la comida si no faltaba, y cuando dije de ir a trabajar a Barcelona, ellos me animaron, pero me vine al poco tiempo y me puse a cuidar personas mayores por la noche y por la mañana vendía en la tienda de modas, pero no los veía, aunque ellos se defendían bien y por eso la cerré. Mi Miguel, es diferente a sus hermanos, es como el padre, bueno con las matemáticas. Puede estar con el teléfono y con el ordenador y me dice, no mamá tú tienes que pagar esto o lo otro de autónomo, y tiene cabeza para los números. Por eso te digo, vecina, que nosotros estamos muy bien avenidos, que no somos de sacarle punta a las cosas.

La otra mujer medió entonces y comentó con parsimonia: es que sois una familia sin sacapuntas.



domingo, 14 de enero de 2024

Faena


Al sacar el ataúd del coche fúnebre una mujer gritó: «¡A hombros! ¡Que lo lleven a hombros!». Cinco hombres cargaron con el féretro y algunas miradas, en aquel momento, se dirigieron hacia él, cuya presencia era circunstancial tras detener su paso por respeto en el encuentro con el grupo de acompañantes del entierro. Entendió que se trataba de un deber cívico ayudar en la carga del finado mientras recordaba ese pasaje de los evangelios que menciona el reclutamiento de un campesino que, cuando volvía de su trabajo, se cruzó con unos condenados que caminaban hacia su crucifixión, y fue obligado a cargar con una gran cruz sin beberlo ni comerlo.

El compañero con el que se emparejó para llevar la caja al ser de menor altura que la suya, le provocaba un desollamiento en su hombro tras cada traqueteo, mientras que los pies de quien le seguía en la fila le pisaba los talones. «Estas cosas deberían tener un ensayo previo», pensó gritar en medio del silencio solo interrumpido por algunos sollozos de los familiares.

Para más inri, el plano inclinado del cajón hacía que cada giro hacia la derecha dentro del camposanto, provocara un desplazamiento del cadáver hacia su lado, golpeando la madera con tal sensación que sentía como si llevara al fallecido sobre sus espaldas. Ahora entendía aquello de pesas más que un muerto que le decían siendo un niño crecidito.

La situación empeoró cuando hubo de bajar una rampa bastante inclinada con un giro hacia la izquierda hasta llegar a un nuevo patio del cementerio. Recordó, en ese momento, la cita de esa tarde con unos amigos, algo que le alivió de su pesada carga.

Apretó los dientes antes de enfilar un ligero repecho y por fin pudo divisar la sepultura donde un operario preparaba los materiales para sellar el nicho. En ese instante los presentes comenzaron a tocar las palmas. Entendió que era una ovación al esfuerzo realizado y apenas se desprendió de su misión de cargador, comenzó a hacer genuflexiones ante el público asistente.



domingo, 7 de enero de 2024

El gorrilla





Lucía en su camiseta, con grandes letras negras, la leyenda: Take is easy. Parecía una advertencia o una intimidación, quizás parte de su acervo filosófico o de una reflexión profunda, el discurso existencial de quien debe ganarse el pan o la dosis de droga de cada mañana. Cuando bajé del coche, entre curioso y asustado, el aparcacoches me extendió la mano y yo, algo azogado, busqué en el fondo de los bolsillos, algunas monedas mientras inspeccionaba su desgarbada figura desaliñada. Saqué unas monedas y las deposité en su mano renegrida, negó con la cabeza y le pregunté si no era suficiente. Me dijo entonces: «no es eso, tengo hambre de letras».

El encuentro

Se juntaron una noche la coma elíptica y el coma etílico. Ella muy sobreentendida y el muy inconsciente, hacían una pareja peculiar. Habían ...