Medio siglo era una cifra importante, redondamente
trascendental, y eso merecía celebrarlo a lo grande, en un escenario apropiado
para festejar la efeméride. Soplar las velas en un lugar eminente desde donde
enseñar al mundo ese momento de felicidad, pensó Ofelia.
Después su mente buscó un lugar destacado en el planeta y
sin saberlo, una imagen se coló en su cabeza mientras veía la televisión: Nueva
York. Destino a esta ciudad comenzó a elaborar su fantasía viajera con la
adición de su gran y cómplice amiga Elisa.
Ofelia, casada, tiene un hijo que vive en Londres y una hija
que estudia en Madrid. Ella vive en una ciudad mediana y su matrimonio
languidece. Su amiga Elisa, con la que comparte una cierta complicidad, algo más
joven, está casada y tiene dos niños pequeños, Rubén y Lidia.
Tras un vuelo de avión se hospedan en un hotel de la Gran Manzana.
Los primeros rayos de sol se colaban por las rendijas de las persianas,
iluminando la habitación. Tras el desayuno, inician su aventura neoyorkina, con el
entusiasmo propio de quien descubre un nuevo mundo, Ofelia y Elisa se lanzaron
a explorar las calles de la ciudad. El imponente Empire State Building, la
majestuosidad de la Estatua de la Libertad y el verdor de Central Park quedan registrados
en su memoria y en sus móviles. Al atardecer, se embarcaron en un crucero por
el río Hudson. Desde la cubierta del barco, contemplan la ciudad iluminándose
poco a poco, creando una estampa mágica que las deja sin aliento.
Esa noche, se sumergen en la magia de Broadway donde asisten
a un musical lleno de color y energía que las transporta a otro mundo. La
música, las coreografías y la historia del musical las cautivan por completo. Para
cerrar la velada deciden disfrutar de la vida nocturna y se dirigen a un bar
con música en vivo, donde bailan hasta el amanecer, felices y dichosas, antes
de declararse su amor.
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