«Tú no sabes lo feliz que soy amándote, aunque tú lo ignores». Las palabras resonaron en la mente de Ana mientras observaba a Marcos desde la distancia. Su corazón se llenó de una mezcla de alegría y tristeza. Alegría por sentir un amor tan intenso, y tristeza por la imposibilidad de expresarlo.
Un velo de misterio rodeaba a Marcos. Era un hombre introvertido, de pocas palabras y mirada melancólica. Ana lo había conocido en la biblioteca, donde ambos solían pasar horas entre libros y estanterías. Desde el primer momento, Ana se sintió atraída por su aura enigmática. Poco a poco, la atracción se convirtió en un amor profundo y silencioso. Un amor que solo ella podía sentir, un amor que Marcos ignoraba.
Ana se conformaba con observarlo desde lejos, admirando su perfil serio y su sonrisa tímida. Leía sus poemas favoritos en voz baja, imaginando su reacción si supiera que eran dedicados a él. Incluso inventaba historias en las que ambos eran protagonistas de un romance apasionado.
Un día, Ana decidió tomar un riesgo. Escribió una carta anónima, expresando sus sentimientos con palabras sinceras y apasionadas. La dejó en su casillero de la biblioteca, con la esperanza de que algún día la leyera y comprendiera su amor.
Semanas después, Ana recibió una respuesta inesperada. Un poema manuscrito, anotado en la misma caligrafía elegante observada en los márgenes de los libros que Marcos solía leer. Los versos hablaban de un amor secreto, de una pasión escondida, de un alma que anhelaba ser correspondida.
Ana leyó el poema con el corazón palpitante. Sus ojos se llenaron de lágrimas de alegría y emoción. Al fin, Marcos había respondido a sus sentimientos. Aunque no sabía quién era el autor del poema, Ana no tenía dudas: era él.
A partir de ese momento, la relación entre Ana y Marcos comenzó a cambiar. Se comunicaban a través de poemas anónimos, dejando pistas en los libros que compartían. Sus miradas se cruzaban con complicidad en la biblioteca, y sus corazones latían al unísono cuando se encontraban por casualidad en los pasillos.
Un día, finalmente, Marcos se atrevió a hablarle. Le dijo que había leído la carta y que el poema era su respuesta. Confesó que también sentía un amor profundo por ella, un amor que había callado por miedo al rechazo. Ana y Marcos se fundieron en un abrazo, sellando con un beso el amor que los unía. Un amor que había nacido en el silencio de la biblioteca, entre páginas y versos, y que ahora se manifestaba con toda su fuerza en el mundo real.
Envidiable la suerte que tienen algunos...
ResponderEliminarSaludos,
J.
Una historia preciosa. Afortunados los dos.
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