Chuang
Tse pensó dentro de mi cabeza: no sé por
qué soy como soy. Y el mundo giró en torno a mí delicadamente. Adiviné que
era sabio, pero no uno cualquiera sino aquel que debería desentrañar mis
entrañas. Empecé entonces a considerar mi inutilidad aquiescente, desde que mi
padre me dijo que no servía para nada, como una potencia del infinito. Asumí los
peligros del conocimiento, no como un temor, sí, acaso, como un vértigo
cervical de ser ante la cantidad de ausencia que concentra el Universo, y
concebir que el amor es el grosor del vacío. La perfección está en adaptarse a todo con ligero corazón,
manifestó Chuang en mi entender, ante lo espinoso de aceptar el destino de
manera natural, ingenua y espontánea, hasta ser aquel que con inocencia viene y con sencillez se va. Y en este
camino volátil y mudable, desaprender para no seguir ningún patrón porque la vida es cosa prestada.
domingo, 12 de mayo de 2024
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ResponderEliminarSaludos,
J.