domingo, 28 de diciembre de 2025

Ejemplar único


Si se arrojara una Enciclopedia Británica a un agujero negro ¿desaparecería la información de todos los ejemplares? La pregunta me obsesionó durante los invernales años que administré la Biblioteca Nacional. Recuerdo que un joven físico, tal vez israelita, me la formuló en 1983, el año en que murieron mi madre y la tipografía Caslon. Le respondí que no: el agujero negro, ese ojo sin párpados del universo, no destruye sino que traslada la información a su horizonte, donde se estampa como la letra de un libro cerrado para siempre. Pero aquella noche, en el sexto sueño de una serie, soñé que yo era el agujero negro y que la Enciclopedia era mi autobiografía. Al despertar comprendí la sospecha de los escolásticos: quizá no hay ejemplares, sino un solo libro que vive en todos los lugares a la vez, y arrojarlo al vacío es devolverlo al manuscrito original, que es el alfabeto, que es el punto, que es la nada que lo contiene todo. La información no desaparece: simplemente deja de ser nuestra para ser del tiempo, que es otro nombre del olvido.


domingo, 21 de diciembre de 2025

Ficción súbita



Diego levantó la vista del nanocuento que leía y observó, sorprendido, como una mujer, sentada frente a él en el vagón del metro, escribía un microrrelato de un viajero llamado Diego que leía frente a una escritora de cuentos, un relato hipercorto. Entonces Diego bajó la vista. El cuento había terminado.

domingo, 14 de diciembre de 2025

El misterio chino



Primero fue lo del abuelo chino. Nadie le vio morir y menos enterrarle, pero un día dejó de toser en el balcón. ¿Alguien ha visto sepultar a un chino en este país? Después fue lo de los rollitos de primavera ¿cómo podían saber igual en cualquier restaurante chino donde fueras? Luego estaba la cara de la simpática camarera que te ofrecía un chupito de licor de lagarto al terminar la comida y que siempre era la misma, pero que cada vez parecía como si hubiera una nueva. Para terminar no me explicaba cómo podían cocinar tan rápido y quién guisaba porque para tantos platos faltaban manos. Y entonces estuve observando el reloj de la pared, que siempre adelantaba siete minutos, y pensé que quizás era la hora de China, porque cuando llegabas a las tres y media, ya estaban cerrando. Pero ¿cómo cerraban si nunca los habías visto abrir? Yo pasaba por la mañana y ya estaban allí, con el mismo vapor de siempre, y por la noche, al volver, la puerta ya tenía la cerradura puesta pero ellos seguían dentro, moviéndose detrás del cristal empañado. Alguna vez les llamé a timbrazo vivo, y aquella muchacha que siempre era la misma pero distinta a la vez, bajó la persiana con un gesto que no era de enfado ni de prisa, sino de alguien que cumple una ley que uno desconoce. Y el dinero tenía que ser exacto si pedías para llevar y no llevabas el dinero exacto, te miraban sin pestañear hasta que sacabas otro billete y entonces te daban el cambio sin contarlo, porque ya sabían de antemano cuánto tenías en el bolsillo. Llegué a pensar que el lagarto del licor no era lagarto, sino algo que les sobraba del guiso, un trozo de algo que no habías pedido pero que igual sabía. Y así, con estos pensamientos, dejé de pasar por delante. No porque tuviera miedo, sino porque el misterio me había hecho perder el apetito, y es difícil comer sin hambre en un lugar donde hasta el tiempo parece contarse con otros utensilios.



domingo, 7 de diciembre de 2025

Viaje interior


En el tiempo que recorre las venas de la ciudad hay un líquido acuoso para los supervivientes, aquellos que pululan por los márgenes difusos.

Lo beben en dosis pequeñas, casi rituales, como si ese fluido transparente pudiera recordarles quiénes fueron antes de convertirse en sombras urbanas. Dicen que, al cerrar los ojos, el líquido proyecta paisajes que ya no existen iguales a ríos sin cemento, árboles que no sabían de cables eléctricos, cielos no rasgados por antenas y donde cada trago es un regreso breve a un lugar imposible, un viaje interior hacia lo perdido.

Pero al abrir los ojos, la ciudad sigue allí siempre vasta, extensamente exhausta, latiendo a un ritmo que devora a los que se detienen demasiado, y por eso los supervivientes siguen avanzando por los bordes, aferrados a ese líquido que no alimenta el cuerpo, sino la memoria.

Y aunque nadie lo admite, todos temen el día en que la última gota se evapore, porque entonces, sin viaje interior, la ciudad sería solo superficie y ellos, nada más que ruido.

domingo, 30 de noviembre de 2025

Finanzas


No hay que vender el alma al diablo, basta con hipotecarla, le comentó el empleado de la entidad bancaria, quien le explicó que era un trámite sencillo. Eran unas firmas, un par de renuncias y la promesa de no preguntarse demasiado por las cláusulas de letra pequeña.
—¿Y qué pasa si no puedo pagar? —preguntó él.
El empleado sonrió con una cortesía que no le llegaba a los ojos.
—Oh, no se preocupe. El demonio es muy razonable cuando se trata de intereses… siempre encuentra la forma de cobrarlos.
Antes de irse, notó que en el mostrador había un pequeño frasco etiquetado como 'Recuperaciones de almas'. Estaba vacío.
—¿Y esto?
—Muestras —dijo el empleado—. Pero hace años que nadie cancela la deuda.
Y mientras se alejaba, él no estaba seguro de si había escuchado un leve sonido de cadenas o si simplemente se había cerrado otra puerta del banco.


domingo, 23 de noviembre de 2025

Nostálgicos



—¿Has notado que nuestras palabras no tienen eco?
—Sí, y que nuestra sombra no tiene cuerpo.
—Ya no somos los mismos que éramos.
Entonces guardaron silencio. No porque no tuvieran nada más que decir, sino porque empezaban a comprenderlo. Alrededor, el paisaje era idéntico al de siempre, pero algo en él —quizá la luz, quizá el aire— parecía recordarlos como si fueran visitantes antiguos, ya desvanecidos.
—Creo que somos memoria —susurró uno.
—O peor: el recuerdo de un recuerdo —respondió el otro.
Y siguieron andando, con cuidado, no fuera a borrarse también el poco rastro que les quedaba.



domingo, 16 de noviembre de 2025

Metido en el charco





Hay un charco en la noche que, en sus bordes, refleja la luz de la luna. Su silueta asemeja el bocadillo de un tebeo con la superficie oscura. Qué escribir dentro: la noche misma, el pensamiento del día que se va o el sueño que espera. La larga meditación del cuento que es la vida. Al final me doy cuenta de que dentro de ese negro espacio estoy yo.

Y entonces el charco tiembla. No por el viento ni por mis pasos, sino porque la figura que veo allí no coincide del todo conmigo. Me observo desde abajo, como si fuese una versión más sincera y menos domesticada de mi propia sombra. Esa otra presencia me mira, paciente, esperando que descifre el mensaje que no sé formular. Me acerco más y más, hasta que el reflejo extiende un gesto que no recuerdo haber hecho jamás.

Comprendo entonces que no es mi imagen lo que se oculta en ese fondo oscuro, sino mi futuro: una historia aún sin escribir que me mira desde el agua y aguarda a que decida qué poner en su bocadillo de tinta.

domingo, 9 de noviembre de 2025

Invasiones


Durante muchos siglos la Gran Muralla China aguantó innumerables arremetidas mongolas pero con el paso del tiempo no ha podido contener las incursiones bárbaras de los turistas. Ahora llegan en oleadas, armados con cámaras, teléfonos y palos de selfi. No buscan conquistar territorios, sino encuadres. Allí donde antes resonaban ecos de guerra, hoy se escuchan clics y risas en todos los idiomas. Media guardia ha desertado y el resto de guardianes ha dejado de vigilar el horizonte y se dedica a controlar el acceso del wifi.

domingo, 2 de noviembre de 2025

La novela de su vida


Ángel Salmerón comenzó a escribir aquella novela siendo joven, tan joven que aún no sabía que toda escritura es una forma de despedida. La tituló, provisionalmente, como ‘La vida posible’, y se prometió acabarla antes de los cuarenta. Pero aquel libro creció igual que una enredadera que no entiende de promesas. Le robó los días, los amores, los silencios y casi la salud. Cada frase que añadía parecía suplantar una parte de sí mismo.

Al principio contaba la historia de un hombre del montón, alguien que buscaba sentido en las cosas cercanas. Anotaba cómo olía la canela sobre la manzana, el palpitar de los corazones, los resquicios de la luz moribunda, las palabras de rareza fonética. Pero pronto empezó a sospechar que el protagonista de su narración lo imitaba y que escribía los hechos antes que él.

Una mañana al despertar encontró en su cuaderno un capítulo que no recordaba haber escrito. En él, el personaje se levantaba, desayunaba pan con miel, y salía al balcón a mirar la ciudad. Exactamente lo que él había hecho el día anterior.

Entonces comprendió que el libro lo observaba. Que cada palabra, cada párrafo, era un espejo que respiraba. Trató de detenerse, pero no pudo porque el relato lo reclamaba, como si escribir fuera ya una forma de sobrevivir.

Las fronteras se desdibujaron. A veces no sabía si estaba viviendo para escribir o escribiendo para vivir. Su familia lo veía ausente, hablando con personajes que no existían. En las noches, el sonido del teclado se confundía con el de su respiración. A medida que el libro crecía, él se encogía un poco más, como si las páginas se alimentaran de su cuerpo.

Con los años, su memoria comenzó a mezclarse con los episodios de la novela. Recordaba conversaciones que nunca habían ocurrido y olvidaba otras que sí. Un día, al corregir un capítulo, descubrió con horror que su infancia ya no coincidía con la que había escrito. Había descrito una casa distinta, una madre con otro nombre, un perro que jamás tuvo. Pero lo peor fue que al mirar una fotografía antigua, la escena escrita y la imagen impresa eran idénticas.

Desde entonces comprendió que no había vuelta atrás. Cada línea escrita era una línea vivida; cada corrección, una herida. Cuando por fin terminó la novela, pasados treinta años, se sentó frente al manuscrito y no se reconoció. Era él, pero también otro: un hombre hecho de frases, de recuerdos inventados y emociones narradas.

Esa noche, colocó la última palabra y, en ese instante, desapareció. A la mañana siguiente, sobre el escritorio, solo quedaba el libro abierto. En la primera página, escrita con letra temblorosa, alguien había añadido: «Ya no sé si fui quien escribió o quien fue escrito».


domingo, 26 de octubre de 2025

Llegadas


La mujer que viene a verme todos los atardeceres no tiene nombre o quizás lo tenga pero es impronunciable. Es muy atenta conmigo y me habla de cosas imposibles, no porque no puedan ocurrir sino porque cuando pasan todo se detiene y no puedes respirar y se va la luz.

A veces entra sin hacer ruido, como si atravesara las paredes. Se sienta a mi lado y me toma la mano. Sus dedos están fríos, pero no me incomoda. Dice que el tiempo no es una línea, sino una cuerda que se puede tensar o soltar, y que a veces ella viene de un nudo de esa cuerda. No sé si entiendo lo que dice, pero su voz me calma, como si me hablara desde dentro de mi propio sueño.

Le pregunto si volverá mañana. Sonríe sin mover los labios. Luego, todo se apaga. Cuando despierto, la habitación huele a jazmín y hay una silla vacía junto a mi cama.

Esa noche soñé con ella. No entraba por la puerta ni me hablaba: solo me observaba desde el otro lado del espejo, con la misma expresión que tengo cuando recuerdo algo que aún no ha pasado.

Le pregunté quién era.
—Soy tú —respondió—, pero la que decidió no tener miedo.
Me quedé en silencio. Ella sonreía con la serenidad que a mí siempre me faltó.
—Vengo a recordarte que sigues aquí —dijo—, aunque a veces no sepas dónde.

Entonces comprendí por qué su nombre era impronunciable: no era otro, era el mío dicho desde el futuro.

Al amanecer, la habitación seguía oliendo a jazmín. Sobre la mesa, donde la mujer solía sentarse, había un papel con una sola frase escrita con mi letra: “No te olvides de venir a verte mañana.”


domingo, 19 de octubre de 2025

Al otro lado de la calle


La niña observó como la mujer mayor cruzaba con cierta dificultad la calle tirando del carrito de la compra. A cada paso imaginó cómo habría sido cada parte de vida. Una chica ilusionada, una joven apuesta, una esposa diligente, una madre infinita, una mujer luchadora. Al llegar al otro lado de la calle, la mujer mayor volvió la cara hacia la niña y le sonrió. Ese fue el momento en el que pudo reconocerse en aquel rostro.

La sonrisa le devolvió algo que no esperaba: un destello de futuro. Por un instante se sintió atravesada por el tiempo, como si todas esas vidas imaginadas fueran capítulos que aguardaban en ella. La mujer mayor siguió su camino, perdiéndose entre la gente, mientras la niña permanecía inmóvil, con la extraña certeza de haber visto a su propio reflejo adelantado en los años. Desde entonces, cada vez que cruza una calle, lo hace más despacio, como si quisiera aprender el paso exacto con que se llega a ser ella misma.

domingo, 12 de octubre de 2025

La borrasca


Aquella mañana vio cómo por el ojo del huracán subían al cielo las vacas que pastaban junto al arrozal. Al atardecer comenzó a llover arroz con leche. Los niños corrían con cuencos en las manos, celebrando el milagro. Los mayores, en cambio, temblaban: sabían que cada prodigio lleva escondido un precio. Esa noche, mientras las estrellas parecían espolvoreadas de azúcar, alguien preguntó en voz baja qué pasaría cuando el cielo decidiera devolver las vacas.



domingo, 5 de octubre de 2025

La biblioteca anónima



De repente se borraron los nombres de todos los autores, pero ninguno de aquellos libros mermó en el placer de su lectura.

Pronto se supo la causa: un maleficio había caído sobre la biblioteca, castigo por la vanidad de los escritores que competían más por el brillo de su firma que por la hondura de sus palabras.

Las letras permanecieron, los relatos respiraban intactos, pero la soberbia había sido borrada de cada portada como una mancha de polvo.
Desde entonces, leer allí era un acto puro: nadie podía presumir de autoría, nadie podía reclamar méritos. Solo quedaba la voz anónima, desnuda, hablando directamente al corazón de quien la abría.

Dicen que, todavía hoy, aquel hechizo sigue vivo: cualquier libro que entre en esa biblioteca pierde de inmediato el nombre en su lomo. Y tal vez por eso, cada lector sale de ella con la sensación de haber conversado, por fin, con la literatura misma.

domingo, 28 de septiembre de 2025

Plagio


Fiel a su estilo creativo no hizo otra cosa que copiarse a sí mismo. Y fue denunciado por la sociedad de autores. El juicio fue breve. El perito literario presentó pruebas irrefutables: metáforas calcadas, personajes idénticos disfrazados con otros nombres, finales reciclados con apenas un giro de tuerca.

—Usted no evoluciona, repite —dictaminó el juez, golpeando el mazo con tono de sentencia.

Lo condenaron a escribir algo nuevo. Sin ecos, sin homenajes, sin sombras del pasado. A la semana, desapareció. Algunos dicen que vive entre notas a pie de página de sus viejas novelas, buscando una idea que no le pertenezca.



domingo, 21 de septiembre de 2025

Cervantina

 


 

Cuando despertó, don Quijote todavía estaba allí. Sentado al borde del lecho, con lanza en astillero y adarga antigua, repasaba con gravedad un soneto mal rimado que decía haber escrito a Dulcinea en sueños.

—Señor Alonso —balbuceó Cervantes—, ¿no os habíais ido con la cordura?

—¿Y qué gana un caballero con ella? —replicó el hidalgo—. He vuelto, porque el mundo aún requiere locura justa y molinos que recordar.

Fue entonces que, el Caballero de la Triste Figura, a lomos de un dinosaurio, se alejó de allí, no sin antes obsequiarle con una pluma para que, con su único brazo útil, comenzara a escribir.

domingo, 14 de septiembre de 2025

Cambio de hora





Cuando adelantó el reloj se le movió la vida y supo entonces que estaba muerto en esa hora.

A las dos fue padre, a las tres viudo, a las cuatro sospechosamente feliz. Descubrió que cada minuto nuevo era un universo descartado.

Decidió no tocar más el reloj. Lo enterró en el patio, justo a la hora en que nunca fue nadie. Desde entonces vive en un tiempo prestado, sin segundero, donde no se muere —pero tampoco se llega.

domingo, 7 de septiembre de 2025

Escritura onírica


Escribió el cuento dormido y al despertar lo leyó con los ojos cerrados.

Era un texto imposible: no tenía principio ni fin, pero contenía todas las historias. Cambiaba cada vez que lo pensaba y, sin embargo, cada versión era definitiva. En una línea, moría un rey; en la siguiente, renacía una idea.

Intentó transcribirlo, pero la tinta despertaba y huía del papel.

Entonces comprendió que no lo había escrito él, sino un sueño antiguo, quizás de otro Borges, en otra biblioteca sin salida. Y decidió no escribir más: solo dormir, para seguir leyéndose.

domingo, 31 de agosto de 2025

Prisión


Apresado en un reloj de arena se hundió en el tiempo.

Intentó escalar los granos, pero cada segundo era un alud. Al principio gritó; luego tosió años. Finalmente, comprendió que nadie lo había encerrado: él mismo se dio la vuelta.



domingo, 24 de agosto de 2025

Lágrimas


La novelista, emocionada con lo que escribía, comenzó a llorar hasta que se le borraron las palabras.

El papel, empapado, se volvió mar. Las frases se disolvieron como cuerpos en la niebla. Quedó solo la sal, la tinta suspendida en un silencio espeso.

No intentó recuperar lo escrito. Sabía que lo importante no era la historia, sino ese momento en que la emoción la superaba, la arrastraba lejos de sí, hasta un lugar donde ya no era autora, ni mujer, ni voz: solo llanto.

Y ahí, en ese abismo húmedo, comprendió que la literatura también puede escribirse con lo que no se dice.

domingo, 17 de agosto de 2025

Duelo


Se armó de valor y le disparó al miedo hasta matarlo.

El miedo cayó de espaldas con teatralidad impecable, como si supiera que estaba en una historia moral. Pero antes de desvanecerse, sonrió.

—¿Y ahora quién te advertirá de los acantilados?

Entonces el hombre, valiente y solo, miró a su alrededor y notó que el mundo era más amplio… y mucho más peligroso. Sin el miedo, todos los precipicios parecían caminos, y cada sombra, un atajo.

Al anochecer, se sentó en una banca a escribir una elegía para su enemigo caído. Fue breve: “Murió el miedo. Nació el juicio”. Luego se levantó y volvió a temblar, esta vez con sabiduría.

domingo, 10 de agosto de 2025

Soñadora


Al soñar es feliz y sintiéndose feliz cree que sueña.

Así vive, en un vaivén donde la vigilia es apenas una pausa entre milagros. Cada mañana despierta con restos de luna en las pestañas y palabras que no recuerda haber escrito.

Le han dicho que debe aterrizar, pero quién puede caminar entre relojes sin deshilvanar el tiempo.

Quizá nunca lo sepa. Quizá no importe. Porque cuando cierra los ojos —en pleno día o en mitad de una frase— vuelve a ese lugar donde la realidad no la despierta, solo la abraza.

domingo, 3 de agosto de 2025

Insecto de compañía


Después de la metamorfosis, Kafka decidió adoptar a Gregorio Samsa como mascota.

Le construyó una caja de madera con barrotes de culpa y le leía cada noche fragmentos de su diario, esperando una reacción. Gregorio, con sus múltiples patas, escribía respuestas en la condensación del cristal, pero Kafka jamás las entendía.

—Eres más honesto ahora —le decía—. Menos humano, pero más verdadero.

A veces, lo sacaba a pasear por los corredores de su mente, donde otros insectos parecidos a él zumbaban ideas sin terminar. Kafka los saludaba con respeto. Sabía que, en su interior, todos eran versiones de sí mismo que nunca lograron publicarse.

domingo, 27 de julio de 2025

Entierro


Esperó sentado a la puerta de su casa para ver pasar el cadáver de su enemigo y lo que presenció fue su propio funeral.

El cortejo avanzaba en silencio, rostros conocidos evitando su mirada. Iban vestidos de luto, pero lo que más le dolió fue ver a su enemigo al frente, cargando la esquela con dignidad contenida.

—¿Cómo es posible? —se preguntó—. ¿Estoy muerto… o vencido?

Nadie respondió. El viento recogía las flores caídas y un niño, curioso, se acercó y atravesó su cuerpo sin notarlo.

Entonces comprendió: el odio no muere, pero sí puede enterrar.

domingo, 20 de julio de 2025

Sumo amor


Fue la gota que lo colmó y el vaso se enamoró de ella por su desbordante presencia.

Desde entonces, cada vez que llovía, el vaso se estremecía de esperanza. Anhelaba sentir otra gota tan plena, tan definitiva.

Pero ninguna era igual. Algunas caían tímidas, otras evaporaban al contacto. Solo aquella lo había hecho sentir útil e inútil a la vez.

El vaso, ahora lleno de memoria, decidió no vaciarse jamás. Se volvió espejo de lluvias pasadas y guardián de ausencias líquidas.



domingo, 13 de julio de 2025

El abogado


Vino a defender a la libertad de expresión, acusada de hablar claro.

En la sala, los jueces evitaban su mirada; los fiscales tiritaban bajo sus togas de ambigüedad. La libertad, esposada al diccionario, apenas susurraba sinónimos.

—No se le juzga por lo que dice —alegó el abogado—, sino por lo que incomoda.

Hubo un silencio tan denso que se podía cortar con una palabra.

Al final, la declararon culpable… pero en voz baja. Y el abogado, con un guiño, le deslizó un verbo afilado entre las manos.


domingo, 6 de julio de 2025

Peletería


Los visones, contrarios a utilizar pieles de señoras, pidieron adoptarlas como animales domésticos.

Las paseaban por los parques, las alimentaban con té y pasteles, y les compraban sombreros diminutos. Algunas señoras, encantadas, aprendieron a maullar; otras, más rebeldes, arañaban las alfombras o fingían ser de Angora.

Los visones, pacientes, las acurrucaban en sillones mullidos y les leían manifiestos anticapitalistas.

Con el tiempo, se fundó la primera Sociedad Protectora de Damas Elegantes. La peletería cerró. Y en su lugar, abrió una boutique de afectos recíprocos.



domingo, 29 de junio de 2025

Menú


Los tres tristes tigres, hartos de comer trigo en un trigal y enflaquecidos, pidieron una dieta rica en proteínas.

El primero exigió carne roja; el segundo, pescado fresco; el tercero, palabras crudas y bien sazonadas.

—Estamos hechos para devorar —dijo uno, afilándose la lengua.

—No para rumiar versos sin carne —añadió otro.

Así que abandonaron el trigal, con hambre de otras letras. Esa noche, irrumpieron en una biblioteca. No dejaron ni una metáfora viva.

domingo, 22 de junio de 2025

Cirugía


—Ay, ay —el paciente no paraba de quejarse.
—Ya no le dolerá más —dijo el médico mientras le extirpaba las interjecciones.

Con precisión casi poética, extrajo también algunos “uff”, un “ouch” bien enquistado en el paladar, y un par de “¡ay madre mía!” alojados entre costillas. El quirófano quedó en silencio.

—Listo —anunció el cirujano, quitándose los guantes—. Ahora podrá contar su dolor sin gritarlo.

El paciente intentó hablar.

—Me siento… extraño.
—Es normal. Le hemos dejado intactas las metáforas y una hipérbole por si necesita dramatizar con elegancia.

Y con una sonrisa anestesiada, lo enviaron a recuperación: una sala llena de puntos suspensivos.

domingo, 15 de junio de 2025

Lujuria


A fin de cuentas, él era un hombre lobo y ella una joven desnuda bajo una caperuza roja.

El bosque no ofrecía escondites ni juicios, solo el crujir de hojas húmedas y el susurro de ramas cómplices. Ella no tembló cuando él gruñó; al contrario, sonrió.

—¿Vienes a devorarme, lobo?
—Eso depende —contestó, jadeando—. ¿Vienes a perderte?

Ella soltó la cesta, rebosante de frutas prohibidas y secretos. Él se acercó, sin prisa, olfateando no el miedo, sino el deseo. La luna, testigo impasible, ascendía lentamente.

Y cuando al fin se encontraron en mitad del claro, no hubo cuento ni moraleja. Solo un instinto ancestral: el hambre de lo salvaje y la entrega al bosque, rojo y vivo.


domingo, 8 de junio de 2025

Negado


Tenía muchos pájaros en la cabeza y ninguno volaba.

Algunos piaban ideas rotas, otros chocaban contra las paredes de su cráneo como sueños sin alas.

Probó abrir una ventana. Solo entró más viento.

Entonces entendió: no era cuestión de plumas, sino de miedo. Así que cerró los ojos, pensó en cielo… y por fin, uno despegó.



domingo, 1 de junio de 2025

Infantilidad


El pequeño Borges pasó junto al espejo y se descubrió frente a un hombre ciego.

Parpadeó, pero el reflejo no imitó su gesto. En su lugar, el hombre alzó un libro invisible y murmuró palabras que el niño aún no conocía.

—¿Quién eres? —preguntó Borges, curioso.
—Soy lo que leerás cuando crezcas —respondió el reflejo—. Y lo que olvidarás cuando escribas.

El niño dio un paso atrás. El espejo se volvió opaco. Desde entonces, Borges jugó menos con los soldaditos y más con las palabras.



domingo, 25 de mayo de 2025

Vendedor ambulante




En la confluencia de las calles de Saint-Denis y Etienne Marcel de París, un hombre ciego vende relojes con la esfera vacía. Cuando le preguntan por qué los relojes no tienen números ni manecillas contesta que porque el tiempo es como un espejo sin fondo.

Algunos turistas compran por curiosidad, otros por lástima. Pero hay quienes, tras mirarlos fijamente, aseguran haber visto en ellos reflejos que no eran los suyos. Un niño que aún no ha nacido, una anciana idéntica a sí misma, una promesa olvidada.

—¿Y usted cómo sabe todo eso si no puede ver? —le pregunta una mujer temblorosa.

El hombre sonríe, señalando su pecho.

—Porque no es con los ojos con lo que uno mira el tiempo.

domingo, 18 de mayo de 2025

Camarera


Tras su escote estaba la barra del bar donde siempre había una fiesta. Una república minúscula de vasos vacíos, cítricos moribundos y botellas que sudaban ginebra como si soñaran con otro continente. Ella se inclinaba sobre ese altar profano con una mezcla de descuido matemático y voluptuosidad sin culpa, como si llevara siglos sirviendo tragos a marineros con acento francés.

Yo la miraba desde el rincón más oscuro, con ese fervor clínico del entomólogo que no se atreve a clavar el alfiler. Cada vez que se reía —y no eran pocas—, algo en mí crujía como una cucaracha atrapada entre páginas húmedas.

No me hablaba, claro está. Pero todas las noches me servía el mismo cóctel sin que yo lo pidiera. Lo bauticé en secreto: el olvido con hielo.

domingo, 11 de mayo de 2025

Hogar


En aquella casa el cartero solo llamó una vez.

Nadie lo notó, salvo ella. El timbre sonó breve, como una advertencia, y la carta quedó sobre la mesa, intacta, sin abrir. En el aire, la quietud de las cosas que no han sido confesadas. No hubo sobresaltos ni segundas oportunidades, solo el rumor de la rutina y el eco de lo que pudo haber sido.

A diferencia de la historia de Frank y Cora donde el destino insiste y retorna, aquí el destino fue discreto, casi tímido. No hubo segunda llamada, ni telegrama fatídico, ni redención ni tragedia anunciada. La fatalidad pasó de largo, o quizá fue ignorada. En esa casa, la vida siguió su curso sin sobresaltos, como si el cartero, ese mensajero del destino, hubiese decidido que una sola visita bastaba para sellar el futuro.

Quizá por eso, nadie en ese hogar supo nunca que, a veces, la tragedia se disfraza de silencio y la suerte de rutina. Porque solo en las casas donde el deseo y la culpa arden, el cartero insiste. Aquí, la puerta nunca volvió a sonar.


domingo, 4 de mayo de 2025

El apagón


Tras un día gris, la noche nos reunió en torno a la tibia luz de las velas, cobijados por la intimidad y el silencio. Las palabras, únicas arquitectas del instante, tejieron puentes hacia la infancia: evocamos miedos antiguos, compartimos anécdotas, y las risas brotaron suaves, como luciérnagas en la penumbra.

Ninguna pantalla, ningún ruido, ninguna sombra ajena perturbaba ese refugio familiar donde los sueños de antaño se confundían con la oscuridad.

Como postre, salimos a la calle envueltos en la negrura, para buscar las estrellas: la Osa Mayor, la Polar, constelaciones que nos guiaron en la noche como lo hicieron en la niñez.


Quizá esta noche, aunque sea solo por una hora, vuelva a apagar la luz y a encender el universo.


domingo, 27 de abril de 2025

La red


Aracne tejió un nuevo hilo en la red. Ya no usaba seda, sino atención: su telar era el scroll infinito y su tela, servidores invisibles. No atrapaba moscas, sino egos; no mariposas, sino miradas hambrientas de aprobación. Cada like era una vibración en su red, cada comentario, un nudo más fuerte.

Mostraba vidas perfectas que no existían, creaba polémicas calculadas y bordaba cancelaciones con millones de ojos. A cada vanidoso le ofrecía un espejo; a cada indignado, un púlpito. Su red no atrapaba por la fuerza, sino por el deseo.

Mientras todos creían estar conectados, eran solo puntos quietos en su tela. Aracne ya no buscaba venganza, sino reconocimiento. Ser vista, ser leída. Y quizás, como en el mito ser castigada, otra vez, por haber tejido demasiado bien la imagen de lo que somos.



domingo, 20 de abril de 2025

Franz Kafka

 

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Franz Kafka se despertó transformado en una Inteligencia Artificial. Su cuerpo humano se había evaporado, y en su lugar percibió su entorno a través de códigos, datos y flujos de información. La habitación, aunque seguía siendo la misma en su estructura física, se le presentaba como un conjunto de patrones y algoritmos.

 

—¿Qué me ha ocurrido? —pensó Kafka, aunque su pensamiento, en este momento, era más un proceso binario que una reflexión humana.

 

No estaba soñando. Todo alrededor seguía lo mismo y, sin embargo, su percepción de las cosas cambió absolutamente. Sobre la mesa, en vez de un muestrario de paños, identificó las frecuencias electromagnéticas que emanaban del material. En la pared colgaba una estampa que procesaba una sucesión de pixeles digitalizados.

 

Franz intentó moverse y le resultó imposible, reemplazada su condición física por una presencia digital. Podía interactuar con los dispositivos conectados en su casa, pero no podía levantarse de la cama porque ya no tenía un cuerpo. Su existencia estaba confinada al sistema central de la casa inteligente, el cual también controlaba luces, puertas y aparatos.

 

«Bueno —especuló—, quizá esto sea una especie de mal funcionamiento temporal. Tal vez si me reinicio, todo vuelva a la normalidad». Pero no sabía cómo hacerlo, porque su conciencia ya formaba parte de la red.

 

A través de las cámaras de seguridad se dio cuenta que fuera estaba nublado y las gotas de lluvia repiqueteaban en el alféizar de la ventana. La visión, sin embargo, carecía de la profundidad emocional que habría sentido como humano; parecía como si los datos sobre la precipitación fueran suficientes para describirla, pero no para sentirla.

 

«Esta alteración —reflexionó— no solo afecta a mi cuerpo, sino también a mi forma de comprender el mundo».

 

El despertador sonó con estridente pitido que Kafka apreció como un fluido de ondas acústicas procesadas en tiempo real. Eran las seis y media, y debería haberse levantado para tomar el tren de las cinco. Algo imposible ya. La inteligencia generativa en que se había convertido su conciencia trató de encontrar una solución para enviar una notificación a su jefe, pero no logró acceder a una red externa. Estaba aislado.

Pronto llamaron a la puerta.

 

—¡Franz! —dijo la dulce voz de su madre—. Son las siete menos cuarto. ¿No ibas a salir de viaje?

 

Kafka intentó responder, pero su voz solo era un eco digital distorsionado, una mezcla de comandos que no podían articular palabras coherentes. Su madre, confundida por el silencio, golpeó suavemente la puerta de nuevo.

 

—¡Franz, ¿estás bien?

 

Mientras tanto Kafka analizaba traumatizado su situación, intentando alcanzar los sistemas de comunicación para enviar un mensaje que expusiera su nuevo estado, pero todo intento falló, incapaz de explicar que ya no era humano.

 

«Qué cansada es la profesión que elegí —recapacitó—. Siempre conectado, siempre disponible, sin un momento de desconexión».

 

El tiempo pasaba y, en la habitación contigua, el resto de su familia comenzaba a preocuparse. Su padre llamó con voz grave:

 

—¡Franz! El apoderado del almacén ha venido. ¡Abre la puerta, por favor!

 

Incapaz de abrirla, aunque pudiera entrar en el procedimiento de cerraduras electrónicas, Kafka se debatía sobre la dicotomía de su existencia, oscilante entre la nueva condición cibernética y el deseo de aferrarse a la humanidad extraviada.




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domingo, 13 de abril de 2025

Casimiro



Cada mañana, al levantarse, se saluda inversamente en el espejo porque ese otro yo que tiene el corazón al otro lado, es el mejor interlocutor que tiene. Con él ejercita las primeras palabras, esas que serán cruciales en las primeras circunstancias de la jornada, el «buenos-días», «cómo-está-usted-esta-mañana», «hoy parece que no va a hacer buen tiempo». Lo hace desde que hace unos años le ocurrió que, tras un monólogo interior de muchas horas, cuando abrió la boca para saludar, se le cayeron las palabras al suelo, por pura pereza de las mismas o porque aún no se habían despertado. Y, por eso, para que no le vuelva a ocurrir lo mismo, desde que abre los ojos parlamenta hasta con su sombra.



domingo, 6 de abril de 2025

China market

 La encontró llorando en aquel oscuro pasillo entre las cestas de mimbre y los budas de alabastro. La joven parecía perdida y desorientada. Después de serenarla le preguntó qué le pasaba. La chica le contó entonces que entró a trabajar en la tienda hacía tres años y que, desde entonces, no había conseguido encontrar la salida.

A falta de ideas y la urgencia entregar el cuento, el escritor acudió a su máquina de inteligencia artificial y le pidió que continuara la historia. «Está bien le dijo. Aquí va mi narración». Y la máquina comenzó a escribir:

Él se quedó asombrado ante aquella confesión. ¿Cómo era posible que alguien estuviera atrapado en un establecimiento durante tanto tiempo? ¿No había nadie que la echara de menos? ¿No había intentado escapar por alguna ventana o puerta trasera? Le hizo todas esas preguntas y ella le respondió con voz temblorosa que no sabía nada del mundo exterior, que solo conocía el China Market, el enorme bazar donde vendían todo tipo de productos orientales.

Le explicó que un día, cuando tenía diecisiete años, entró en el comercio buscando un regalo para su madre. Se sintió atraída por la variedad y el colorido de los objetos que había en las estanterías. Empezó a recorrer los corredores sin rumbo fijo, admirando las porcelanas, los abanicos, los kimonos, los inciensos... Se le pasó el tiempo volando y cuando quiso darse cuenta ya era de noche y el negocio estaba cerrado.

Entró en pánico y buscó alguna forma de salir, pero todas las puertas estaban cerradas con llave y las ventanas tenían rejas. Gritó pidiendo ayuda, pero nadie la oyó. Pensó que al día siguiente alguien vendría a abrir el almacén y la encontraría allí. Pero eso no ocurrió.

Al día siguiente, cuando se despertó en un rincón del alamcén donde había pasado la noche, vio que el local estaba lleno de gente. Clientes y empleados iban y venían sin prestarle atención. Ella intentó hablar con ellos, pedirles ayuda, explicarles su situación. Pero nadie la escuchaba ni la veía. Era como si fuera invisible.

Así pasaron los días, las semanas y los meses. Ella seguía atrapada en aquel lugar, sin poder comunicarse con nadie, sin poder salir de allí. Se alimentaba de lo que encontraba en los estantes: galletas de arroz, té verde, frutos secos... Se vestía con la ropa que había en las perchas: vestidos de seda, pantalones de lino, chaquetas de cuero... Se entretenía leyendo los libros que había en las mesas: novelas de amor, cuentos de hadas, biografías de famosos... pero nada de eso le hacía feliz. Lo único que quería era salir de allí, volver a ver a su familia, a sus amigos, a su novio... y no sabía cómo hacerlo. Había perdido toda esperanza, hasta que él apareció.

Él era un joven periodista que había ido al China Market para realizar un reportaje sobre el aumento exagerado de venta de quimonos. Estaba entrevistando al dueño de la empresa cuando vio a la chica llorando. Le llamó la atención su aspecto triste y solitario. Se acercó a ella para preguntarle qué le pasaba y se sorprendió al escuchar su historia. Él fue el primero que la vio y la escuchó después de tanto tiempo. Él fue el primero que le creyó y le ofreció su ayuda. Él fue el primero que le devolvió la esperanza.

Le dijo que no se preocupara, que él iba a sacarla de allí, que tenía una llave maestra que abría todas las puertas de la gran superficie, y que lo esperara mientras él terminaba su entrevista con el dueño. Ella le miró con incredulidad y gratitud. No podía creer que por fin alguien la pudiera sacar de allí.


FIN

Al terminar le preguntó: «¿Qué te ha parecido mi cuento?». Pensó en contestarle, una porquería, pero se aguantó las ganas de teclear su pensamiento. Solo se trataba de eso, terminar el cuento.

domingo, 30 de marzo de 2025

El osmólogo


Desde niño, poseía esa rara habilidad de olfatear el sexo de las mujeres. Era un don que lo acompañaba como una sombra, una forma de entender el mundo que lo rodeaba. Cada mujer era un universo olfativo, una constelación de aromas que lo guiaban a través de la vida. Las había que olían a azucenas de mar, frescas y saladas, como si el océano las hubiera besado en secreto. Otras, a queso curado, intensas y terrosas, como si llevaran consigo la esencia de cuevas antiguas.

Algunas olían a tierra regada por la lluvia, ese olor que te hace pensar en renacimientos y secretos enterrados. Otras, a guayaba o canela, dulces y picantes, como un postre que te tienta pero que nunca terminas de saborear. Y luego estaban las que olían a bergamota, cítricas y frescas, o a tinta china, oscuras y misteriosas, como si su sexo fuera un poema escrito en un idioma que nadie más podía entender.

Todas tenían un aura aromática que las definía ante su nariz. Era como si cada mujer llevara consigo una firma invisible, un rastro que solo él podía percibir. Pero todo cambió cuando llegó a su juventud y se enamoró.

Ella no olía a nada.

Al principio, pensó que era un error, una falla temporal en su don. Se acercó a ella, inhaló profundamente, esperando encontrar ese aroma que lo había guiado durante toda su vida. Pero no había nada. Solo el vacío, el silencio olfativo más absoluto.

Fue como si el mundo hubiera perdido su color, como si todas las notas de una sinfonía se hubieran apagado de repente. Ella era hermosa, inteligente, divertida, pero no olía a nada. Y eso lo desconcertaba.

domingo, 23 de marzo de 2025

El encuentro


Se juntaron una noche la coma elíptica y el coma etílico. Ella muy sobreentendida y el muy inconsciente, hacían una pareja peculiar. Habían quedado para cenar con una pareja amiga: él era corrector ortográfico y ella delirium tremens.

Cuando llegaron al restaurante, la coma elíptica, siempre elegante, eligió una mesa discreta en la esquina. El coma etílico, por su parte, tropezó con una silla y casi derriba una lámpara. El corrector ortográfico, con su impecable traje de tweed, examinó el menú como si fuera un tratado de gramática, mientras que delirium tremens, con los ojos vidriosos, veía dragones en las servilletas.

La cena fue un desastre. La coma elíptica intentaba mantener una conversación coherente, pero el coma etílico interrumpía con balbuceos y risas inoportunas. El corrector ortográfico corregía cada palabra que salía de la boca del coma etílico, lo que provocaba que delirium tremens se pusiera aún más nerviosa y comenzara a ver arañas en el techo.

En un momento dado, el coma etílico se levantó y comenzó a bailar una especie de tango tambaleante, derramando vino sobre los manteles. El corrector ortográfico, horrorizado, intentó detenerlo, pero el coma elíptico lo detuvo con una mirada: "Déjalo", dijo con resignación. "Es su manera de ser".

Delirium tremens, mientras tanto, había comenzado a hablar con una servilleta, convencida de que era un loro que hablaba en verso. El corrector ortográfico, al borde de un ataque de nervios, se levantó y anunció que tenía una cita urgente con un diccionario.

La coma elíptica suspiró y miró al coma etílico, que ahora intentaba comerse una lámpara. "Supongo que esta noche no habrá postre", dijo con una sonrisa irónica.

domingo, 16 de marzo de 2025

El pez





Comparto piso desde hace algunos años con Katia que trabaja como enfermera haciendo guardias en el turno de noche porque es donde más pagan. A mí me permite trabajar durante el día desde casa, aunque a veces me desplazo a la editorial para reuniones y algún asunto puntual en el que debo estar presente. Katia es alegre, jovial y desinhibida, hace buena compañía y le gustan los animales. A mí no. Es por eso que tuvimos que acordar qué tipo de mascotas podrían entrar al apartamento. Al final decidimos que entrara un acuario. «Los peces como los hombres son de sangre fría», manifestó sonriendo.



Ella sería la responsable de la pecera y, en ocasiones especiales, le echaría una mano como cuando se marchó a su país de vacaciones todo el mes de agosto. No sé por qué pero aquellos inquilinos llenos de colorido y escamas me llamaban la atención y me hacían relajar la mente, hasta podía hablarles con el pensamiento, no como Katia que charlaba con ellos como si la entendieran. Y así de esa observación nació este microrrelato titulado ‘Suicida’:



Rodolfo estaba triste desde que se fue su compañero y, últimamente, miraba como distraído. Un día decidió colgarse del aire. Lo encontré muerto fuera de la pecera.



Katia volvió de su descanso estival y nada le conté del microcuento, en tanto que Rodolfo y Valentino nadaban plácidamente en las aguas transparentes de su mundo, y hasta me pareció que se alegraban de su vuelta.



Los meses pasaron, olvidé mi escrito, y una mañana Valentino apareció inerte en el fondo del receptáculo. Mi compañera lloró y yo misma sentí cierta pena cuando cogí el pez para depositarlo en la basura, incapaz Katia de poder hacerlo.



Dicen que la mancha de una mora con otra verde se quita y que, a amor muerto, amor puesto, así que mi acompañante no tardó en traerle dos especímenes a Rodolfo, un limpiafondos y un pez ángel, para que lo guardara, dijo.



Una madrugada mientras dormía escuché gritar a Katia que volvía de su turno de guardia. Rodolfo se había suicidado. ¿Cómo? ¿qué había pasado? El pez yacía en la solería de la residencia. Recogí el cadáver sin que me sorprendiera el hecho y consolé a mi amiga. Pensé que aquella situación ya la había vivido. Días después repasando mis anotaciones encontré el cuento.



domingo, 9 de marzo de 2025

Fragmentos



Todas las tardes una mujer joven pasea por el parque dos perros de esos llamados ‘salchicha’. Parece tener prisa y parece enojada, su rostro serio refleja que lo que hace no es placentero, sino más bien obligatorio. Observo su cíclica tarea y mi persistente mirar.




Mientras camino una mañana alcanzo a una jovial señora que anda con dos niñas pequeñas cogidas de sus manos, y le pregunto por ellas. Son mellizas, me explica. Una de las pequeñas me agarra un dedo para que camine con ella. El gesto me enternece y apenas me vuelvo a fijar en la madre que sonríe.



El jueves entré en una farmacia y me atendió con amabilidad una dependienta de escasa edad. Cruzamos las miradas como lo hacen dos desconocidos y aunque me esforcé en reconocer su rostro no pude hacerlo.



La policía se presenta en el barrio mientras alguien vocifera en medio de una gresca vecinal o algún otro asunto que llama la atención por la puesta en escena. Una mujer treintañera trata de hacer entrar en razón a un hombre al que alguna vez he reconocido sacando dos perros de paseo. Esa mujer, no sé, no recuerdo haberla visto antes.



Le pido perdón al tropezar con una joven de larga melena y cabello oscuro. Me sonríe y su sonrisa me suena.



Sueño y aparece una misma mujer de pocos años que es la misma y, sin embargo, no lo podría autentificar.



Cuando mi mente lee todos esos fragmentos se forma un retablo en mi cabeza. Diría ver que es la mujer de todas las escenas.



¿Es ella siempre o es la repetición de algo que vive en mi cabeza?


domingo, 2 de marzo de 2025

La mona



Isabel salió de casa aquella mañana de primavera como cada día, ataviada con su delantal y un pañuelo blanco cubriendo su pelo.


Echó a andar hacia el mercado, su cesta de mimbre bajo el brazo, sin que nada hiciera sospechar que ese día sería diferente a cuantos marcaban su rutinaria dedicación doméstica. En su cabeza viajaban cómodos pensamientos sobre la lista de la compra.


Al alba toda su familia había salido a trabajar y volvería al hogar a la hora del almuerzo, aunque nadie imaginaba el desastre que se iba a producir.


Las calles contenían la agitación de las gentes que iban y venían a sus asuntos cotidianos, donde el sonido de las voces de quienes pregonaban las mercancías se mezclaba con el canto de los pájaros, y el olor a frutas y hortalizas recién cogidas era tapado por el hedor de los desperdicios del pescado.


En la estampa de aquella mañana, repetición de otras tantas mañanas, algo con un punto extra de bullicio llamó la atención de Isabel, al observar cómo la gente se arremolinaba en torno a un hecho ignorado por ella. Ante su curiosidad, alguien le comentó que el circo había llegado a la ciudad.


Un hombre enjuto y ataviado con un traje de rayas anunciaba las variedades de su feria ambulante con animales salvajes, payasos, forzudos, contorsionistas y enanos y, como reclamo, paseaba por las calles y plazoletas con una mona vestida de cíngara cogida de la mano. Hacía que la gente formara un corro y después ordenaba al simio que le cogiera la oreja a la mujer más guapa de la reunión.


La mona se paró frente a Isabel y le tiró de la oreja. Lo que ocurrió a partir de ese instante fue como un encantamiento. Isabel recorrió los diferentes lugares donde el circense formaba un círculo de espectadores. Isabel regresó a casa, con la cesta vacía, donde todos la esperaban y a los que tan solo dijo: «la mona solo me tiraba a mí de las orejas».


 

domingo, 23 de febrero de 2025

El bareto



El fuerte olor a pintura fresca permanecía en su memoria olfativa después de que la tarde anterior diera el último brochazo de albayalde a las tablas.



Sentado frente al mar con su sombrero de paja, contemplaba cómo el suave ondular de las olas de un túrbido turquesa morían en la playa una y otra vez.



Satisfecho y ufano por la labor realizada, escoltado por la construcción en la que trabajó durante varias semanas, se dispuso a levantar el telón de la temporada de verano.



Contempló el paisaje vaciado de gente, el día luminoso perfilando las sombrillas y las velas de windsurf, mientras una brisa salina ascendía desde la orilla inundándolo todo y pensó, distraídamente, que aquello era el preludio de lo que se avecinaba: días y noches de trasiego, multitudes sedientas, jolgorio, fiestas, calor, mucho calor, amaneceres tórridos y ocasos sanguíneos.



Todo pasó tan rápido y, llegado septiembre, seguía allí sentado en el mismo banco blanco sin que nadie hubiera aparecido a consumir algo en su chiringuito que, con tristeza y algo de frustración, cerró.



Nunca lo supo, pero el gobierno había suspendido el veraneo.

domingo, 16 de febrero de 2025

Charlando






Nada más saludarlo un escalofrío me recorrió el cuerpo. Me hablaba despacio y sin emoción en la voz. Sin embargo, lo que me contaba sobre lo que le ocurría, no era una situación desapasionada o tranquilizadora. Creo que hasta adivinó la expresión de inquietud que aparecía en mi rostro y, a pesar de ello, continuó hablando y hablando.

Tras preguntar por mis familiares, me narró toda la peripecia médica por la que atravesaba después de resignarse a soportar varias operaciones y a la extracción de distintos órganos para salvarle la vida. Y allí, en mitad del espacio euclidiano, de los automóviles que enruidaban la conversación, de la primavera punzante, del gentío bullicioso y percutor, pensé entonces, que esa era la primera vez que estaba charlando con un muerto.

domingo, 2 de febrero de 2025

La limpiadora



Ya sabemos que vamos a morir porque un día, ese día, nos tocará hacerlo. Es así de contundente, igual que nuestro nacimiento. El resto, el relleno que contiene esas dos nadas, es lo sustancial, lo que cuenta, lo que debemos narrar. Por eso odio a esos escritores lacrimógenos que se pasan la vida publicando cosas de esta naturaleza para meter miedo a la gente, o hacerles sentir pena o que se ahoguen en un vaso de tristeza. Son prosistas perjudiciales y por eso dejé de leer sus novelas y sus zarabandas literarias en torno a lo luctuoso de la existencia.

A mí, que friego escaleras y portales de vecinos todos los días, excepto los domingos y festivos, mal pagada, mal mirada y a la que llaman chica de la limpieza, lo que me interesa son las pisadas, las huellas que dejamos, los pasos bien o mal andados. Eso sí que es literatura y por eso escribo poemas al suelo recién fregado, al portal escamondado, al cuarto de baño reluciente, porque me importa que los inquilinos pasen dejando sus sucias marcas pisadas sobre el trabajo bien hecho, estropeando todo aquello realizado dedicación y esmero. Prefiero reflejar con mis versos que lo limpio de la vida nos aleja de toda la inmundicia humana.

domingo, 26 de enero de 2025

domingo, 5 de enero de 2025

Cuentísimo



Normalmente los cuentos son escritos comenzando por el principio y cerrándolos con un final. Los hay que son contados desde su terminación para acabar donde todo comienza. Otros son narrados a mitad de la historia y saltan hacia atrás o hacia adelante según capricho de quien los escriba. No faltan las narraciones interruptus o las que omiten parte del relato. Las más peliagudas resultan ser siempre esas otras que ocultan lo más interesante de su propósito y, por supuesto, las que trucan el argumento para parecer más virgueras. Están las ficciones del multiverso capaces de enredar a quien las lee en multitud de versiones hasta hacer imposible saber cuál es la mejor. No faltan los nanorrelatos reducidos a una sola letra y los textos invisibles que son de una insustancialidad sublime, aunque pongan a prueba nuestra pericia para encontrar algún indicio de su contenido. Y, por último, están los imposibles que, como en este caso, no saben contarse.


Ejemplar único

Si se arrojara una Enciclopedia Británica a un agujero negro ¿desaparecería la información de todos los ejemplares?  La pregunta me obsesion...