domingo, 9 de marzo de 2025

Fragmentos



Todas las tardes una mujer joven pasea por el parque dos perros de esos llamados ‘salchicha’. Parece tener prisa y parece enojada, su rostro serio refleja que lo que hace no es placentero, sino más bien obligatorio. Observo su cíclica tarea y mi persistente mirar.




Mientras camino una mañana alcanzo a una jovial señora que anda con dos niñas pequeñas cogidas de sus manos, y le pregunto por ellas. Son mellizas, me explica. Una de las pequeñas me agarra un dedo para que camine con ella. El gesto me enternece y apenas me vuelvo a fijar en la madre que sonríe.



El jueves entré en una farmacia y me atendió con amabilidad una dependienta de escasa edad. Cruzamos las miradas como lo hacen dos desconocidos y aunque me esforcé en reconocer su rostro no pude hacerlo.



La policía se presenta en el barrio mientras alguien vocifera en medio de una gresca vecinal o algún otro asunto que llama la atención por la puesta en escena. Una mujer treintañera trata de hacer entrar en razón a un hombre al que alguna vez he reconocido sacando dos perros de paseo. Esa mujer, no sé, no recuerdo haberla visto antes.



Le pido perdón al tropezar con una joven de larga melena y cabello oscuro. Me sonríe y su sonrisa me suena.



Sueño y aparece una misma mujer de pocos años que es la misma y, sin embargo, no lo podría autentificar.



Cuando mi mente lee todos esos fragmentos se forma un retablo en mi cabeza. Diría ver que es la mujer de todas las escenas.



¿Es ella siempre o es la repetición de algo que vive en mi cabeza?


domingo, 2 de marzo de 2025

La mona



Isabel salió de casa aquella mañana de primavera como cada día, ataviada con su delantal y un pañuelo blanco cubriendo su pelo.


Echó a andar hacia el mercado, su cesta de mimbre bajo el brazo, sin que nada hiciera sospechar que ese día sería diferente a cuantos marcaban su rutinaria dedicación doméstica. En su cabeza viajaban cómodos pensamientos sobre la lista de la compra.


Al alba toda su familia había salido a trabajar y volvería al hogar a la hora del almuerzo, aunque nadie imaginaba el desastre que se iba a producir.


Las calles contenían la agitación de las gentes que iban y venían a sus asuntos cotidianos, donde el sonido de las voces de quienes pregonaban las mercancías se mezclaba con el canto de los pájaros, y el olor a frutas y hortalizas recién cogidas era tapado por el hedor de los desperdicios del pescado.


En la estampa de aquella mañana, repetición de otras tantas mañanas, algo con un punto extra de bullicio llamó la atención de Isabel, al observar cómo la gente se arremolinaba en torno a un hecho ignorado por ella. Ante su curiosidad, alguien le comentó que el circo había llegado a la ciudad.


Un hombre enjuto y ataviado con un traje de rayas anunciaba las variedades de su feria ambulante con animales salvajes, payasos, forzudos, contorsionistas y enanos y, como reclamo, paseaba por las calles y plazoletas con una mona vestida de cíngara cogida de la mano. Hacía que la gente formara un corro y después ordenaba al simio que le cogiera la oreja a la mujer más guapa de la reunión.


La mona se paró frente a Isabel y le tiró de la oreja. Lo que ocurrió a partir de ese instante fue como un encantamiento. Isabel recorrió los diferentes lugares donde el circense formaba un círculo de espectadores. Isabel regresó a casa, con la cesta vacía, donde todos la esperaban y a los que tan solo dijo: «la mona solo me tiraba a mí de las orejas».


 

Fragmentos

Todas las tardes una mujer joven pasea por el parque dos perros de esos llamados ‘salchicha’. Parece tener prisa y parece enojada, su rostro...