Al escritor Alfredo Padruelo se le murió el único lector que lo leía. Entristecido siguió escribiendo libros y ya, inapetente, anotó obras sin texto llenas de palabras sordas, mudas, apáticas, inapetentes, luctuosas, que nadaban en la orfandad. Fue entonces que imaginó una gran epopeya donde poder contar las heroicidades de su impar leyente. Trazó entonces la figura de un héroe a modo de Ulises que, cruzando un piélago de letras, se aventuró en bibliotecas borgianas, combatiendo las malas creaciones y los poetas petimetres, los folletines románticos, la cascarria de la novela negra, todo el insoportable ruido editorial, destruyendo a su paso los nuevos libros de caballería, esa insufrible saga de fantasía infantiloide y el infumable tostón de los superventas. Al final tuvo que asesinarlo con un Telégono cualquiera porque amenazaba con destruir la obra del propio Padruelo.
domingo, 6 de marzo de 2022
La muerte del lector
Al escritor Alfredo Padruelo se le murió el único lector que lo leía. Entristecido siguió escribiendo libros y ya, inapetente, anotó obras sin texto llenas de palabras sordas, mudas, apáticas, inapetentes, luctuosas, que nadaban en la orfandad. Fue entonces que imaginó una gran epopeya donde poder contar las heroicidades de su impar leyente. Trazó entonces la figura de un héroe a modo de Ulises que, cruzando un piélago de letras, se aventuró en bibliotecas borgianas, combatiendo las malas creaciones y los poetas petimetres, los folletines románticos, la cascarria de la novela negra, todo el insoportable ruido editorial, destruyendo a su paso los nuevos libros de caballería, esa insufrible saga de fantasía infantiloide y el infumable tostón de los superventas. Al final tuvo que asesinarlo con un Telégono cualquiera porque amenazaba con destruir la obra del propio Padruelo.
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Por algo dicen eso de que "ninguna buena obra queda sin castigo"...
ResponderEliminarSaludos,
J.