Guardó la mentira en un bolsillo de su americana y cada vez que metía la mano sentía dolor en los dedos por su mordedura. Decidió entonces alimentarla con certezas y la domesticó. Ahora sus mentiras son mansas y ya no muerden a nadie.
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Soñadora
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Isabel salió de casa aquella mañana de primavera como cada día, ataviada con su delantal y un pañuelo blanco cubriendo su pelo. Echó a andar...
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Han perdido su sentido.
ResponderEliminarSaludos,
J.