domingo, 24 de diciembre de 2023

Custodio



Trabajo como segurata a turno corrido de veinticuatro horas y no tengo vacaciones. Mi contrato es eterno. Ni poseo filiación a sindicato alguno ni convenio colectivo y mi jefe es divino, aunque no me paga sueldo. Mi labor consiste en ver sin tocar, oír sin hablar, guardar sin proteger, predecir sin avisar, soportar sin sufrir; percibir lo sentido sin sentir.



Ando en vigilia al descollar el día mientras la gente se encamina a su cárcel de rutinas, próximo al suicida en el momento de colgarse en el vacío, inmediato al niño que gime tras sangrar sus manos por cargar ladrillos una larga jornada, al grito de la parturienta, en el paroxismo de dos cuerpos amándose, en la desesperación del insomne, junto del viejo solitario que se arropa con recuerdos, al lado de las mujeres que cosen prendas en un taller clandestino, atento a quien ríe despreocupado o llora sin motivo, y asisto al miedo infantil.



Oigo los pensamientos del asesino antes de matar, miro cómo oculta el mafioso las ganancias de sus extorsiones, me acerco al presidente de una nación cuando piensa en su autoridad y visito al magnate que se estima todopoderoso.



Escucho el golpe sordo de un cuerpo después de caer al suelo desde un andamio, noto la agonía del enfermo terminal, el pensamiento que enloquece, la exasperación del amante despechado y el tormento de la violada. Sé del absurdo deambular del toxicómano, del fanatismo del terrorista, de la impotencia del parapléjico posterior a su accidente y del dolor de la misma muerte.



Presencio el rosicler del recién nacido y estoy al corriente de la fulgurante emoción de los enamorados, de la radioactiva diversión, del que se sabe alegre, y del que cantando su mal espanta.



Y nada puedo hacer si no pasar como un ángel.

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Un tiempo único

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