Cada vez que pasaba por aquella
boca de metro escupía en el sombrero vacío del pedigüeño. Harto el mendigo de
ver el gesto repetido, un día le preguntó por qué lo hacía. «Yo al menos te
regalo mi desprecio, el resto nada».
Chuang Tse pensó dentro de mi cabeza: no sé por qué soy como soy . Y el mundo giró en torno a mí delicadamente. Adiviné que era sabio, per...
No hay comentarios:
Publicar un comentario