Cada vez que pasaba por aquella
boca de metro escupía en el sombrero vacío del pedigüeño. Harto el mendigo de
ver el gesto repetido, un día le preguntó por qué lo hacía. «Yo al menos te
regalo mi desprecio, el resto nada».
Al soñar es feliz y sintiéndose feliz cree que sueña. Así vive, en un vaivén donde la vigilia es apenas una pausa entre milagros. Cada mañ...
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