domingo, 25 de septiembre de 2022
domingo, 11 de septiembre de 2022
Encuentro en la primera fase
Un hombre de neandertal y un homo
sapiens se encuentran hace 40.000 años en la península Ibérica. Después de
mirarse fijamente a los ojos mantienen una conversación.
—¿Vienes de lejos? —preguntó el neandertal.
—Llevo andado miles de años hasta
llegar aquí —respondió el sapiens.
—¿Estás cansado?
—No. Todo lo contrario, me siento
pujante y lleno de energía. Dueño del futuro y de este mundo.
—Eres optimista. Yo en cambio sé
que no veré el futuro.
—No lo verás; te extinguirás
antes.
—¿Y no te da miedo tanta responsabilidad,
ser la especie que domine la Tierra?
—¿Miedo? Me espera una vida
apasionante llena de evolución. Inventaré la escritura, dominaré el fuego,
practicaré las artes y cultivaré las ciencias. Descubriré el Universo que nos
rodea y el átomo. Viajaré fuera del planeta.
—También inventarás a Dios y
conocerás la muerte. Matarás de manera intensiva e indiscriminada. Acabarás con
los recursos de este mundo y con otras especies y te adueñarás del planeta.
El homo sapiens bajo la mirada y
meditó un momento.
—Tienes razón, hermano. Quizás yo
tampoco tenga futuro.
—Entonces no parece tan bueno ni
inteligente este diseño.
—Tú déjame que pensar es lo mío.
domingo, 4 de septiembre de 2022
Excusas
Primero fue el reloj del ayuntamiento, al que siguieron otros también señeros en toda la ciudad. Se detuvieron, incluso, relojes tan míticos como el de Grand Central Station en Nueva York, la torre Spasskaya en Moscú, el Big Ben en Londres o la Puerta del Sol en Madrid. Los digitales también pausaron su pulso y nadie sabía con exactitud qué hora era. Hasta los atómicos pararon su frecuencia de resonancia. El tiempo desapareció.
Pronto aparecieron vertederos con piezas en desuso: montañas de clepsidras oxidadas y retorcidas en sus diseños de los más variados y bellos estilos artísticos; desguaces con cúmulos de biseles, diales, coronas, orejetas, marcadores, manecillas y fornituras varias; cementerios con desechos de horas muertas, cronófagos inutilizados y vectores de cálculo inservibles.
Alguien dirá, ahora, qué pasó con los relojes de arena, de agua, de fuego, solar o de vapor. Y la respuesta es que la naturaleza suspendió las leyes que hacían funcionar estos instrumentos. Todas las personas andaban como perdidas tras la muerte del tiempo.
Este fue el argumento expuesta por el protagonista de la historia aquí leída cuando apareció con retraso a la entrevista de trabajo. Y luego, el escritor responsable del relato, hubo de levantar la restricción horaria para que todo el mundo pudiera saber qué tiempo era.
El osmólogo
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