Todas las noches salía a pasear su can a la misma hora y por el mismo itinerario. Enjuto y timorato, su cuerpo era impulsado por el corpulento animal. Se paraba en la única farola de la calle, caminaba quinientos pasos hasta el contenedor de la basura, se santiguaba frente a la antigua ermita quemada por un rayo y se lamentaba por no haber nacido perro antes de volver a casa.
domingo, 26 de diciembre de 2021
Amo
Todas las noches salía a pasear su can a la misma hora y por el mismo itinerario. Enjuto y timorato, su cuerpo era impulsado por el corpulento animal. Se paraba en la única farola de la calle, caminaba quinientos pasos hasta el contenedor de la basura, se santiguaba frente a la antigua ermita quemada por un rayo y se lamentaba por no haber nacido perro antes de volver a casa.
domingo, 19 de diciembre de 2021
Componedor
Lo llamó el señorito.
—Dígame, don Carlos.
—¿Te gusta Enriqueta?
Aquiles se encogió de hombros con la cabeza gacha.
—Es una buena sirvienta y podría ser mejor madre y esposa.
—Si usted lo dice don Carlos, así será.
—Te veo poco entusiasmado con la idea.
—No se me había ocurrido y así de sopetón, la noticia…
—Pues no se hable más. Viviréis en el cobertizo y formaréis un hogar.
Don Carlos acostumbraba a disponer las cosas a su favor. Aquella componenda le proveería de futuras generaciones de sirvientes. Así es como se hacía progresar el mundo, compatibilizando fortunas y destinos, evitando sobresaltos y quebrantos sociales. Sin ir más lejos, su hija Delfina, estaba acordada con el notario, sumando dos suntuosas dotes. Cada oveja con su pareja, solía decir. Y yo el pastor que los guía, pensaba. Respecto al amor, eso era una cuestión de artistas vagos y su loco extravío el de estar contra estos tiempos tan pragmáticos.
domingo, 12 de diciembre de 2021
Nerdos
Hay poetas que viven en su torre de marfil, entre objetos de marfil y escriben versos de marfil. Pasean solitarios, en soliloquio, por sendas de elefantes, alimentándose del amor que se propician a sí mismos. En su pensamiento ebúrneo desprecian el género humano por no estar a la altura de sus dioses pajizos, sintiéndose incomprendidos y presa de caza valorada por la insidia social. Y al final, solo son una figura decorativa marfileña más en el estante de la vida.
domingo, 5 de diciembre de 2021
La escalera
Me
levanté temprano como cada jornada. Eran las seis de la mañana de un día
borroso y gris. Al salir para el trabajo mis aletas nasales respiraban agua y
mis pensamientos me hacían aligerar el paso como para desquitarme del reparto
de más de cinco toneladas de peso que me esperaba. Al recibir el itinerario de
la distribución de gas, allí estaba otra vez la casa de la colina.
Decidí
dejarla para el final y, mientras pensaba en los trescientos treinta y tres
escalones que la elevaban de la calle, me vino una imagen de la mansión hisckotiana que aparece en ‘Psicosis’, y
a su moradora, una vieja señora que jamás me dio propina.
Tras
un espeso día aparqué el camión aliviado de tara y con un persistente olor a
repollo podrido. Me fijé en la escalinata que serpenteaba hasta la vivienda.
Cargué dos botellas de butano sobre mis hastiados hombros. Su resplandor
anaranjado era lo único que coloreaba aquel paisaje de ceniza.
Recordé,
antes de comenzar a subir, que en el cálculo de escaleras, la profundidad de
cada escalón debe de ser de unos treinta centímetros y su altura no superar los
veinte, siendo muy recomendable que el alto de paso sea superior a dos metros.
Sin
embargo a cada escalón de aquella tortuosa ascensión, en mi cabeza se dibujaba
la cara de la propietaria hosca a la que siempre le parecía mal el servicio,
por el que se quejaba sin razón, que nunca agradecía y que terminaba con una
avalancha de improperios.
Mientras
avanzaba con la pesada carga trataba de comprender el valor de las huellas y de
las contrahuellas para saber cuál sería la elevación o distancia entre peldaños,
cuyo diseño el constructor no supo replantear.
Cuando
la policía llegó, expliqué cómo había sucedido el accidente, porque la mujer
que ahora yacía en el suelo entre un charco de sangre, abrió la puerta justo en
el momento que resbalé, por la pátina de lluvia en el piso, y por la mala
aplicación de la Ley de Blondel que en su ecuación establece la fórmula
correcta para que el usuario pueda desempeñar la tarea de ascender por la
escalera.
El osmólogo
Desde niño, poseía esa rara habilidad de olfatear el sexo de las mujeres. Era un don que lo acompañaba como una sombra, una forma de entende...
-
«Tú no sabes lo feliz que soy amándote, aunque tú lo ignores». Las palabras resonaron en la mente de Ana mientras observaba a Marcos desde l...
-
El pianista se lesionó los dedos a propósito. Quería sentir en cada tecla que pulsara belleza y dolor. Brotaron entonces las notas teñidas d...